En 1981 se habían conocido, en la marcha que lideraba el partido socialista Colombiano contra el gobierno de turno. Por cuestiones de azar y la metodología de la casualidad se encontraba ella viviendo en Bogotá, llevaba tres meses en esa ciudad en la que las marchas, las bombas y las noticias de guerra eran cotidianas…desde su llegada su imaginación había sido poblada de helicópteros, secuestrados y desaparecidos.

A veces sentada en una banca frente al planetario observaba las luces de ese edificio de colores llamado Colpatria y se preguntaba si había venido buscando algo, si lo había encontrado o si la vida que había llevado en Neukölln durante 10 años había sido tan corta e irreal, tan carente de sentido como esos días que estaba pasando en una ciudad llamada Bogotá, al otro lado de todo y lejos de Berlín. Ella no había nacido en Berlín pero esa ciudad de seis letras era lo más parecido a un hogar…recordaba ahora cuando de niña solía ir con sus primos a rayar el muro, solían imaginar que al otro lado del muro otros niños lo rayaban también y que quizás siendo el mismo muro, los dibujos de unos y los dibujos de otros hicieran parte del mismo mundo, a veces se preguntaba que preguntas harían sus dibujos a los dibujos del otro lado.

Los recuerdos se agolpaban en su cabeza mientras observaba el edificio de colores, miraba la torre Colpatria y en su memoria recordaba “Berlin Alexanderplatz” ese libro que había leído en los inviernos solitarios, en su viejo apartamento, la torre de la Alexanderplatz se cernía como una sombra colorida en sus años de infancia. Los vientos fríos de la Sabana de Bogota tenían un parecido ligero con el frío nórdico.

Del norte, venían ruidos de pasos y voces unísonas y agresivas, las voces gritaban “abajo Turbay” “abajo Turbay” “el pueblo unido…” y se acercaban al punto donde ella se encontraba. Era el último año de gobierno de un presidente que pasaría a la historia por sus comentarios ingenuos y porque en su presidencia se violaba el estado de derecho sistemáticamente.
Cuando la multitud paso frente a sus ojos, sintió algún tipo de alegría, de curiosidad y algo de nostalgia por todas estas personas decididas y diferentes…personas lejanas y al mismo tiempo cercanas. Decidió seguir a la marcha e involucrarse, ella era rubia y media aproximadamente un metro setenta y dos, hablaba un español con acento, y nada de lo que resultara de la marcha, cambiaria su vida, o eso creía en ese momento. Trataba de mimetizarse con las personas que la rodeaban. En mitad de la bulla, las risas y las provocaciones que los marchantes hacían a la policía un chico se le acercó y la saludo –Hola, mi nombre es Pablo- -Yo soy Deborah- le dijo ella, teniendo que gritar…seguían andando con la marcha por la carrera séptima y él ahora caminaba a su lado –¿Sales a marchar a menudo?- no mucho- dijo ella, -Yo sí -dijo Pablo, -en Bogotá las marchas tienen vida propia, cuando las ves es imposible no sentir que debes seguirlas- ¿De dónde eres?- de Alemania- no conozco Alemania…-¿de qué lado de Alemania Deborah?- del lado occidental- entiendo, dijo Pablo. Que significaba el lado occidental, que significaba un lado u otro, que diferencia podría existir entre Deborah de oriente y Deborah de occidente, pensaba Ddeborah mientras continuaba caminando por la carrera séptima, en medio de la marcha. Pablo vestía una camisa a cuadros blancos y negros, tenía gafas redondas y el pelo cruzaba en marañas negras su frente, no parecía viejo pero tampoco parecía joven, en realidad a sus 26 años había visto suficiente para entender que lo único normal de su país era un largo conflicto, había podido viajar desde pequeño por la costa, los llanos y el centro andino del país.

Su familia tenía orígenes campesinos en el valle del Magdalena, pero habían convertido la Sabana de Bogotá en un cálido pero frío hogar, como millones de migrantes que poblarían las laderas y los barrios de lo que sería la nueva Bogotá.

Hacía dos años sus amigos del colegio lo habían involucrado con el grupo guerrillero M19 y su vida había cambiado…recuerdos se le venían a la mente ahora caminando del lado de Deborah y pensando en los Alemanes, la vida de los Alemanes, la comida de los Alemanes, las mujeres Alemanas, las preguntas de los Alemanes, los problemas de los Alemanes…-¿te gusta Colombia Deborah?- no sé, quiero decir no conozco mucho, solo Bogotá- ¿Gustar? ¿Qué significa gustar?, Bogotá con sus lluvias, sus montañas, sus rarezas, sus buses de colores, una ciudad dónde aún se veían caballos en las calles, me gusta con respecto a qué, pensaba Deborah, pero ¿me gusta Berlín?, me gusta su gente, su metro; no lo puedo saber, no lo puedo decir, -¿Y a ti te gusta Colombia?- Si, dijo Pablo, me gusta. Así seguían hablando y pensando, compartiendo la marcha del partido socialista, rodeados de numerosas personas vestidas de rojo con banderas ondeantes, caminando todos juntos como un solo cuerpo hasta la Plaza de Bolívar. Desde su llegada Deborah se había hospedado en casa de una economista amiga de su padre, en el sexto piso de de la torre dos de las torres del parque, su vida en Bogotá era básicamente ir a la universidad nacional, escuchar algunas clases…sacar a Gregorio, el perro de la amiga de su padre, ir a los museos e ir a un lago cercano a la ciudad; le gustaban los buses de colores, le gustaban los vendedores en la calle; lo colorido, lo diferente y errático de la Bogota de los años 80.. – ¿Dónde vives Deborah? – antes de responderle pensó en lo que le habían advertido de dar información a extraños, sin embargo algo le decía que podía confiar en este extraño hablador –Yo vivo en las Torres del Parque- – enserio, yo también dijo Pablo- que curioso, somos vecinos. Ahora Deborah pensaba en sus vecinos en Neukölln…Gena y Sarah, el anciano Matías, un viejo desmemoriado al que ayudaba a comprar el mercado…se preguntaba qué estarían haciendo ahora al final del verano, agosto era un mes de vientos y lluvias en Bogotá pero en Berlín el verano no terminaba.

¿A dónde vas? Voy a tomar un café –mintió Deborah- ¿puedo ir contigo?…Deborah lo pensó por un momento…¡bueno ven!. Caminaban juntos por las calles empedradas de la Candelaria, alejándose del ruido y el colorido de la marcha. -¿Qué haces en tu vida?- Muchas cosas dijo Pablo y bajo los ojos. Dos noches atrás habían matado a Sara y las cosas seguían pintando mal, el barrio ya no era únicamente territorio de ellos…el M19 perdía terreno en los grandes diálogos con el gobierno  y eso afectaba lo pequeño, lo cotidiano. Deborah no tenía por qué saber eso, probablemente estaba de visita y lo menos que le interesaba a Pablo era alarmarla…si las cosas seguían así él también tendría que huir a las montañas, al “monte” como lo estaban haciendo todos.

-Vamos a un café que conozco Deborah- te va a gustar. -Listo!- Ya la marcha era un eco en las paredes rocosas de las iglesias del centro, dos cuadras habían subido y ya estaban en un barrio de casas coloniales, muchas abandonadas.

En los años 80, La Candelaria no era sino un barrio abandonado…de difícil acceso, los habitantes de origen campesino contrastaban enormemente con los nuevos habitantes que poblaban de altos edificios el centro. Pablo solía tomar café en el Café Florida, un viejo café de mesas blancas gastadas, con humores de chocolate y tamales. A este café conducía a Deborah quien feliz seguía a su joven acompañante. -¿Por qué volteabas tanto la cabeza mientras caminábamos?- -No es nada- dijo Pablo, quizás un amigo anda por ahí y lo puedo saludar. Ya estaban sentados y ordenando algo para comer, se preguntaba qué pasaría si algo le sucedía a Deborah, estar con un guerrillero podía ser peligroso para ella -la soledad de la vida en la guerra solo puede ser comparable a la soledad de los huérfanos, pensaba Pablo-. Pero algo invisible, algo que aún no entendía y que quizás nunca entendería, lo mantenía atento y sonriente, sin embargo, no dejaba de palpar de vez en cuando el bolsillo interior de su chaqueta de cuero, desde su vuelta a la ciudad llevaba siempre una pistola Browning que el propio Bateman le había regalado en la selva.

Deborah estaba feliz de tener alguien con quien hablar, con quien compartir un poco… lo miraba todo con ojos de otredad, a veces deseaba volver, quería volver pero no a Berlín, quería volver al pueblo de su niñez, a su bicicleta y a su vida de niña, o quería huir, volver y quedarse para siempre… huir. -¿Cómo es Berlín? pregunto Pablo- Oh Berlín es muy extraña, a veces no logro entenderla y cuando pienso que la entiendo me termino perdiendo Jajaja, rieron juntos. -¿Estudias?- Estudiaba arquitectura pero me retire, quizás no era lo mío…no sé. –Entiendo- dijo Pablo- ¿has ido a Alemania del este? -Oh estuve una vez, todo es muy pálido y aburrido, más que la Alemania de la que vengo.- ¡Curioso! pensó Pablo, en su cabeza la Alemania del este era la Alemania colorida, si hubieran dos Colombias, cuál sería la frontera. -Vamos a caminar un rato- está bien dijo ella, se ajustó su chaqueta verde oliva y su bufanda, la noche de los vientos en Bogotá era fría. La torre Colpatria brillaba alta y fulgurosa, el viento de la sabana golpeaba su rostro y la hacía llorar. ¿Eres Bogotano Pablo? No, no lo soy, nací en Caracas pero me trajeron de niño a esta ciudad, aún recuerdo Caracas con sus montañas y sus barrios…pero Caracas mira hacia otro lugar….Dborah lo escuchaba pero estaba ausente, aún pensaba en volver, pero a dónde volver…no había a donde volver y quizás no había a donde ir…

Pablo saco cigarrillos y le ofreció uno, se sentaron en el mismo parque frente al Planetario, a observar la gente pasar…-Eres un chico extraño Pablo,- le dijo sonriendo, dejaste tu marcha por venir conmigo, una Alemana solitaria…Pablo le devolvió la sonrisa, tomaba su mano y le decía: en realidad la marcha me dejo a mí… han sido días muy duros…mucho trabajo.

Pensaba para sí que ese día podía caminar un poco y descansar…cada uno de estos días podía ser su último, querer pasar un rato con alguien era lo mínimo…la guerra había acabado con su niñez y su juventud había sido un correr de aventuras ajenas…Deborah nunca sabría quién era él y poderle comprar a la vida un poco de felicidad era perfecto…se dejaba ir por unas horas de una guerra eternamente fallida…

Era tarde, -¿vamos a mi apartamento y escuchamos alguna música?- bueno dijo ella…subiendo las escaleras de ladrillo del parque de la independencia iban los dos, él tomaba su mano y ella la recibía con cariño, dos soledades se encontraban en la escalera de la vida. -Yo vivo en el piso nueve dijo Deborah-ok-. Al entrar al apartamento Pablo no quiso encender la luz, -¡mira!- le dijo señalando la ventana- Deborah vio la ciudad con sus luces como luciérnagas perdiéndose en un campo eterno de edificios – ¡wow, que bonita!- ¿te gusta Celia Cruz? No conozco, dijo Deborah- ¡bueno algo nuevo todos los días!, dijo Pablo. Puso un LP en el tocadiscos Technics Japones que habían robado hace poco, Deborah miraba la ventana, él se acercó y le abrazo el vientre, poso sus labios en la nuca de ella y comenzó a cantar…cantaba con una voz dulce, una voz de caribe, Deborah no podía creer que fuera cierto todo aquello, lo miraba con tristeza y alegría a la vez, la nostalgia arropaba ese encuentro azaroso…

Lentamente él la fue besando, las mejillas, los labios…el cuello…fue a la cocina y sirvió en vasos nuevos un vino que había traído de Panamá hacia unas semanas…aquella noche se quisieron y se dijeron bellas mentiras, se acariciaron y besaron hasta el final, se dijeron esas verdades a medias que decimos en momentos de felicidad y de las que nos acordamos en días de nostalgia.

En la mente de Deborah todo era un torbellino de sensaciones, ahora sonaba un disco de salsa…”ay que pena me da” cantaba un lejano Henry Fiol…

El destino es la suma de decisiones, inconexas y paradójicas, es la suma de las contradicciones y la suerte mala o la suerte buena, el destino es un espejo roto, es un semáforo en rojo y es la banca de un parque…a las dos de la mañana alguien golpeo la puerta fuertemente, una voz de hombre joven gritaba atrás de la puerta “comandante Peter” ¡lo necesitamos ya!, Pablo se levantó alarmado y corrió a la puerta…la abrió y recibió dos puñetazos en el estómago que lo derribaron…así te queríamos ver ¡comunista cabrón! Le gritaba un hombre de civil mientras varios uniformados esperaban en la puerta, ¡amarren a este hijueputa! y nos lo llevamos. Deborah estaba contra la ventana del cuarto asustada, el hombre entro en la habitación y le apunto con un revolver- Deborah se puso a llorar, no estaba vestida- vístase rápido que viene con nosotros compañera- dijo burlonamente el hombre. Apenas tenía su blusa puesta, el hombre la cogió del cuello y la condujo con el resto de militares…bajaron el ascensor en grupos de 4…frente a la carrera quinta dos camionetas los esperaban, a cada uno lo subieron en una. Les habían agachado la cabeza y los llevaban a toda velocidad dando vueltas por la ciudad. Después de media hora, los carros pararon…los bajaron con las cañones de las armas en las costillas. Entraron en una gran bodega fría alumbrada por lámparas blancas…olía a bosque y sentían tierra bajo sus pies, había muchos hombres y se escuchaban algunos quejidos de personas, los condujeron a un espacio que luego sabrían era una bodega. Un hombre bajo, de lentes redondos vestido con ropa militar estaba sentado en un escritorio, al ver a Pablo se sonrió…-¡Pero si es el comandante Peter!- decía con sorna…¡que bueno que llega a nuestras instalaciones!…¡y viene con compañía!. Se acercó a Deborah y tomándole fuertemente del pelo le levanto la cabeza…!nombre! Soy Deborah Hesse. ¿De dónde es? -le pregunto con seriedad-. Soy Alemana, turista. ¡Pruebas!. -Mi pasaporte, decía llorando Deborah-. ¡Requísenla ordeno!, -con gusto mayor- dijo un soldado sonriente, luego de manosear a Deborah saco el pasaporte del bolsillo trasero de su pantalón. El mayor lo leyó un minuto y dijo, ¡devuélvanla a donde la encontraron!, y se volvió a sentar en el escritorio. Deborah llorando preguntaba -¿Y pablo?- ¡no se preocupe que de él nos encargamos nosotros, dijo sonriente el mayor!

El viaje de vuelta a su casa fue un sueño macabro, le habían puesto una venda en los ojos, al salir del auto los hombres hicieron sonar los seguros de sus armas para aterrorizarla…ella solo lloraba y preguntaba por Pablo…al frente de las torres del Parque le dijeron: camine derecho, ella temblaba y caminaba lentamente. De un momento a otro la camioneta arrancó y ella se quitó la venda…se sentía muerta, vomitó, al entrar a su casa se puso a llorar…la amiga de su padre estaba alarmada y despierta.

Después de dos días en cama su familia había decido que se devolviera a Alemania lo más pronto posible. Una semana después estaba en el aeropuerto El Dorado esperando su vuelo a Berlín. Nunca más volvió a Colombia, pero nunca se dejó de preguntar con melancolía por aquel joven llamado Pablo, aquel hombre consumido por la guerra, a quien había conocido tan solo unas horas, tan solo un día…y a quien quizás hubiera querido.♦

Del libro “Todas tus esquinas.” Diego Aretz 2023.

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Diego Aretz es un periodista y activista Colombiano, candidato a master en reconciliación y estudios de paz de la Universidad de Winchester, ha sido columnista de medios como Revista Semana, Nodal, El Universal, colaborador de El Espectador.  Director de la ONG Por la Frontiere.

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