La vida, un instante. A propósito del libro Ahora y en la hora de Héctor Abad Faciolince.
Algunos hemos venido definiendo a la gran novela El Olvido que Seremos, como una larga carta de amor de un hijo hacia su padre. Por estos días, el autor de esa entrañable obra nos regala a sus lectores, un documento testimonial, que son varios libros en uno, Ahora y en la hora, el cual podría ser calificado…
Nota preliminar: Esta reseña literaria, fue publicada originalmente en el periódico El Correo del Golfo, en donde el autor publica una columna semanal con su nombre de pila (Dixon Moya).
Algunos hemos venido definiendo a la gran novela El Olvido que Seremos, como una larga carta de amor de un hijo hacia su padre. Por estos días, el autor de esa entrañable obra nos regala a sus lectores, un documento testimonial, que son varios libros en uno, Ahora y en la hora, el cual podría ser calificado como el testamento de amor de un padre a sus hijos, su esposa y amigos. Siendo un texto diferente al primero, Héctor Abad Faciolince vuelve a estremecer el alma del lector.
Este libro no sólo es el testimonio de solidaridad y afecto con una causa justa, la de Ucrania, cuya población ha sufrido la invasión y constantes ataques del poderoso ejército ruso que sigue las ordenes de Vladímir Putin. En ese sentido, el autor se ubica en el lado correcto de la historia, como lo hicieron quienes expusieron el holocausto de los nazis en contra de los judíos, o los que ahora denuncian el genocidio del pueblo palestino por el gobierno de Benjamín Netanyahu, como también lo ha hecho Abad Faciolince.
Los lectores fieles de Héctor Abad, siempre estamos a la espera de una nueva novela suya, pero en esta ocasión nos trae un libro diferente. Algo que no le es ajeno, si recordamos aquel Tratado de culinaria para mujeres tristes, que el mismo autor no sabía definir en su esencia. En el caso de Ahora y en la hora, es un libro misceláneo, en donde aparece como invitada especial, la poesía, que llega por momentos a salvar en aquello que la prosa se reconoce incapaz de resolver. Pero también podría verse como un trabajo penitente, que ayude a compensar el peso de la culpa que atormenta al escritor. Una culpabilidad por demás injusta, porque el autor no es el responsable del suceso que cuenta, ni de la crueldad humana en general.
Ricardo Silva Romero y Héctor Abad Faciolince en la FILBO 2025 (fotografía de Dixon Moya)
El mejor momento de la Feria del Libro de Bogotá del presente año, a mi juicio, se dio en la conversación entre dos escritores colombianos, Ricardo Silva Romero y Héctor Abad Faciolince, uno de Bogotá y el otro de Medellín, que coinciden en el inmenso país de la literatura. En esa deliciosa charla, Héctor presentaba su libro como la crónica de una muerte anunciada, porque de antemano se sabe sobre la muerte de la protagonista, la escritora Victoria Amelina, quien fue asesinada con otras doce personas, incluyendo menores de edad, por un misil ruso, lanzado contra un restaurante, donde sólo había civiles inermes, pero es necesario saber las causas y los detalles del terrible hecho. Héctor había cambiado de sitio en la mesa con Victoria, momentos antes del ataque, hecho que salvó la vida del autor, pero se la cambió para siempre.
El libro del cual hablamos, no sólo trata sobre ese momento terrible, que podría resumirse en la anécdota de un superviviente. No, es mucho más, habla sobre la historia e historias transcurridas en Ucrania, pero también nos acerca a los autores ucranianos o nacidos en lo que es, fue o será Ucrania, que figuran incluso con otras nacionalidades como el gran autor de ciencia-ficción Stanislaw Lem, sobreviviente del Holocausto nazi. Lista a la que se suma Victoria Amelina, a quien seguramente luego del libro de Abad Faciolince será más conocida en nuestro idioma, especialmente su novela Un hogar para Dom.
El texto, también es una reflexión sobre la escritura en general y los motivos para su ejercicio. En el caso de Héctor Abad, llega a la conclusión que escribe para los que él quiere (hijos, esposa, allegados), no como García Márquez que escribía para que los amigos lo quisieran más. Es decir, dos formas diferentes de concebir el acto de la creación literaria con el amor. El escribir y el querer.
Es un libro que invita al diálogo, no impone criterios y creo que el lector puede estar en desacuerdo con algunas ideas expresadas por el autor, que no posa de profeta o gurú, tampoco de héroe. El autor insiste en autodenominarse como un viejo que debería haber muerto en lugar de su joven colega, Victoria Amelina, y no deja de reiterar lo que él llama su cobardía. Disiento profundamente con el autor, en su insistencia en presentarse como cobarde, no lo es, aunque haga todo lo posible por convencernos. Alguien que se presenta con total transparencia, sin fingir lo que no es, sin colgarse medallas como otros lo habrían hecho, no sólo es un hombre honesto, sino valiente, en estos tiempos tramposos y trumposos.
También disiento con Héctor cuando dice que no hay cielo azul como el de Madrid y lo compara con Jericó y el Carmen de Viboral, dos poblaciones entrañables de Antioquia, bello Departamento cuya capital es Medellín. Eso no es cierto, no hay un cielo azul más bello que el de Bogotá a finales de diciembre y comienzos de enero. Aquí la mayoría de lectores subirán la ceja, moverán la cabeza y me renegarán, los entiendo, porque los extranjeros, no suelen venir a Bogotá en esas fechas y la mayoría de bogotanos salen de la ciudad, dejando a quienes nos quedamos un regalo maravilloso. En general, todos tienen la imagen del cielo gris o marrón de mi ciudad, así que ni se lo imaginan. Bueno, la verdad es que cada uno tiene su cielo azul preferido.
En las últimas páginas del libro, hay una profunda reflexión sobre la muerte, la propia y la de los demás, pero muy especialmente la de aquellos que amamos, el peor mal, como lo califica Héctor. “La inmortalidad debió de inventársela un padre que perdió a su hijo”, eso lo dice un hijo que perdió a su padre demasiado temprano en la vida. Cuál es la palabra que designa a quien ha perdido a sus hijos? En español no existe una palabra así, Héctor se pregunta si puede ser deshijado. La Federación española de Padres de Niños con Cáncer, ha propuesto huérfilo, para describir semejante dolor, utilizando la misma estructura del latín.
Héctor Abad, se pregunta si en algún idioma existe una palabra para designar el dolor de los padres que han perdido a sus hijos. En efecto, querido Héctor, en hebreo y en árabe, sí cuentan con las palabras shjol y thaakil respectivamente, pueblos que saben de sobra ese terrible significado, especialmente desde el 7 de octubre de 2023, con el ataque terrorista de Hamás a población civil israelí y el genocidio desatado por el criminal gobierno de Benjamín Netanyahu contra el pueblo palestino de Gaza.
Como diplomático colombiano, creo que un acto de justicia y solidaridad, sería en el futuro abrir una embajada de Colombia en Kiev, además porque nuestro país no sólo a través de personalidades como Sergio Jaramillo (fundador del movimiento #AguantaUcrania) y el mismo autor, han expresado su afecto a Ucrania, sino que cientos de colombianos han participado en la llamada Legión Internacional, aunque sea un tema complejo, pero de todas formas, involucra intereses de compatriotas en el conflicto. Si se me permite la recomendación, creo que el mejor embajador sería Héctor Abad Faciolince, aunque él seguramente no lo aceptaría si se diera esa lejana posibilidad.
Espero que una de las primeras traducciones de este libro sea al idioma ucraniano y ojalá en Compás, aquella editorial que primero se llamó Macondo, nombre tan cercano a los colombianos. Seguramente será bien recibido por los lectores ucranianos, este libro que es varios en uno, crónica de un instante, pero también biografía de valientes que luchan por la paz, elegía de un pueblo heroico que enfrenta a los gigantes de la Tierra, todas y todos ellos, representados en una escritora mártir.
Los seres humanos llegamos a este mundo en una hora determinada, de cierto día, mes y año, así como nos iremos en incierta hora del futuro. La vida, un instante, o como lo dijo otro paisa universal, Juan Esteban Aristizábal, más conocido como Juanes, la vida es un ratico, que así le decía su mamá. La recomendación para los lectores, que este libro no falte en su mesita de noche…o de día. En cualquier caso, que nunca falte, pues tampoco sobra, la oración que conmueve incluso a los agnósticos, Ahora y en la hora de nuestra muerte…Amén.
Dixon Acosta Medellín
En lo que sigo llamando Twitter me encuentran como @dixonmedellin y exploro el cielo azul en Bluesky como @dixonacostamed.bsky.social
Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)
Advenedizo extraviado en la dimensión desconocida. Alguna vez aspirante a diletante cronopio y decantado en aceptable fama. De los pecados, errores y calamidades cotidianas me rescata Patricia, incondicional compañera. Cuando salgo del espejo de Alicia, me pongo corbata, apellidos de pila e intento aplicar lo aprendido en la Universidad Nacional de Colombia y otros gratos centros de estudio, en la diplomacia. Estuve en el desierto y ojalá pudiera dejar huella.
En horario no laboral me pueden ubicar en Twitter:
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