En el alba, cuando el sol apenas roza la piel de la Ciénaga, el agua despierta con un murmullo que recuerda secretos de distintos pasados. Este lugar, en el que la tierra y el agua se abrazan, es testimonio vivo del encuentro entre la naturaleza y quienes la habitan.

Barcas de madera desgastadas se deslizan como espectros sobre un espejo de agua, llevan consigo pescadores que conocen cada rincón del laberinto acuático. Aquí, el tiempo tiene su propia lógica, pausado y generoso, como si los días estuvieran atados a la respiración lenta de los manglares que la rodean.

La Matuya o “Ciénaga Matuya” como la llaman aquí, no es solo una ciénaga; es una memoria colectiva. Sus aguas cuentan historias de lucha, de supervivencia y de un amor profundo por lo que ofrece y reclama. Sus pobladores; sus pescadores y las comunidades que la han habitado desde siempre, son las que mejor nos pueden contar, cuál ha sido su historia.

“Los pescados no van al colegio porque se les mojan los cuadernos” me dice Dionisio Morelos Miranda, conocido como Oni, quien me guía en la vastedad de las aguas provenientes del Magdalena, el sol del Caribe cubre su piel negra, la de los primeros migrantes que poblaron estas tierras, Dionisio hace referencia a la sabiduría de la naturaleza pero también a la relación estrecha de los habitantes de esta región con las aguas que vienen de atravesar  casi completo nuestro país, Dionisio es un pescador oriundo de Gamero, un comunidad que ha dado origen a músicos icónicos como el gran Magin Díaz Garcia. La historia de estas comunidades es compleja, en la ciénaga, y los pueblos de los Montes de María, Mahates, Gamero e incluso el mítico Palenque, el mestizaje entre indígenas y afro produjo un brote creativo histórico.

Desde hace unos años vengo trabajando y acompañando a la Red Antorchas, una Organización Social que promueve el diálogo y el tejido social, a través del a cultura, en especial la cultura que se teje con las tradiciones de esta región, música y danzas en su mayoría. La Red Antorchas ha tenido un trabajo de reconocimiento en estas comunidades, uno de sus logros más importante es la posibilidad de hacer cultura en medio del conflicto, de enfrentar con música, solidaridad y esperanza, las realidades históricamente complejas de Los Montes de María. Ahora la Red tiene otra prioridad, defender el paisaje cienagero y la biodiversidad amenazada por distintos fenómenos contemporáneos. Este año una de las jóvenes de Gamero, de la red Antorchas representará en Suiza el Informe Alterno sobre las Infancias en Colombia, un documento de numerosas organizaciones defensoras de DDH, el cambio climático es una amenaza latente de las comunidades costeras y comunidades que habitan cuerpos de agua como la Matuya.

Es sumamente interesante pensar en estas comunidades en momentos en que los ojos del mundo se vuelcan al turismo en Colombia, este año los viajes en río Magdalena fueron seleccionados como uno de los 50 lugares que se deben visitar, según el diario The New York Times, probablemente el medio más influyente en el mundo.

En este viaje quisimos recorrer la Ciénaga de la Matuya; el viaje desde Cartagena toma 2 horas para llegar al corregimiento de Gamero, a las puertas de Los Montes de María, para llegar a Gamero desde Cartagena debemos ir hacia el sur y tomar la Carretera troncal de occidente. Esta es la vía que conecta a Cartagena con la ciudad de Medellín. Se pasa por  Turbaco, Arjona, Gambote, Sincerín, la Cruz del Vizo y Malagana. 1 km después de Malagana se encuentra la carretera que conduce a Mahates. Gamero se encuentra luego de transitar 7 km en esta vía; a unos 3 km después de Gamero se encuentra Mahates, al llegar, bajo un sol de 32 grados, tomamos una lancha delgada, lo hacemos con los pescadores que son los guías.

La Ciénaga de la Matuya, enclavada en las llanuras del norte de Colombia, es una extensión de agua de gran riqueza ecológica, parte del vasto sistema hidrológico que conecta con el Canal del Dique. Este cuerpo de agua abarca aproximadamente 1,500 hectáreas, fluctuando según las estaciones de lluvia y sequía que moldean su geografía. Alimentada por el caudal del canal, una obra de ingeniería hidráulica iniciada en la época colonial y finalizada en 1650, la ciénaga representa un vínculo directo entre el río Magdalena y los sistemas lagunares de la región. El Canal del Dique, con sus 115 kilómetros de longitud, transforma la dinámica hídrica del área, regulando las aguas y fertilizando los suelos, pero también plantea problemas en la salinización y sedimentación.

Rodeada de manglares, totorales y pequeños poblados, la Ciénaga de la Matuya es un microcosmos de biodiversidad donde se preservan especies como el caimán aguja (Crocodylus acutus), amenazado por la caza y la pérdida de hábitat, y aves emblemáticas como la garza rosada (Platalea ajaja), el Gavilán Caracolero y el águila pescadora (Pandion haliaetus). En sus aguas habitan peces vitales para la subsistencia de las comunidades locales, junto con tortugas hicoteas (Trachemys callirostris) que encuentran refugio en sus orillas. Este ecosistema es un paisaje donde las aguas cuentan historias de resiliencia, pero también advierten sobre los impactos de la intervención humana. En nuestro recorrido un ave, una garza rosada se encontraba atrapada y deshidratada, Dionisio la tomó en sus manos con fuerza y agilidad, parece cuidarla, quererla, con el amor duro de las personas que les ha tocado vivir con esfuerzo. “No le puedo llevar de su casa” que es la ciénaga, porque allí ella tiene todo, tiene sol, agua y comida, “pa que más”.

Arnoldo Arrieta es un líder social de la región, desde niño, hace más de dos décadas ha visto la transformación de Los Montes de María y el cambio que se ha venido dando en este territorio, describe cómo la comunidad enfrenta el reto de mantener la soberanía alimentaria en un ecosistema cada vez más degradado. La crisis ambiental ha diezmado los recursos que, por generaciones, han sustentado a las familias de la ciénaga. La escasez de peces ha llevado a prácticas de pesca nocivas, afectando la biodiversidad y poniendo en riesgo la alimentación de la población. Además, estas problemáticas han derivado en problemas de salud y desnutrición, afectando especialmente a los más vulnerables.

El impacto de la modernización y la llegada de inversionistas reconfiguran la identidad del territorio. Aunque la gentrificación podría parecer una realidad distante, la transformación del canal del Dique en un corredor logístico amenaza las tierras que los campesinos han usado para la siembra. En este contexto, la comunidad enfrenta la posibilidad de perder sus espacios tradicionales en favor de proyectos industriales y turísticos. La ribera del canal, antes dedicada a la agricultura de subsistencia, podría verse convertida en un espacio de bodegas y albergues para la logística portuaria, comprometiendo el sustento de muchas familias campesinas.

Arnoldo enfatiza la importancia de incluir a las comunidades en la gestión ambiental. Las decisiones tomadas sin consultar a los pobladores han exacerbado el deterioro ecológico de la ciénaga. Recuperar las entradas y salidas naturales del agua, aprovechar los conocimientos ancestrales y reconocer a los habitantes como guardianes del ecosistema sería clave para revertir la situación. Considera que las instituciones responsables de la protección de estos ecosistemas no pueden seguir actuando bajo intereses burocráticos, sino que deben colaborar con quienes mejor conocen y han habitado el territorio durante generaciones.

En medio de este conflicto social y medioambiental, las mujeres y los jóvenes juegan un papel esencial en la defensa del territorio. Son ellos quienes mantienen viva la memoria de los mayores y transmiten a las nuevas generaciones los saberes que garantizan la sostenibilidad del ecosistema. Desde la Red Antorchas, se impulsa el diálogo intergeneracional y acciones afirmativas para que el conocimiento no se pierda. La organización ha promovido iniciativas de capacitación y espacios de discusión donde se fortalecen los lazos comunitarios y se fomenta la resistencia cultural.

Durante la primera hora de recorrido en la Ciénaga, parecía difícil vislumbrar cual era el cielo y cual el agua, un eterno espejo solo molestado por aves de todos los colores, en el centro, como una escena Macondiana, un antiguo acueducto abandonado y sumergido, terminó siendo el refugio de una Lechuza que salía a recibirnos “es su casa desde hace años” me dice Dionisio entre risas mientras me muestra su nido, el amor que le tiene Dionisio a su ciénaga es el caldo de cultivo perfecto para una comunidad cuidadora de un lugar importante de la biodiversidad Colombiana.

En nuestro recorrido por los Manglares terminamos compartiendo con Pescadores de diferentes pueblos alrededor de la Ciénaga, la Ciénaga es también una autopista un canal de comunicación entre las diferentes comunidades. Diría que una de las experiencias más bellas del viaje y quizás de mi vida fue precisamente compartir el café preparado prácticamente en una hoguera sobre el agua, con los pescadores, todos en las lanchas contando historias.

La Matuya no es solo esta Ciénaga bien puede ser la metáfora de Colombia, el segundo país más biodiverso del planeta, un país que con urgencia hay que preservar, un país con una vocación de turismo verde, casi que para siempre. La Matuya es tambén el Cañon del río Güejar, es el Inirida con sus Mavi-Cure, es tambén La Lindosa en el Guaviare, las selvas extrañas de los Indios Macagüan en Arauquita, los cerros nevados y místicos del GÜican, las playas eternas y secretas del Baudo, todos sitios a los que mi trabajo me ha llevado y unos de los miles de lugares que podría seguir nombrando.  

Con las nuevas realidades de turismo navegable en el Magdalena y el Canal del Dique, el renacer de un río y una región, que naturalmente evoca el universo de Gabo, se plantean retos de gran complejidad para las comunidades, en la Ciénaga de la Matuya, las comunidades enfrentan un complejo equilibrio entre preservar sus tradiciones y adaptarse a un entorno en constante transformación. El turismo, que llega como una promesa de progreso, también trae consigo el riesgo de desdibujar la identidad de la cultura local,  transformando sus prácticas ancestrales en meras atracciones escénicas. A esto se suma el impacto de los conflictos socioeconómicos, que desplazan prioridades y desgastan los vínculos comunitarios. Este fenómeno, que podría llamarse la “gentrificación de la periferia”, se manifiesta en la reconfiguración de los espacios rurales por intereses externos, donde lo autóctono es apropiado y reformulado para el consumo foráneo, dejando a los habitantes en una lucha silenciosa por mantener el alma de su territorio.

Sin embargo, la historia de la Ciénaga de la Matuya no solo es una crónica de desafíos, sino también de resistencia. Las comunidades han comenzado a organizarse, reconociendo que en sus tradiciones, en su conocimiento ancestral del agua y la tierra, radica el poder de reinventarse. Jóvenes líderes emergen con nuevas propuestas de desarrollo sostenible que buscan reconciliar la conservación con la innovación. La lucha por la Matuya es también la lucha por una justicia que considere a la naturaleza como aliada y no como recurso. El corazón de la Matuya no es solo la naturaleza, sino sobre todo las comunidades que allí han sabido habitarla de otra manera.

Mientras el sol se oculta sobre el espejo de la ciénaga, su reflejo evoca la posibilidad de un futuro diferente: uno donde el desarrollo no signifique desplazamiento ni destrucción, sino la oportunidad de redescubrir, proteger y honrar la vida que fluye en lo profundo y en el borde de sus aguas.

Avatar de Diego Aretz

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.