Si hay algo que no le falta a Bogotá, es agua que cae del cielo. Entre 1,8 y 2,5 billones de litros de lluvia al año inundan la ciudad, mientras el sistema de alcantarillado se encarga de expulsarla rápidamente hacia los ríos. Paradójicamente, en medio de una crisis climática global y ante inminentes racionamientos de…
Si hay algo que no le falta a Bogotá, es agua que cae del cielo. Entre 1,8 y 2,5 billones de litros de lluvia al año inundan la ciudad, mientras el sistema de alcantarillado se encarga de expulsarla rápidamente hacia los ríos. Paradójicamente, en medio de una crisis climática global y ante inminentes racionamientos de agua, Bogotá sigue desperdiciando una oportunidad inmensa: almacenar y reutilizar una fracción significativa de esta precipitación.
Las cifras son elocuentes. Mientras la capital colombiana consume alrededor de 223 millones de metros cúbicos de agua al año, recibe una cantidad de lluvia que supera con creces esa demanda. Si Bogotá lograra captar y almacenar siquiera un 10% de esta lluvia, tendría una reserva adicional de entre 180 y 250 millones de metros cúbicos de agua. En otras palabras, el equivalente a todo el consumo anual de la ciudad.
El desperdicio es una herencia de un modelo de urbanismo que sigue funcionando como si la naturaleza fuera el enemigo: el agua de lluvia se canaliza, se escurre y se desecha en lugar de ser aprovechada. Mientras tanto, ciudades como Singapur, Tokio y Berlín han entendido que el agua pluvial no es un problema, sino un recurso. Singapur, por ejemplo, recolecta el 35% de su agua potable de la lluvia a través de un sofisticado sistema de embalses urbanos. En Berlín, los techos verdes y sistemas de recolección pluvial permiten reutilizar hasta un 60% del agua de lluvia en ciertos barrios. Y Tokio ha construido una infraestructura subterránea capaz de capturar y redirigir millones de litros hacia su sistema de abastecimiento.
Embalse del Muña por el artista Guillermo Londoño
Bogotá podría seguir ese camino. Implementar techos captadores, embalses en parques y reservas naturales, sistemas de almacenamiento doméstico y tecnologías de filtrado descentralizadas no solo reduciría la dependencia del sistema de embalses, sino que también mitigaría inundaciones y ayudaría a regular el microclima urbano. En un país donde las sequías y las lluvias extremas serán cada vez más frecuentes debido al cambio climático, esta estrategia no es un lujo ni un experimento: es una necesidad urgente.
El agua de Bogotá ya cae del cielo. Lo que falta es voluntad política y planificación para que no termine, irónicamente, en el desagüe de una ciudad sedienta.
La pregunta es: ¿qué estamos esperando? Cada año que pasa sin una política seria de aprovechamiento de agua de lluvia es un año en el que seguimos apostando a la improvisación. Las soluciones existen, la tecnología está disponible, y los ejemplos alrededor del mundo demuestran que es posible. Lo que hace falta es una visión que trascienda la administración de turno y entienda que el agua es el recurso más valioso para la Bogotá del futuro.
Pero bueno, siempre podemos esperar a que llueva menos para darnos cuenta de cuánto la necesitamos.♦
Diego Aretz
Diego Aretz es un periodista, investigador y documentalista colombiano, máster en reconciliación y estudios de paz de la Universidad de Winchester, ha sido columnista de medios como Revista Semana, Nodal, El Universal y colaborador de El Espectador. Ha trabajado con la Unidad de Búsqueda y con numerosas organizaciones defensoras de DDHH.
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