Había decidido no escribir en este espacio sobre las tragedias cotidianas que nos rodean, pues la idea es intentar dejar una sonrisa en el amable lector que toma algo de su escaso tiempo para adentrarse en las especulaciones que de tanto en tanto van poblando este blog. Hoy es necesario hacer una excepción, que llevará la identificación de quien en vida fue más conocido por un apodo cariñoso que por su nombre de pila.
La realidad cruel en ocasiones nos encoge como aquel increíble hombre menguante de la ciencia-ficción, tanto que los gritos no son escuchados por nadie más allá de las paredes de nuestros cuartos. Esta semana hemos sido estremecidos por noticias terribles que hacen dudar de la humanidad, la última noticia fue sobre unos niños que fueron utilizados como portadores de explosivos por criminales sin conciencia pero con cinismo. Por tocarme de cerca, me referiré al asesinato de un buen hombre que conocí hace unos años en el sector del querido Parque Nacional en Bogotá.
Para aquella época, mi novia Patricia vivía a un par de cuadras de la Universidad Javeriana, ella trabajaba en el centro de la ciudad como abogada en una entidad oficial y en ocasiones debía desplazarse en la noche, teniendo que caminar en una zona que a esas horas puede tornarse riesgosa. Sin embargo, ella me tranquilizaba pues me contó que habían unas personas muy amables que la acompañaban para evitar cualquier peligro, unos ángeles guardianes vestidos con harapos, que reciben muchos nombres casi siempre despreciables, quizás el menos ofensivo sea el eufemismo de “habitantes de la calle”.
Luego nos casamos con Patricia y rentamos un pequeño apartamento al frente del Parque Nacional en la calle 39 con carrera séptima, en donde debajo del puente ubicado en esa dirección, justamente dormían esas personas que también se convertirían en mis protectores cuando debía salir en la noche. Aunque estoy seguro que mi primera impresión, cuando los observé desde mi refugio en la distancia, tuvo que ser de disgusto e intolerancia, pues nuestra naturaleza controlada por el miedo, suele reaccionar en forma negativa ante lo diferente o inexplicable. Sin embargo, Patricia me recordó que precisamente los habitantes bajo el puente eran quienes la acompañaban a casa para que no le pasara nada malo. Uno de esos buenos hombres, fue asesinado de manera vil por seres de quienes dudo sobre su condición humana.
Marco Tulio Sevillano Cortés, era el nombre del servicial guardián, aunque muchos le conociéramos como «Manuel» o por el simpático apodo de “Calidoso”, híbrido entre la ciudad de su infancia, Cali, y la calidad humana que le llevó a tener varias mascotas que eran su compañía en las frías noches bogotanas. Marco Tulio era una víctima, de las injusticias, de las circunstancias, incluso de sí mismo, quién lo sabe y quién tiene derecho a ponderarlo. En la vida hay tantas variables que no podemos controlar que es injusto posar de jueces para denigrar sobre los destinos ajenos. Vivimos en una rueda de la fortuna y durante la existencia, giramos en todas las posiciones, pero lo cierto es que si nuestra sociedad diera iguales oportunidades a todos, probablemente uno tendría más razones para criticar las condiciones de vida de los otros.
Si el cielo existe, que en este caso espero así sea, Marco Tulio debió volar directo allí en clase ejecutiva y sin escalas, un hombre bueno que durante sus últimos momentos estaba más preocupado por su pequeña mascota también sacrificada por los verdugos, que por sí mismo. Ahora bien, quedan varias preguntas, qué tipo de sociedad estamos conformando, para que algunos de sus integrantes lleguen a extremos de salvajismo contra otros seres humanos. En el pasado reciente, hemos sido testigos de empalamientos, descuartizamientos, ataques con ácido e incineraciones. Ni el más imaginativo escritor de novelas de terror, llegaría al extremo de narrar lo que ocurre en nuestras calles, la maldad parece haber anidado ante la indiferencia de la mayoría.
Es cierto que no es normal que haya habitantes de la calle, es muestra de nuestra incapacidad de dar a todos las mismas oportunidades pero lo verdaderamente abyecto es que existan seres que se crean con el derecho de torturar y asesinar a los menos afortunados. Es posible que los victimarios sean a su vez producto de otras formas de violencia, acumuladas en nuestra conflictiva sociedad. Pero ese círculo vicioso tiene que terminar. No es hora de las venganzas, pero sí de justicia.
Gracias a los estudiantes, quienes han protestado por la crueldad y han celebrado un funeral simbólico en memoria de Marco Tulio, conmemorando una existencia que para los demás podía ser de poca estima pero que personificaba a un gran ser humano. Paz en su tumba y gracias por ser el ángel guardián que nos cuidó en la calle.
Dixon Acosta Medellín
@dixonmedellin