Mi querido amigo y colega en letras Gerardo Cardona, quien es poeta y microcuentista destacado (en Twitter lo encuentran como @Gericos), me envió ayer, es decir el año pasado, un texto divertido y reflexivo sobre la tradición de los agüeros en Colombia, durante la media noche de cada 31 de diciembre, y me preguntaba si yo tenía alguno en particular para celebrar la llegada del año nuevo. 

Como le contaba a Gerardo, en efecto, soy de los que intenta cumplir alguno o varios de aquellos agüeros, que para mí, no son otra cosa, sino una forma familiar de entretener y pasar un rato divertido, haciendo tiempo, quizás para no terminar dormidos antes de media noche. Ahora bien, para uno como colombiano viviendo en el exterior, resulta más complicado intentar llevar a cabo esas tradiciones.

No resulta fácil encontrar interiores de color amarillo en otros países, porque creo que esa fue una estrategia de los inteligentes comerciantes colombianos para vender el ultimo día del año aquellas prendas que en fechas normales no tienen salida. De igual forma, eso de salir corriendo con una maleta, puede resultar sospechoso y no me extrañaría que algún compatriota haya terminado en una comisaría de policía intentando explicar semejante comportamiento tan inusual, así como la dificultad de ubicar las siete yerbas para bañarse, que nunca supe exactamente cuáles eran, ni hablar de los que acostumbraban quemar el famoso “año viejo” delante de sus casas, porque ya pueden pasar por pirómanos o al menos antiecológicos. 

Lo de los agüeros es de esas tradiciones que lo llevan a uno a la infancia, rememoro que en casa, cuando era muy niño y se celebraban fechas, pues a la muerte de mi padre Laurencio, ya no hubo motivo de festejos posteriores, hubo dos situaciones que no puedo olvidar, relacionadas con los agüeros, alguno de mis tíos Medellín Medellín, tenía como costumbre regalar unas extrañas y bonitas monedas a los niños. Hasta mucho tiempo después supe que se trataba de monedas de veinticinco centavos de dólar, las que llaman quarter, es decir, cuarto de dólar e imagino que era la manera en que aquel tío deseaba asegurar el futuro económico de sus sobrinos.

La otra fue cuando una vecina muy querida por mi madre Carmen Rosa, quien se llamaba Nidia y fue quien me introdujo en el mundo de las historietas o cómics, que en aquella época llamábamos “cuentos”, en alguna noche vieja, muy seria me leyó el futuro en un huevo. El agüero consiste en que se rompe un huevo dentro de un vaso con agua y se deja debajo de la cama del individuo a quien se le adivinará el futuro. A media noche y luego de los festejos y saludos de fin de año, se saca el vaso y la persona experta intenta descifrar el significado de las figuras que han dejado la clara y la yema del huevo. En mi caso, resultó muy fácil, pues no había necesidad de ser adivinador profesional, pues claramente se veía un barco, tipo velero. Nidia me dijo que una de dos, o sería marino o viajaría mucho en la vida. Aunque no he sido marinero, la verdad es que he tenido la fortuna de recorrer algo de este mundo ancho y ajeno.

Ahora bien, como le confesaba a Gerardo, mis verdaderos agüeros los dejo para el primero de enero y uno muy especialmente, escribir un texto, lo que se me ocurra y si puedo publicarlo mejor. Así que amigo lector, si usted tiene como agüero iniciar el año leyendo, le agradezco porque estamos en correspondencia de agüeros, pues lo que acaba de leer es justamente el resultado de esta tradición personal. Por lo cual, le deseo gratas lecturas en lo que resta de este 2023, aparte de mucha salud, trabajo y que no falten las sonrisas en su camino.

Dixon Acosta Medellín

En Twitter a la hora del recreo me encuentran como @dixonmedellin

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