
Nota preliminar: Esta reflexión sobre la maleta de viaje, fue publicada hace algún tiempo en una revista especializada, con mi nombre de pila, Dixon Moya Acosta, como se me conoce en el mundo de la diplomacia y las maletas.
Si de algo tenemos idea los diplomáticos es sobre maletas, sabemos comprarlas, sopesarlas, hacerlas, entendiendo por hacer maletas no el arte de fabricarlas sino la habilidad de meter dentro de ellas ropa y otros elementos innecesarios de uso personal.
Reconocemos los diferentes materiales y de acuerdo a la ocasión, las preferimos de cuero, sintéticas, de tela reforzada impermeable o por el contrario, susceptibles al llanto. Identificamos los broches y los cierres, cual vestido de mujer y sabemos de la importancia de las cremalleras y su cuidado a la hora de cerrarlas, igual que pasa con los pantalones.
La maleta es el único mueble que nos acompaña en los viajes, arrastrándose con sus dos rueditas, alcanzando su brazo mecánico para que no la dejemos abandonada. Es la fiel compañera que alberga los recuerdos de una buena estancia, el vestido nuestro de cada día, la artesanía envuelta en papel periódico, para no quedar convertida en astillas, la botella con el sabor de la tierra que se deja, protegida entre ropa, siempre y cuando las autoridades migratorias no piensen que el líquido pueda servir para hacer algún fatal explosivo. El infaltable libro, que haga más cordial el tiempo que se pasa en las salas de espera, el mismo texto iniciado infinitas veces en los espacios de tranquilidad entre turbulencia y turbulencia, cuando vamos cual pasajeros enlatados, en un avión de juguete a merced de los dioses y sus elementos o caprichos.
Hacer la maleta, eufemismo que encierra toda una disciplina científica. La manera como se condensa, como se comprime, la toma de decisión fundamental, determinar lo útil, lo desechable, lo que se va, lo que se queda. Desde un 11 de septiembre, hay que hacer un doble esfuerzo, eliminar todo elemento sospechoso, como el pequeño cortaúñas, porque alguien puede pensar que con tan peligroso instrumento puede doblegarse a la tripulación y secuestrar el vuelo.
Los diplomáticos sabemos tanto de maletas, que hay una especial rodeada de mitos y misterios, la “valija diplomática”, aunque no suele ser tan glamorosa como se piensa. Incluso existe un departamento, ceremonial y protocolo, que convierte en ocasiones a funcionarios profesionales y especializados en maleteros de lujo de personalidades, gobernantes o estrellas del jet set, con el agravante que no hay propina al término de la jornada.
Cuando se cierra la maleta de viaje, es el punto final de un capítulo personal. Se da la vuelta a otra página en la vida. Pero siempre hay un único puerto, del cual se sale, al cual se llega, en mi caso particular, mi propia Ítaca, un país extraordinario bautizado Colombia.
Dixon Acosta Medellín (nombre literario de Dixon Moya Acosta)
En Twitter, en horas y días no laborales (cuando no hago maletas) aparezco como @dixonmedellin