“Hay que agradecer que en un mundo tiranizado por la evidencia, por la certeza y por la estridencia, un artista nos hable con el silencio, nos asalte con lo olvidado, con lo incierto y con lo inasible. En los tiempos que corren no puede haber mayor rebelión.”
William Ospina
Medellín, tierra de montañas y café, se convierte hoy en un puerto que acoge los recuerdos. En la exposición Del tiempo que pasa, el artista colombiano Luis Fernando Peláez nos invita a zarpar en un viaje sin brújula, donde las nostalgias se transforman en esculturas, y los silencios, en protagonistas de un drama poético.
Él mismo describe el proceso detrás de esta muestra: “Del tiempo que pasa recoge cuarenta o quizás cincuenta años de exploración en torno a la memoria y sus posibilidades en el espacio, la lluvia y la casa que se disuelven en el tiempo,” me dice, dejando entrever la profundidad de su búsqueda artística.
Luis Fernando, un alquimista del espacio y la materia, ha dedicado su vida a construir puentes invisibles entre lo tangible y lo emocional. ¿Quién es este creador que, armado con cristal, madera y resina, nos entrega mundos que parecen emerger de la niebla? Nacido en Medellín, se ha dedicado a transformar lo cotidiano en eterno. Desde sus pequeñas maquetas ganadoras en el Salón Nacional de Artistas, hasta los colosos que desafían los cielos de la Plaza de la Luz, su obra ha sido reconocida como un lenguaje tridimensional único, una conversación entre la técnica y la poesía.
La poesía de lo impreciso
Es difícil no sucumbir a las palabras del escritor William Ospina cuando describe la obra de Peláez como “sombras que iluminan” y “silencios que gritan”. Cada pieza de esta exposición es un fragmento del alma, una memoria atrapada en el tiempo. Las cajas de cristal no son solo vitrinas, son ventanas empañadas al pasado. Las viejas maletas portan no solo sellos de hoteles olvidados, sino secretos de vidas que quizás nunca existieron.
Hablando sobre la memoria, su sentido del tiempo es claro:
“La memoria, una constante en mi trabajo, va más allá de sus vestigios y busca una zona más amplia, quizás más emotiva, una travesía por un país o un mundo que se inundan y que forman parte de la antigua y nueva historia. Procuro ver cómo pasado y tiempo reciente son el mismo espacio habitado por árboles sin sombra que apenas producen una brisa.”
En el centro de la muestra se alza La Crónica del Viaje, un ciclo creativo que comenzó hace décadas y que sigue resonando. En estas obras, los trenes que salen de la niebla y las estaciones de invierno no solo representan lugares físicos; son metáforas de las despedidas que nunca terminamos de asimilar.
Luis Fernando Peláez no necesita llenar el espacio; lo domina a través del vacío. Como bien describió Antonio Saura, jurado que premió su trabajo, su arte convierte la materia en protagonista. Es en ese espacio etéreo entre lo que vemos y lo que imaginamos donde brilla. Sus esculturas son ecos visuales, capaces de invocar en nosotros recuerdos que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Un ejemplo monumental de su genio es Nexus, un muro de 100 metros en Liverpool que conecta la estación de tren más antigua del mundo. Aquí, Peláez demuestra que el arte no solo es un refugio del alma, sino también un testigo mudo de la historia.
El agua, el tiempo y un país herido
La exposición nos sumerge en un universo donde el agua, como metáfora del tiempo, lo inunda todo. Lluvia, ríos, borrascas: cada elemento parece contener un susurro del pasado. Tal como lo escribió Álvaro Mutis en su Nocturno, la lluvia nos devuelve “la intacta materia de otros días”.
Pero en Colombia, un país atravesado por décadas de conflicto, las obras de Peláez adquieren un peso adicional. Las maletas olvidadas y los trenes que desaparecen en la niebla no son solo símbolos universales de lo perdido, sino reflejos de una nación marcada por desplazamientos, ausencias y recuerdos dolorosos. Sus piezas nos confrontan con las heridas abiertas de un país que busca recordar sin sucumbir, que intenta reconstruirse entre cicatrices y esperanzas.
“Del tiempo que pasa” no es solo una exposición; es un espejo en el que todos nos reflejamos, dice Peláez. Es la postal nunca enviada, el tren que no alcanzamos, el viento que sopló en ramas que ya no existen.
Al salir de la exposición en la Galería Sextante de Bogotá, las piezas de Luis Fernando no se quedaron atrás: me siguen como ecos, como huellas que el tiempo no borra. La maleta olvidada, el muelle desierto, la casa vacía, las ventanas rotas… todas son fragmentos que se cuelan en mi memoria, invitándome a reconstruir historias que nunca viví. En eso radica la fuerza de su obra: no busca respuestas, sino que nos enseña a habitar las preguntas, a encontrar belleza en lo impreciso, a reconciliarnos con lo perdido. Afuera, la ciudad sigue su curso, pero el tiempo, por un instante, parece haberse detenido.
La exposición “Del tiempo que pasa” estará abierta la Galería Sextante de Bogotá durante el mes de diciembre y enero, entrada gratuita.
Cra. 14 #75-29, Bogotá
Diego Aretz
Diego Aretz es un periodista, investigador y documentalista colombiano, máster en reconciliación y estudios de paz de la Universidad de Winchester, ha sido columnista de medios como Revista Semana, Nodal, El Universal y colaborador de El Espectador. Ha trabajado con la Unidad de Búsqueda y con numerosas organizaciones defensoras de DDHH.