A Rafael Pérez Unquiles, fundador de periódicos y viajero. Esta es la breve crónica de un hombre con muchos nombres, sin clara identidad, aunque los verdaderos amantes de la poesía lo reconocen sin ambages así aquel intente esconderse en mil seudónimos, para ellos siempre será Porfirio Barba-Jacob[2]. Bautizado católicamente como Miguel Ángel Osorio Benítez, nacido…
A Rafael Pérez Unquiles, fundador de periódicos y viajero.
Esta es la breve crónica de un hombre con muchos nombres, sin clara identidad, aunque los verdaderos amantes de la poesía lo reconocen sin ambages así aquel intente esconderse en mil seudónimos, para ellos siempre será Porfirio Barba-Jacob[2]. Bautizado católicamente como Miguel Ángel Osorio Benítez, nacido en Santa Rosa de Osos (Antioquia, Colombia) en 1883, tuvo muchos oficios en la vida, pasó de ser profesor de escuela a periodista, corresponsal viajero, poeta existencial y finalmente decidió transmutarse en una llama al vaivén del viento.
De Barba-Jacob, se ha dicho que era un “príncipe sombrío”, un “poeta maldito, desorbitado y trashumante”, aunque los poetas malditos en su destino, suelen ser bendecidos en sus creaciones, cosas de la ley de la compensación universal. Este migrante de la palabra, alcanzó sus mejores versos y dejó su herencia periodística, en los múltiples recorridos por Centroamérica y México. Barba-Jacob fue precursor e innovador del periodismo en esa parte del mundo, fundador de periódicos, algunos circulan todavía.
La literatura exalta a Barba-Jacob como autor de memorables poesías, las cuales siempre reinventaba, como la estremecedora “Canción de la Vida Profunda”, discurso lírico filosófico sobre la existencia. Uno no puede morirse, sin leer esa parábola seglar hecha verso. En una época en que los poetas eran famosos personajes, como los cantantes y actores contemporáneos, Barba-Jacob fue gran celebridad. Sus recitales llenaban los teatros en donde se programaban. Sin embargo, él mismo nunca promovió la publicación de sus versos, en vida y en muerte, la edición de su obra poética ha sido labor de amigos y admiradores. Quizás nunca estuvo convencido de su talento, gustaba de corregir permanentemente sus líneas.
Quien desee conocer la vida y pecados (porque milagros nunca hizo, aparte de sus logros con la palabra y la noticia) de este complejo hombre, puede leer la exhaustiva biografía “El Mensajero”, escrita en un solo profuso capítulo, sin límites ni separaciones, por otro paisano del poeta periodista, el controvertido Fernando Vallejo, tan proclive como Barba-Jacob al escándalo, pero también a la ofensa, muchas veces gratuita. Soy de los que no soportan algunas expresiones y salidas de tono de Vallejo, pero reconozco su oficio y talento.
Como apuntaba en el primer párrafo y si el lector ya lo olvidó, le refresco la memoria, Barba-Jacob primero se llamó Miguel Ángel Osorio, pero los periodistas de Centroamérica y México lo conocieron como Ricardo Arenales. A lo largo de su vida coleccionó muchos más nombres, Maín Ximénez, Junios Califax, Almafuerte, El Corresponsal Viajero, Juan Sin Miedo. incluso en una crisis económica, llegó a personificar a un sacerdote en Honduras con el nombre de Manuel Santoveña, en un trámite notarial en Colombia se hizo pasar por el señor Salvador Castro. El mismo hombre a quien el poeta guatemalteco Rafael Arévalo, inmortalizó en un ensayo homenaje titulado “El Hombre que parecía un Caballo”.
Sobre la identidad de Barba-Jacob, la realidad confirma y supera el mito. Uno de los tantos periódicos que el poeta colombiano ayudó a forjar, “El Porvenir”, de Monterrey, México, en su página de Internet habla de su fundador, el periodista Ricardo Arenales, a quien “se le conoció también como Miguel Ángel Osorio”. Ese dato no lo aporta Vallejo, es un modesto descubrimiento que me atribuyo.
Porfirio Barba-Jacob nunca tuvo dinero pero jamás le faltó crédito o efectivo, su ingenio para conseguir recursos económicos, sólo era comparable con su habilidad para despilfarrarlos. Vivió bien, hasta la exageración, murió sin nada en 1942 en México cuando le acompañaba Rafael Delgado, un joven nicaragüense, a quien el viajero periodista adoptó como hijo en una de sus correrías. Es incorrecto decir que murió sin nada, poseía una vieja maleta con los versos escritos en sus viajes, la mejor herencia de un escritor.
Los dictadores de comienzos de siglo XX tenían como deporte favorito, expulsar a Barba-Jacob de sus territorios. En ocasiones lo tachaban de revolucionario, en ocasiones de reaccionario. El pecado del hombre, fue escribir lo que siempre sintió, sin comprometerse con ninguna causa o ideología política. Un periodista implacable con los poderosos, un poeta clemente con los desheredados y marginales. Un pionero e innovador en el periodismo escrito que como el gran amigo a quien dedico estas líneas, impulsó y trabajó en medios en español en tierra de idiomas ajenos, pues también estuvo aventurándose en los Estados Unidos.
Fernando Vallejo no duda al afirmar que sabe más de la vida de Barba-Jacob, que el mismo poeta y agrega “Yo que sólo coincidí con él sobre esta tierra ese instante, ese único instante en que él se iba de esta comedia en México y yo venía en Antioquia…Pero naciendo yo como él bajo el mismo cielo. Y para las payasadas del destino y los cálculos de los astrólogos ese cielo es el que cuenta”. En otras palabras, el cielo antioqueño, firmamento colombiano.
Porfirio Barba-Jacob o como quiera llamarle el lector, legó algunas de las mejores páginas a la poesía hispanoamericana. Vallejo dice que finalmente lo encontró en forma de humo, en mi caso, prefiero seguir pensándolo como fuego vivo, desafiante ante poderosos, humanos y divinos. Como la llama al viento, descrita en su poema Futuro, con el cual así concluimos lo iniciado. Incluso deseo pensar, que a diferencia del último verso, el viento nunca lo apagó.
FUTURO
Decid cuando yo muera… (¡y el día esté lejano!):
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llama al viento…
Vagó, sensual y triste, por islas de su América;
en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad, su fuerza… Y era una llama al viento.
De simas no sondadas subía a las estrellas;
un gran dolor incógnito vibraba por su acento;
fue sabio en sus abismos -y humilde, humilde, humilde-
porque no es nada una llamita al viento…
Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,
que nunca humana lira jamás esclareció,
y nadie ha comprendido su trágico lamento…
Era una llama al viento y el viento la apagó.
Dixon Acosta Medellín
En Twitter mi otro seudónimo es @dixonmedellin
[1] Una versión preliminar del presente artículo fue publicada en el suplemento literario del periódico La Prensa de Managua en el año 2006.
[2] Algunos (incluso el biógrafo Fernando Vallejo) escriben el nombre sin el guión intermedio, pero existen documentos, en los cuales figura de esta manera la firma del poeta colombiano.
Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)
Advenedizo extraviado en la dimensión desconocida. Alguna vez aspirante a diletante cronopio y decantado en aceptable fama. De los pecados, errores y calamidades cotidianas me rescata Patricia, incondicional compañera. Cuando salgo del espejo de Alicia, me pongo corbata, apellidos de pila e intento aplicar lo aprendido en la Universidad Nacional de Colombia y otros gratos centros de estudio, en la diplomacia. Estuve en el desierto y ojalá pudiera dejar huella.
En horario no laboral me pueden ubicar en Twitter:
@dixonmedellin
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