Nota preliminar: Esta columna se publicó originalmente en el periódico “El Correo del Golfo” medio en español del Medio Oriente, con los apellidos de pila de su autor.
Ha fallecido uno de los grandes del cine mundial, quien conservaba una modestia tan pasmosa que no parecía serlo, pues era un señor camuflado ente la gente con una cámara fotográfica al cuello. Carlos Saura, autor fundamental de obras consagradas y de otras que están en permanente descubrimiento, el maestro que fue homenajeado en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI) en 2010, cuando el certamen cumplía su cincuenta aniversario, tuvo su propio dorado en Colombia, sobre el cual hoy hablaremos.
El Dorado hace parte de la identidad colombiana, más que una leyenda inventada por los indígenas para confundir y desviar la ambición de los conquistadores españoles ávidos de riqueza, aventura y también de fantasía, se trata de una realidad palpable, el oro que vestía de pies a cabeza al cacique que cumplía con el ritual fundacional de la cultura Chibcha, el oro que ha sido explotado hasta la saciedad y continúa surgiendo de las entrañas colombianas, el oro del museo más grande del mundo en su género que habita una esquina bogotana, el oro de las cadenas de criminales y cantantes, el oro en los dientes de las abuelas, el mismo oro que inspiró a Carlos Saura, buscar la historia que había ilusionado o enloquecido a compatriotas suyos hace siglos, específicamente el caso del furibundo Lope de Aguirre y Pedro de Ursúa, fundador de ciudades colombianas como Pamplona, tan cercana en el sentimiento a quien esto escribe.
Como todos saben, Carlos Saura dirigió El Dorado (1988), película que fue rodada en Costa Rica, pero lo que muchos ignoran es que él deseaba filmarla en Colombia y estuvo empeñado en que fuera una coproducción colombo-española. Se trató posiblemente de su empresa más costosa y ambiciosa, que generó imprevistos y problemas, pues como saben bien los valientes realizadores la dificultad de recrear los escenarios selváticos. Una gran producción que en su momento no fue valorada, pero que representa una reflexión crítica sobre la empresa conquistadora y la misma condición humana. Saura visitó Bogotá en 1984 y tuvo diversas reuniones para concretar su proyecto y tuvo tiempo para conceder una entrevista a la Revista Semana, en la cual bosquejó lo que sería aquella película.
La película se proyectaba bajo el título de “La Aventura del Dorado” y sería una coproducción entre Francia, España y Colombia. Carlos Saura reconocía que deseaba hacer algo diferente luego de filmar “Bodas de Sangre” y “Carmen”. Interesado en la figura de Lope de Aguirre, Saura buscaba mayor fidelidad histórica que la versión de Werner Herzog y para lograr ese rigor manifestaba que requería toda la colaboración colombiana necesaria, tanto en el aspecto técnico como artístico. La entrevista es muy interesante porque el director español habla de su pasión y su método a la hora de crear obras cinematográficas. Al final, deja una primicia (que no fue), deseaba que el protagonista fuera el actor francés Gerard Depardieu. La entrevista completa puede leerse aquí:
https://www.semana.com/saura-filma-el-dorado/4519-3/
Ahora bien, ¿qué salió mal? Por qué no hubo participación colombiana en esa historia que lo es tanto. Lo ignoro, quizás un allegado a Saura, algún día pueda contar esa parte del relato, aunque sabemos que en el cine difícilmente se logra llevar a cabo lo que se sueña.
De todas formas, la película que tuvo en el reparto actoral a los reconocidos Omero Antonutti, Lambert Wilson y a una jovencita Inés Sastre en su debut cinematográfico, se inicia justamente con la escena que rememora el baño ritual del cacique muisca cubierto en oro en polvo que se sumerge en las aguas de la laguna Guatavita, localizada en el centro de Colombia. Escena que antes de Saura, un anónimo artista indígena plasmó hace cientos de años en una de las piezas más valiosas del Museo del Oro en Bogotá, la Balsa Muisca. Sea el momento para visitar el museo o ver la película del Maestro Carlos Saura, quien descansa en paz y en cine.
Dixon Acosta Medellín
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Advenedizo extraviado en la dimensión desconocida. Alguna vez aspirante a diletante cronopio y decantado en aceptable fama. De los pecados, errores y calamidades cotidianas me rescata Patricia, incondicional compañera. Cuando salgo del espejo de Alicia, me pongo corbata, apellidos de pila e intento aplicar lo aprendido en la Universidad Nacional de Colombia y otros gratos centros de estudio, en la diplomacia. Estuve en el desierto y ojalá pudiera dejar huella.
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