Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

EL DÍA MAS FELIZ DE MI VIDA

Puerta principal, Capilla de La Bordadita.
Puerta principal, Capilla de La Bordadita.

“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás.” Primera Carta a los Corintios (Biblia), Capítulo 13, versículos 4 – 8, San Pablo.

Los acontecimientos más importantes de mi existencia han sucedido en Bogotá, desde mi nacimiento (suceso doloroso más que importante, mi primer llanto en este mundo). Las primeras veces en casi todo fueron en Bogotá, el día de mi grado en la Universidad Nacional, fecha en que hice dichosa a mi madre-abuela. Pero nunca fui tan feliz como el 22 de diciembre del año 2000, cuando nací a la segunda vida, la de casado, cuando uní mi existencia entera a la generosidad hecha mujer, Carmen Patricia, quien me devolvió la confianza en el ser humano.

Nuestra historia no difiere de la de muchos, una pareja que se conoce en un evento social, luego una cita en la cual hay risas, lágrimas y aparece la sublime certeza del destino, comprobar que sí existe el alma gemela, pocos meses más tarde un nuevo encuentro para contraer matrimonio. El lugar, la Bordadita, una entrañable capilla que es también monumento nacional, rincón espiritual de la Universidad del Rosario, el centro de estudios más antiguo de Colombia. El nombre de la capilla se debe a una bella y pequeña imagen de la Virgen, cuadro que luce un manto finamente bordado.

Cuadro de la Virgen de la Bordadita
Cuadro de la Virgen de la Bordadita

El 22 de diciembre del 2000, tuve que trabajar hasta medio día en mi oficina, pues no deseaba dejar cosas pendientes sobre el escritorio (virtud o defecto que he mantenido). Mario, mi amigo y padrino, me recogió en su vehículo, me llevó a la peluquería y luego nos desplazamos a su casa, en donde vestí el traje que luciría en la ceremonia.

El reloj era implacable, comencé a preocuparme pues mis padrinos, Olga y Mario, todavía no estaban listos. Faltando menos de una hora, salimos hacia la iglesia ubicada en el centro de la ciudad, avanzábamos de manera lenta, la Avenida de las Américas lucía más complicada que nunca y un trancón (embotellamiento) bogotano comenzaba a insinuarse en la distancia, desesperé en silencio.

De repente, una ambulancia se abrió paso con su sirena a todo volumen, Mario, doctor en filosofía y profesor universitario quien confiesa que pudo haber sido un excelente taxista por su pericia al volante, se unió al cortejo de emergencia, siguiendo la ambulancia. Esta situación inesperada, la interpreté como la ayuda divina que me facilitó llegar puntualmente. En el parqueadero, salté del vehículo y comencé a correr a la iglesia, justo en el momento en que nuestros otros padrinos Marthaluz y Pedro llegaban con Patricia, ellos tuvieron que dar una vuelta extra, para evitar que yo viera a la novia antes de tiempo.

Entré a la capilla como una exhalación, saludando rápidamente a los contados asistentes, amigos y familiares que nos acompañaron. Sin anunciarme, ingresé a la oficina sacerdotal, en donde pedí un vaso con agua. Como suele sucederme en los actos trascendentales y este era el más trascendental de todos, estaba sin saliva, totalmente seco, el nerviosismo a flor de piel.

El sacerdote me invitó a tomar mi posición y seguí con la ansiedad, hasta el momento en que se abrieron las puertas y mi novia entró del brazo de Juan Carlos, su cuñado, quien me la entregaría. Esa imagen vestida de blanco con velo de tul fue mi salvación, la adorada presencia me tranquilizó, regresó la saliva, terminaron temores y tremores. Luego me enteraría que Patricia estaba muy calmada hasta que ingresó y al observarme tan tranquilo, comenzó a temblar.

La ceremonia transcurrió cumpliendo todos los pasos, aunque no el de las telenovelas (cuando el sacerdote pregunta si alguien conoce un impedimento para la boda). Al final, nos dimos el primer beso de miles que hemos repetido, siempre como si fuera el único. Cada amanecer hemos renovado nuestros votos de amor desde aquel bendito día, el mejor de mi vida.

Dixon Acosta Medellín (quien figura en el registro de casado como Dixon Moya)

En Twitter, menos en días especiales como el aniversario de bodas: @dixonmedellin

 

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