Se llamaba Olga y se me antojaba la chica más linda del mundo o al menos del colegio Inmaculada Concepción, ella ingresó a octavo grado y yo estaba en noveno, pero ya me había enamorado al verla en una imagen, con la que el padre de Daniel Bohórquez promocionaba su negocio, una casa fotográfica del barrio La Despensa,…
Nota preliminar: El siguiente es un brevísimo relato ficticio, con algunas notas autobiográficas que lo han salpicado, pero ante todo es un homenaje al más grande: Sir Paul McCartney. El intento de caricatura tiene el mismo culpable del relato.
Se llamaba Olga y se me antojaba la chica más linda del mundo o al menos del colegio Inmaculada Concepción, ella ingresó a octavo grado y yo estaba en noveno, pero ya me había enamorado al verla en una imagen, con la que el padre de Daniel Bohórquez promocionaba su negocio, una casa fotográfica del barrio La Despensa, al sur de Bogotá.
Recuerdo muy bien, cuando por fin me decidí a decirle algo, el piropo más bonito que podía imaginar. Fue a la hora del recreo, un jueves a las once de la mañana.
Hola -le dije.
Hola -me respondió y sus ojos color castaño claro se iluminaron, cubriéndome con su halo de luz.
¿Puedo decirte algo?
Claro que sí -y la noté expectante con una pizca de ilusión.
¡Te pareces a Paul McCartney!
Ella tornó el rostro en una película cuadro por cuadro, gesto intrigado, verdadero estupor, franco enfado y creo que se abstuvo de espetarme cualquier grosería, porque le quedaba un poquito de simpatía por mí, simplemente se volteó, como si quisiera fustigarme con su larga cabellera, con esos mil látigos en mi rostro. Se levantó y se alejó para siempre.
Nunca pude aclararle que había intentado compararla con el símbolo de una época que me provocaba un torrente de cosas bonitas, de una música incomparable que había descubierto con Daniel, el mismo del padre fotógrafo, con quien pensábamos crear un grupo musical, imitando a los inmortales Beatles.
En fin, que aquel rostro de amables formas, de boca pequeña y expresión vivaz pero melancólica al mismo tiempo, se me antojaba similar al más grande músico de nuestra generación. No hubo historia de amor, pero la experiencia me sirvió para nunca más inventar piropos.
Dixon Acosta Medellín
En lo que sigo llamando Twitter, me encuentran a la hora del recreo como @dixonmedellin
Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)
Advenedizo extraviado en la dimensión desconocida. Alguna vez aspirante a diletante cronopio y decantado en aceptable fama. De los pecados, errores y calamidades cotidianas me rescata Patricia, incondicional compañera. Cuando salgo del espejo de Alicia, me pongo corbata, apellidos de pila e intento aplicar lo aprendido en la Universidad Nacional de Colombia y otros gratos centros de estudio, en la diplomacia. Estuve en el desierto y ojalá pudiera dejar huella.
En horario no laboral me pueden ubicar en Twitter:
@dixonmedellin
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