
El chisme no es sólo una institución nacional, podría decirse que es patrimonio inmaterial e intangible de la humanidad (así debería reconocerlo la UNESCO), por ello es tan difícil de eliminar así sea por decreto, como alguna vez lo intentó un alcalde de Icononzo, municipio del Departamento colombiano del Tolima.
En Colombia le damos muchos nombres al chisme, si es político le llamamos alborotar el cotarro ó estar en el sonajero, si es social lo elevamos al arte del cotilleo, en noticieros, periódicos y revistas inventan secciones “especializadas”, con títulos rimbombantes como confidenciales, código secreto, teléfono rosa, alto turmequé; hasta los hemos llamado en inglés como sweet, versión dulce de gossip. Las abuelas a las horas de las onces o medias nueves hablaban del “costurero” y cuando se trata de temas artísticos o culturales, los intelectuales acuñaron conceptos respetables como la tertulia o el taller literario, en donde aparte de las reglas para saber escribir, se ventilan miles de sabrosas anécdotas de libros y escritores.
Incluso en los sobrios y ceremoniales corredores del Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería colombiana, se sintoniza lo que alguien bautizó como “radio pasillo”, emisora que en voz baja da las primicias de nombramientos, traslados y destituciones. Es la misma casa que fue el primer hogar presidencial colombiano, el Libertador Simón Bolívar y Manuelita Sáenz, en su momento motivaron muchos chismes de sus vecinos.
La fuerza del rumor, puede ser insospechada como la historia garciamarquiana de un pueblo que se incendia por un comentario dejado a la voluntad del viento. Una señora ha tenido un sueño apocalíptico sobre la destrucción de su poblado, relato que después de ires y venires todo el mundo da por profecía inminente, hasta cumplirla, pues al final, llenos de pánico los vecinos abandonan sus casas y para que la desgracia no se apodere de sus viviendas, deciden quemarlas. El chisme ha generado seguramente más de una novela galardonada, muchas biografías no autorizadas, “chivas” periodísticas basadas en informaciones extraoficiales o no confirmadas y seguramente algún libro de historia dado por cierto.
Hay chismes de todos los tamaños y colores, algunos malsanos, otros divertidos e inocuos, unos basados en la envidia, otros en la fantasía de aspirantes a escritores. Es otra manifestación de la tradición oral, que sigue viva en los medios modernos de comunicación, una forma de narración de juglares iletrados y fuente de sustento de algunos cultos periodistas. Las modernas redes sociales en Internet, en ocasiones son simples correas transmisoras del rumor. Nadie puede tirar la primera piedra en esta volátil y sutil materia, todos hemos conjugado el verbo chismear. Hemos sido verdugos y víctimas del chisme, confiando en que no haya mutado a la venenosa calumnia, de la cual, algo siempre queda.
Pero lejos de lo que puede pensarse, considero acertada aquella decisión del alcalde de Icononzo, sobre prohibir los infundios y falsos testimonios en su jurisdicción, por la sencilla razón que promovió el chisme más memorable y benévolo de su población, dándole resonancia universal. Con seguridad si el mandatario local, hubiera pavimentado una carretera o edificado una escuela, ningún medio internacional como la británica BBC o la multinacional CNN, para dar dos ejemplos, se hubieran ocupado de ese municipio y no se habrían preguntado con vivo interés, en donde estaría situado ese pueblo de lengüilargos, chismosos o curiosos y bien informados colombianos.
Dixon Acosta Medellín
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