Nota preliminar: Esta reseña fue publicada originalmente en El Correo del Golfo, periódico con base en los Emiratos Árabes Unidos, en donde el autor firma con su nombre de pila (Dixon Moya). Dedicado a la querida concertina Sara Lucía Alba Mogollón. En numerosas ocasiones he escrito sobre The Beatles, como la más reciente nota a propósito del inolvidable…
Nota preliminar: Esta reseña fue publicada originalmente en El Correo del Golfo, periódico con base en los Emiratos Árabes Unidos, en donde el autor firma con su nombre de pila (Dixon Moya).
Dedicado a la querida concertina Sara Lucía Alba Mogollón.
En numerosas ocasiones he escrito sobre The Beatles, como la más reciente nota a propósito del inolvidable concierto que ofreció Paul McCartney en Bogotá en noviembre pasado, en su gira mundial. Hoy vamos a destacar a un colombiano imprescindible que tocó con el grupo británico y quien aparece al menos en dos de las grabaciones clásicas de los cuatro de Liverpool.
Carlos Villa, archivo personal Lina Quintero, revista Semana.
Nos referimos a Carlos Villa (Cali 1939 – Medellín 2023), considerado el violinista colombiano más destacado de nuestra historia, concertino de la Orquesta Filarmónica de Londres y de otras agrupaciones de importancia a nivel mundial. Para quienes no lo sepan, concertino es el violinista líder de la sección de cuerdas, quien ejecuta los solos de violín y suele ser la mano derecha del director, a la hora de afinar los instrumentos de la orquesta.
Carlos Villa, archivo personal Lina Quintero, revista Semana.
En Cartagena de Indias, ciudad caribeña en la que Carlos Villa se crio y estudió en su conservatorio, en los años cuarenta del siglo XX, descubrió a un violinista legendario llamado Yehudi Menuhin quien había sido invitado a un festival internacional de música, quien le cambió el destino, pues hasta ese día el jovencito colombiano estaba interesado en el piano. Villa viajó a Filadelfia y a Suiza, buscando a Menuhin, de quien fue alumno y amigo.
En Filadelfia estudió con el director Efrem Zimbalist, violinista de origen ruso y afincado en los Estados Unidos, quien fue maestro de violinistas como Aaron Rosand, Harold Wippler, Oscar Shumsky, Hidetaro Suzuki, entre otros. Fue padre y abuelo de dos actores reconocidos en el cine y la televisión, Efrem Zimbalist Jr. (Sola en la oscuridad, 1967) y Stephanie Zimbalist (Remington Steele). Carlos Villa a los 16 años ya fue solista con la orquesta de la ciudad.
En 1963 Carlos Villa llegó a Londres y se hizo amigo de la escritora Penélope Mortimer (célebre por la novela “El devorador de calabaza” y la biografía “Reina Elizabeth: la Reina Madre”), quien lo invitó a una fiesta, a la que llegaron dos jóvenes rockeros, que comenzaban a ser famosos. Mortimer conocía a Paul McCartney desde muy joven. McCartney en esa fiesta estaba con George Harrison, quienes le contaron que en el futuro deseaban hacer una fusión de su música con instrumentos clásicos y así sucedió años más tarde.
Al tiempo que trabajaba en la Orquesta Filarmónica de Londres, Carlos Villa fue llamado para grabar en el mítico estudio de Abbey Road. Se grababa en las madrugadas con el productor George Martin, por separado y no con los Beatles, el único que asistía a las grabaciones era Paul McCartney con quien recordó su encuentro inicial y Villa tuvo oportunidad de participar en la grabación de dos canciones clásicas, “Eleanor Rigby” y “A day in the life”, que todos los seguidores de los Beatles recuerdan por el sonido de las cuerdas.
Ahora bien, el Maestro Carlos Villa, fue mucho más que su anecdótica participación con los Beatles, cuyo título sirve cual anzuelo para destacar una extraordinaria vida. En aquel maravilloso año de 1967, Villa fue nombrado concertino de la Orquesta Filarmónica de Londres, en la que estuvo por cinco años con directores como Sir John Barbirolli, Daniel Barenboim, Leopold Stokowiski, entre otros. En 1973 fue designado concertino de la Camerata Académica de Salzburgo en Austria.
Carlos Villa con Horst Buccholz en El gran Vals.
Carlos Villa participó en varias producciones cinematográficas, como El gran Vals (1972), biopic de Johann Strauss dirigido por Andrew L. Stone con Horst Buchholz, Mary Costa y Nigel Patrick. Berlín Blues (1988), musical español, dirigido por Ricardo Franco, con Julia Migenes, Keith Baxter, José Coronado y Javier Burruchaga. También compuso algunas canciones para cintas como Sor Metiche (Unos granujas decentes, 1980), de Mariano Ozores con María Victoria, Antonio Ferrandis, Barbara Rey, el spaghetti western Duelo a muerte (1981), Los diablos del mar (1982), dirigida por Juan Piquer Simón.
Capítulo aparte es la colaboración de Carlos Villa en una película de culto, Margarita y el lobo (1970) de Cecilia Bartolomé, en donde tuvo a cargo la música e incluso se interpreta a sí mismo como uno de los músicos que acompañan a la protagonista. Mientras preparaba esta nota, el programa Días de Cine en su XII Gala de entrega de premios cinematográficos le daba un reconocimiento especial a la directora Cecilia Bartolomé, quien sin duda revolucionó a España con esta cinta que fue prohibida por el régimen franquista. Lo que seguramente muchos ignoran es que un colombiano es el responsable de la música, que juega con la experimentación y la fusión de melodías o canciones conocidas con nuevos sonidos.
Aunque Carlos Villa pudo quedarse en Europa para proseguir su exitosa carrera, prefirió regresar a Colombia, para compartir con sus compatriotas su arte y conocimientos, como intérprete, pero también como profesor de las nuevas generaciones de músicos clásicos. En los últimos años de su vida, estuvo vinculado a la Orquesta Filarmónica de Bogotá, especialmente a la orquesta juvenil de la agrupación, gracias a la invitación de David García, director general de la orquesta, la cual es patrimonio cultural de la nación.
Carlos Villa fue conocido entre los habituales espectadores del auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, en donde la Filarmónica ofrece sus conciertos los sábados, como el violinista de las medias (calcetines) rojas, distintivo de su atuendo, que me recuerda a Las zapatillas rojas, ese cuento de Hans Christian Andersen que, gracias a la película de 1948, se relaciona con la danza y la música clásica.
Que nunca sea tarde, para hacer el homenaje a quien se lo merece. Ya saben amables lectores, que cuando escuchen “Eleanor Rigby” o “A day in the life”, hay un violín colombiano dando sus mejores notas.
Dixon Acosta Medellín
En lo que sigo llamando Twitter, a la hora del recreo me encuentran como @dixonmedellin
Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)
Advenedizo extraviado en la dimensión desconocida. Alguna vez aspirante a diletante cronopio y decantado en aceptable fama. De los pecados, errores y calamidades cotidianas me rescata Patricia, incondicional compañera. Cuando salgo del espejo de Alicia, me pongo corbata, apellidos de pila e intento aplicar lo aprendido en la Universidad Nacional de Colombia y otros gratos centros de estudio, en la diplomacia. Estuve en el desierto y ojalá pudiera dejar huella.
En horario no laboral me pueden ubicar en Twitter:
@dixonmedellin
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