De un tiempo para acá he tenido sentimientos cruzados sobre Bogotá. Entre las cosas que me gustan están los cerros orientales, los días de clima frio cuando no llueve, los rinconcitos de los barrios olvidados del centro y los paseos por la sabana. Esta misma Bogotá, sin embargo, últimamente me resulta aplastante.
Hay días que lo intento. Pongo mi mejor cara y “salgo a enfrentar el mundo”. La energía me dura los primeros 10 minutos, luego de que me doy cuenta de que subirse a un Transmilenio es una tarea imposible. La peor parte es aceptar que no hay mas remedio que empujar “a las malas” o dejarse llevar por la corriente de otros desesperados que también necesitan llegar a alguna parte a una cierta hora.
Ahora que lo recuerdo, solo hasta que decidí mudarme a unas pocas cuadras de la que entonces era mi oficina y utilizar la bicicleta como medio de transporte, la ciudad y yo nos dimos una tregua. Estas reflexiones me surguen a raíz de la última Revista Hemispheres, que me encontré en los aviones de United Airlines en mi maratón de vuelos de Bogotá a Bangkok. La publicación tiene como portada una foto en la que se dejan ver las texturas de un edificio de fachada de ladrillo (bien podría ser una obra de los maestros Dicken Castro o Rogelio Salmona) y el artículo se titula “Tres días perfectos en Bogotá”. La periodista propone tres rutas en las que recomienda lugares como la Plaza de Mercado de Paloquemado, Monserrate, La Puerta Falsa, Central Cevichería, el Taller del Té y el B.O.G. Hotel, entre otros.
Y acá es donde viene la paradoja. Ver a mi ciudad en la portada de una revista leída por miles de viajeros de todo el mundo me dio orgullo. Las fotos de la Candelaria, la panorámica que ofrece Monserrate, los platos típicos, la restaurada estación del Tren de la Sabana de Zipaquirá, el interior dorado de la iglesia de San Francisco, me dieron nostalgia y ahí fue cuando entendí esta relación de odios y amores, que supongo varios tenemos con la “ciudad vibrante” que propone la reportera en su artículo y de la que muchos a veces queremos escapar.
Foto: María Camila Peña B.