Líneas de arena

Publicado el Dixon Acosta Medellín (@dixonmedellin)

De aviones y pilotos

aquellos magníficos hombres
«Esos magníficos hombres en sus máquinas voladoras» (1965)

Algunos en la vida, tenemos la bendita contradicción de viajar con cierta frecuencia en los aviones y en casos como el mío, resulta una extraña combinación de sentimientos y sensaciones, que va desde la fascinación pueril por la pregunta eterna de cómo es posible que un aparato tan pesado pueda volar, hasta el terror más intenso al saber que uno va a varios miles pies de altura y bajo sus propios pies, solo hay el vacío, la nada.

 

Hay tres situaciones tensas en un vuelo, despegue, aterrizaje y lo que hay en el medio, una sucesión de movimientos denominada de forma profiláctica “turbulencias”. “No se alarmen, señores pasajeros que estamos pasando por una zona de turbulencias”, dice la amable auxiliar de cabina. Uno pensaría si es una “zona” perfectamente identificable porqué no evitarla, reflexión del supino ignorante que va amarrado a su silla, cerrando los ojos, mientras se multiplican los llantos y gritos de los bebés, los seres más sensibles a los cambios en el avión.

El que lea esto pensará que odio volar y la verdad es todo lo contrario, repitiéndome se trata de una extraña fascinación y me gusta cumplir con todos los ritos que están involucrados en un viaje por vía aérea. Además soy un convencido que se trata del sistema más seguro que existe, aunque uno no esté exento de aparecer (o perecer) en la pequeña estadística de fatalidad. Sin embargo, si se mira bien las recientes tragedias, se han dado por cuestiones ajenas a los aparatos y profesionales que intervienen en esa larga cadena de actividades que involucra un vuelo.

En los conocidos casos del año pasado, uno de los aviones fue impactado por un misil en medio de una guerra, en la cual las mentiras son tan ofensivas como los ataques, el otro avión desaparecido sin dejar rastro, pudo haber sido deliberadamente desviado, como lo que habría sucedido en la reciente tragedia de un avión alemán en territorio francés, cuando aparentemente el copiloto se habría suicidado, llevándose de paso a otras 150 vidas, lo cual no sería un suicidio, sino un acto de odio contra el género humano. Paz para las víctimas y consuelo para sus familiares y amigos, entre los cuales hay compatriotas colombianos.

Pero en los mencionados incidentes no se trata del llamado “error humano”, pues aparentemente fueron actuaciones conscientes, motivadas por el odio, la locura, el fanatismo o la enfermedad. En un accidente normal, quizás pueda hablarse al final del “error humano”, pues incluso si hay un desperfecto técnico o mecánico, hubo alguna acción u omisión de una persona que facilitó la aparición del problema. Sin embargo, surgen variables que nadie puede controlar, como el clima, acciones involuntarias de todos los que intervienen en el control de un vuelo, e incluso de los mismos pasajeros, que no son achacables a la tripulación, como cuando hay borrachos o fumadores irresponsables.

Sea el momento para hablar bien de los pilotos, pues es frecuente responsabilizarlos de los problemas. Incluso en los años 80 fue exitosa aquella película cómica en donde se ridiculizaba la figura del comandante de vuelo (“Y dónde está el piloto?”). Es interesante como una actividad tan seria, puede ser objeto de risa, como esta cinta o la del afiche que encabeza el presente artículo, “Esos magníficos hombres en sus máquinas voladoras”, deliciosa comedia británica de 1965 que cuenta una supuesta carrera de aviones entre Londres y París en 1910.

Conozco a varios pilotos y como sucede con cualquier colectividad humana, hay de todo como en botica, pero en su mayoría son personas buenas dedicadas a su labor. Es motivo de orgullo para Colombia, saber que en países tan lejanos como Qatar o los Emiratos Árabes Unidos han reconocido el profesionalismo de nuestros pilotos, quienes con sus familias han conformado las primeras comunidades colombianas en la Península Arábiga.

La figura del piloto, es a la que siempre señalan cuando hay algún problema. Pero casi nunca se les reconoce por un trabajo que conlleva tanta responsabilidad y sujeto a tensiones permanentes. Por ello, no considero un acto de provincialismo ingenuo cuando los pasajeros aplauden al aterrizar la nave. Esa espontánea manifestación que no es exclusiva de Colombia, pues la he visto en otras partes del mundo, resulta ser el natural premio de quien está agradecido con quien lo ha llevado con bien a su lugar de destino.

Una espera que los pilotos sean ángeles (casi siempre lo son), ya que son capaces de emprender el vuelo. Ángeles de la guarda además, para quienes temblamos de emoción y temor cada vez que vamos en esas cápsulas metálicas surcando los cielos.

Dixon Acosta Medellín

En Twitter (luego del aterrizaje): @dixonmedellin

 

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