Nota preliminar: Se publica simultáneamente con la columna que el autor lleva en el periódico El Correo del Golfo, en donde firma con su nombre de pila.

Dicen que una buena fórmula para conciliar el sueño, cuando este nos ha abandonado es contar ovejas, nunca he podido saber si funciona con otros animales, pero al parecer es por su condición de saltarinas. Ahora bien, es posible que deban ser colombianas y que sus saltos sean en el espacio sideral. Para tranquilidad del lector, que a estas alturas debe pensar que estoy desvariando, voy a compartir una historia que me parece extraordinaria.

En una suerte de matrioshka literaria, debo decir que este relato lo encontré en las Lecturas Dominicales del periódico bogotano El Tiempo, escrita por Fernando Gómez Echeverry, Director de ese legendario suplemento literario, gracias a una investigación de Andrés Quintero, quien a su vez descubrió en un artículo periodístico de 1969 a un personaje digno de novela. Se trata de Raquel Vivas Rincón, colombiana, oriunda de Floresta, población del bello departamento de Boyacá, una de las pocas personas que en tiempos de la Guerra Fría, trabajó para estadounidenses y soviéticos, sin ser doble espía, todo gracias a sus prodigiosas ovejas.

Andrés Quintero es un artista de la Universidad Nacional, cuyas raíces también se encuentran en Boyacá, específicamente en el municipio de Güicán de la Sierra, en donde residen algunos de sus familiares y gracias a su curiosidad investigativa encontró la crónica sobre una emprendedora campesina. Güicán ubicado a casi 3000 metros de altura, hace parte del Parque Nacional Natural El Cocuy que cuenta con varios picos nevados. En esa región del centro de Colombia, se introdujeron unas ovejas inglesas, que originalmente no correspondían a las características de una comarca tan fría, en las inmediaciones del nevado y con el paso de los años, no sólo se adaptaron, sino que comenzaron a producir un tipo de lana tan fuerte y densa, que traspasó los límites geográficos colombianos y como diría el Capitán James Tiberius Kirk de Star Trek, llegó más allá de la frontera final.

Andrés Quintero tuvo que reconstruir con paciencia y labor artesanal el reportaje periodístico sobre Raquel Vivas Rincón, propietaria de la empresa “Fábrica de Telas Huatay”, cuyo tejido de lana, fue uno de los componentes de la legendaria misión espacial Apolo XI. Una frase de Raquel Vivas en la entrevista dejó pensando a Andrés, seguramente la astronave Eagle olía a oveja. El hecho es que esta lana, con unas propiedades únicas de protección, resultó ideal para cubrir las paredes de las aeronaves espaciales que se desarrollaron en los años sesenta, pero lo más sorprendente es que este producto colombiano, hizo parte tanto de los componentes espaciales de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, en naves y en los trajes de astronautas / cosmonautas. Los tejidos de lana cumplían con tres propiedades básicas, anticombustible, térmica y antiestática, habían sido utilizados en aeronaves colombianas comerciales.

Gracias a Camila Panader de SKETCH Gallery, galería de arte en Bogotá que alojó la exposición “Campo Abierto” de Andrés Quintero pude tener su contacto y de hecho, con mi esposa Patricia, tuvimos oportunidad de visitarlo en Artbo, la más importante exposición colectiva de arte en la capital colombiana, que se llevó a cabo en el centro de convenciones Ágora. Andrés me ha autorizado a publicar las imágenes que se aprecian en este artículo y deseo reconocer a la galería SKETCH, las fotos fueron tomadas por Samuel Monsalve y Andrés Quintero.

Qué las ovejas puedan ser espaciales o estar emparentadas con la ciencia-ficción, eso ya lo comprobó el gran Philip K. Dick con su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Cuyo argumento todos conocimos en el cine gracias a la película Blade Runner de Ridley Scott, aunque en la cinta no llegamos a conocer la oveja eléctrica del protagonista Rick Deckard, pero me la imagino como uno de las bellos y fotogénicos ejemplares de Güicán, Boyacá.

Ahora bien, puestos a especular, como muchos saben mientras Michael Collins los esperaba, Neil Armstrong y Buzz Aldrin pisaron la Luna, el 20 de julio de 1969, 20 de julio, es decir, el día nacional de Colombia. Quizás, gracias a los saltos cósmicos de las ovejas colombianas, puestos a especular podemos imaginar a los amigos de la NASA, que no dejan nada al azar, escogiendo esa gloriosa fecha, para un hecho fundamental en la historia de la ciencia y las exploraciones humanas. Otro dato interesante, la nave madre de la misión que pilotaba Collins se llamó “Columbia”.

En cualquier caso, si esta noche, luego de leer esta nota, el insomnio lo ataca querido lector, le recomiendo que cuente ovejas, pero que sean colombianas y espaciales, para que tenga mejor resultado.

Dixon Acosta Medellín

En lo que antes se llamaba Twitter a la hora del recreo lo encuentran como @dixonmedellin 

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