Manual de sombras

Publicado el Camilo Franco

Y monta la extrema derecha…

Y monta la extrema derecha sobre su alazán de privilegios raciales, represión cultural y oscurantismo religioso al grito de “patria o muerte”. Anhela recuperar un mundo, personificado en ególatras como Trump o fascistas como Orbán, que ya no corresponde a las realidades plurales y complejas del siglo XXI. La extrema derecha mundial se ha despojado del reloj de la historia, y usa tan solo manecillas venenosas que se empeñan en devolvernos a un tiempo irreal y primitivo donde la información y la obediencia se comunicaban por medio de bulas papales, de edictos reales o a fuerza de despiadados ejércitos asesinos. Las dictaduras genocidas y patriarcales que durante el siglo pasado se repartieron por toda la geografía mundial, como esporas dispersas naciendo de una misma planta, quieren resurgir de sus podridas tumbas luciendo la pátina de la democracia parlamentaria (que luego desprecian), con miras a restituir a capa, biblia y espada valores anquilosados que no solo ya no comparten con gruesas capas de la población, sino que además atentan contra ella.

Nuestras sociedades en convulsión, cuyas inestables arquitecturas morales tiemblan por los impactos económicos y sociales causados por el sistema neoliberal, injusto de raíz, ven como en el horizonte se alinean caballadas de templarios azuzados por el miedo, que exhuman ideas obsoletas para lancearnos a sangre fría con ellas. Es así como desprecian la separación de poderes, los guerreados derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBI y de las minorías étnicas, luchas centenarias que tanta vidas humanas han costado y siguen costando, ideas “comunistas”, “masonas”, “castrochavistas” y “mamertas” según ellos, un ideario a la cabeza de una confabulación de guaches que pretenderían “acabar con la patria” y sus “valores” supuestamente atemporales. Motivos por los cuales justifican, no todos pero muchos, el asesinato o la indiferencia ante barbaridades cometidas por grupúsculos afines contra representantes cívicos y líderes sociales.

Además, los conservadores a ultranza no solo son negacionistas de las dinámicas de la sociedad globalizada, cuyos nodos poblacionales se han abierto como flor a  vientos de otras latitudes que descubren posibilidades y realidades inspiradoras o críticas con el status quo, sino que también niegan su papel en la destrucción del medio ambiente y en la individualización de la sociedad contemporánea y su consiguiente egolatrización. Posicionados en contra de las luchas sociales a favor de cualquier expresión de igualdad, libertad o dignidad que no se ajuste a sus preceptos, los extremistas de derechas disciernen, ya no solo en conciliábulos sino en grandes espectáculos circenses de corte marcial, sobre las formas más efectivas de silenciar a las voces críticas e incómodas. Voces que enaltecen las que ellos consideran perversiones sociales o ideológicas, encarnadas en la libertad de expresión, de pensamiento, de acción, de género y de culto o ausencia de este. Se arrogan la responsabilidad de “restaurar” desastres (¿Quién les dice que hay algo que restaurar? ¿Quién?) y desmanes a los que el pensamiento igualitario habría conducido y que amenazan con restringir o acabar sus privilegios. El miedo es su motor y su vehículo, de él se alimentan como cuervos sobrevolando un muladar, y con él como cebo consiguen atraer a sus simpatizantes hacia ideas que, a la luz de la razón, solo echan a la borda los avances sociales conseguidos.

Otro de sus orgullosos y soberbios corceles, es el hecho de gobernar amangualados con la feria de iglesias de garaje que extorsionan las almas de los creyentes, prometiéndoles la salvación a cambio de fabulosas sumas de dinero con las que luego habrán de enriquecerse los líderes y lideresas para lubricar, a la sombra de sus falsos altares, la política corrupta y la mermelada electoral. También hacen oídos sordos a la putrefacción en el seno lánguido de la iglesia católica y sus pedófilos representantes en la tierra, que predican un evangelio de virtudes y celibatos que a muchos de ellos ni se les ocurriría cumplir. No es que me oponga a la libertad de culto, claro que no, lo que observo es cómo la manipulación de la fe se ha vuelto también un arma arrojadiza que la extrema derecha utiliza para granjearse la simpatía de los más vulnerables, a costa de sus propias libertades. La religión no solo como opio del pueblo, sino también como uno de los ejes sobre los que se articula el rearme de la ultraderecha en el mundo. Y no me refiero únicamente a la religión católica, pues por donde se mire florecen como hongos los movimientos que reivindican identidades religiosas como piedras angulares culturales, a pesar de portar estas religiones y sus interpretaciones el lastre de siglos de opresión machista, de mangualas con las tiranías y de una acumulación desmedida de privilegios fiscales en contravía del reparto equitativo de las riquezas.

Es importante señalar que ahora están mejor organizados que antes, con paladines como Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump en la Casa Blanca y divulgador en Europa de ideas reaccionarias y guerreristas, que va por el mundo predicando populismos nacionalistas castrenses que, a la postre, solo buscan la perpetuación de élites económicas y de formas de vida depredadoras. Tras años en la sombras, la ultraderecha ha conseguido por medio de Think Thanks ideológicos, hacer transversales sus ideas, moldeándolas para que se acomoden, como plastilina tóxica, a las distintas realidades nacionales y sus respectivas problemáticas, reduciendo siempre estás últimas a flujos migratorios “violentos y amenazadores”, a cortinas de humo sobre el presunto y muy tenebroso “retorno” del comunismo, y sobre la “loable” defensa de los principios del libre mercado que tanto provecho les depara. Como se ve, esas ideas no apuntan ni han apuntado jamás al desarrollo social o económico de los países sino tan solo al de sus élites, que se arrogan el derecho a considerarse portadores de un supuesto espíritu nacional.

¿Cómo detenerlos y evitar así que nos suman, de nuevo, en años de innecesarias luchas fratricidas, de inextinguibles odios religiosos, de racismos asesinos o de sangrientas represiones machistas que acaben con el tejido social y las libertades individuales? En primer lugar, la educación en valores cívicos y en el respeto al diferente. No hay mejor resistencia que el ataque frontal, pero no el violento o mezquino, sino aquel que se da por medio de la unidad cooperativa, a través de la expresión artística, de la creatividad, del humor y la crítica bien argumentada, de la denuncia y la presión mediática, de la memoria colectiva sobre los macabros horrores que como humanidad hemos vivido y no queremos repetir. El árbol de la memoria tiene raíces profundas que la ultra derecha quiere arrancar, es nuestro deber bucear hasta ellas, protegerlas y alimentarlas para propiciar que nazcan y prosperen más flores de justicia enramadas en igualdad.

 

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