El reciente informe del Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas sacudió al país con un dato que se sintió como una bofetada: 20.000 cuerpos sin identificar en un Hangar en el aeropuerto EL Dorado. Más allá del gran debate que se ha generado, esa fría estadística logró lo que pocas veces ocurre: que el país volteara a mirar, aunque sea por un instante, a las miles de personas cuya ausencia ha sido silenciada durante años.

Más de 30 medios de comunicación citaron el informe. Las redes sociales, las cabeceras de los periódicos y las conversaciones cotidianas se poblaron de titulares y discusiones sobre esos 20.000 cuerpos. Y, sin embargo, esa cifra, tan impactante como parece, es apenas un eco de una realidad mucho más devastadora: en Colombia hay más de 120.000 personas desaparecidas. Esa magnitud nos coloca, con toda probabilidad, como el país con más desaparecidos en el mundo. Un récord que nadie quiere ostentar.

El informe del Comité tiene un valor inmenso, no solo por los hallazgos preliminares que presenta, sino porque logró poner en el centro del debate nacional un tema que había permanecido enterrado, como los mismos cuerpos que se buscan en fosas clandestinas o en cementerios olvidados. Es un logro político, social y ético haber roto el silencio en torno a esta tragedia colectiva. No obstante, también es una invitación a ir más allá de la indignación del momento.

Las desapariciones en Colombia no son solo un vestigio del conflicto armado. Como bien señala el informe, estas siguen ocurriendo a diario en contextos tan variados como el reclutamiento forzado de niños, la trata de personas, el desplazamiento, las protestas sociales y los conflictos por tierras. Este fenómeno se ha adaptado a las nuevas realidades del país, perpetuándose como una sombra que cubre tanto a las zonas rurales como a los centros urbanos. Es un recordatorio de que la desaparición forzada no es un crimen del pasado, sino una herida abierta.

El Comité también hace una señalización crítica: la desaparición en Colombia es un fenómeno que históricamente ha afectado desproporcionadamente a las comunidades más vulnerables, como las comunidades campesinas, los pueblos indígenas, afrodescendientes y raizales. Estas comunidades, que históricamente han sido marginadas, enfrentan una violencia que no solo busca borrar a las personas, sino también su identidad, sus territorios y sus formas de vida.

Un actor clave en esta lucha es la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), una institución única en el mundo y quizás la respuesta más digna que ha tenido Colombia frente a esta historia. Con su mandato humanitario y extrajudicial, la Unidad de Búsqueda no busca culpables, sino respuestas: rastrear, identificar y devolver a los desaparecidos a sus familias. Este enfoque no solo representa un alivio para miles de víctimas, sino que también envía un mensaje audaz: Colombia no solo enfrenta su pasado, sino que construye un modelo innovador para otros países que lidian con tragedias similares. La Unidad de Búsqueda es una apuesta valiente por priorizar la dignidad y la verdad, incluso en medio de los desafíos políticos y sociales que atraviesa el país.

La magnitud de esta tragedia plantea otras preguntas urgentes: ¿Está el Estado colombiano haciendo lo suficiente para enfrentar este flagelo? El informe reconoce la apertura del gobierno para facilitar la visita del Comité, pero también deja claro que las acciones actuales no son suficientes. La búsqueda de los desaparecidos no puede depender solo de los esfuerzos titánicos de las familias y organizaciones de víctimas. Se necesita un compromiso estatal decidido, respaldado por recursos, voluntad política y una sociedad civil doliente.

La conmoción que provocó este informe debe convertirse en acción sostenida. Es hora de que el país reconozca que la desaparición forzada no es un tema de minorías ni una estadística aislada. Es una tragedia nacional que nos interpela a todos. Porque mientras sigamos permitiendo que las ausencias se multipliquen, también estaremos desapareciendo algo fundamental de nosotros mismos: nuestra humanidad.

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