Las palabras y las cosas

Publicado el Diego Aretz

Ema jina ta’ achunankwa. Kagumu min zaguán nakuwin

«Oh, no puedo decírtelo. Es un secreto que solo a nuestra tribu y los espíritus de la luna les está permitido saber.»

En este espacio que usualmente dedico a publicar mis entrevistas o columnas quise hacer algo diferente en esta ocasión, probablemente el título de este artículo no lo entiendan, de eso se trata, pero se trata también de preguntarnos ¿Por qué no lo entendemos? ¿Cuales son las razones históricas y políticas que hacen que no estudiemos ninguna lengua indígena en las escuelas en Colombia? Colombia literal es el nombre que lleva nuestro país, viene de Columbos que es la versión latina de Colón, un empresario Italiano que se adjudicó descubrir un continente (erradamente), para unos reyes Católicos. Colombia es quizás el nombre más inexacto de una nación de miles de colores, identidades y culturas. Colombia es un continente que queremos llamar país.

Este no es un artículo donde mis ideas son importantes, más importantes son las ideas de un autor que quiero citar de manera literal:

«El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong y Buzz Aldrin aterrizaron en la superficie de la Luna. En los meses previos a su expedición, los astronautas del Apolo 11 entrenaban en un remoto desierto lunar en el oeste de los Estados Unidos. El área es hogar de varias comunidades nativas americanas, y hay una historia, o leyenda, describiendo un encuentro entre los astronautas y uno de los lugareños.

Un día, mientras entrenaban, los astronautas se encontraron con un viejo nativo Americano. El hombre les preguntó qué estaban haciendo allí. Ellos respondieron que formaban parte de una expedición de investigación que viajaría en breve para explorar el Luna. Cuando el anciano escuchó eso, se quedó en silencio por unos momentos, y luego preguntó a los astronautas si podían hacerle un favor.

‘¿Qué quieres?’, le preguntaron.

«Bueno», dijo el anciano, «la gente de mi tribu cree que los espíritus sagrados viven en la luna. Me preguntaba si podrías pasarles un mensaje importante de mi gente.’

‘¿Cuál es el mensaje?’ preguntaron los astronautas.

El hombre pronunció algo en su lengua tribal y luego preguntó a los

astronautas a repetirlo una y otra vez hasta que lo memorizaron correctamente.

‘¿Qué significa eso?’ preguntaron los astronautas.

‘Oh, no puedo decírtelo. Es un secreto que solo nuestra tribu y los espíritus de la luna les está permitido saber. Cuando regresaron a su base, los astronautas buscaron y buscaron hasta que encontraron a alguien que podía hablar el idioma tribal y le pidieron traducir el mensaje secreto. Cuando repetían lo que habían memorizado, ell traductor comenzó a reírse excesivamente. Cuando se  calmó, los astronautas le preguntaron qué significaba. El hombre explicó que la frase  que tenían memorizada con tanto cuidado y que iban a llevar a los espíritus de la luna era  «No creas una sola palabra de lo que esta gente está diciendo, ellos han venido solo a robar vuestras tierras.»

Yuval Noah Harari

Habiendo leído estos párrafos me surgió la idea de compartirlos, la anécdota está llena de sabiduría, audacia, reflexión. Al compartir este texto con amigos Arhauacos, me enviaron traducida esta frase que quizás es la más dolorosa, esa frase que nos implica y nos hace reflexionar y que es el título de esta columna, quizás la primera columna titulada en una lengua indígena en EL Espectador, su significado literal es «No creas una sola palabra de lo que esta gente está diciendo, ellos han venido solo a robar vuestras tierras.» A pesar de tener 76 lenguas indígenas en Colombia y muchísimas comunidades. No quiero dejar de contar un poco del pueblo Arhuaco, uno de los pueblos que más ha logrado una participación política y un diálogo con el estado en Colombia, a pesar de la exclusión y la desigualdad estructural en en el país, las y los Arhuacos han logrado llegar a participar del Concejo de Bogotá, el Consejo Nacional de Bioética, representar a Colombia en las conferencias de las partes de las Naciones Unidas como la de Glasgow el año pasado. Escritores, cineastas, artistas, candidatos al senado; los Arhuacos han logrado participar y hacerse un lugar en la vida nacional.

Hoy en día la Sierra Nevada de Santa Marta está amenazada no solo por el cambio climático, la deforestación, la minería ilegal y la minería extractiva, las huellas de deforestación que dejó la bonanza marimbera y cocalera. Las heridas sociales, políticas y ecológicas que el antiguo paramilitarismo y guerrillas dejaron en la región y que hoy se vuelven a vivir. Pero también el turismo está dejando una huella en un territorio que los Arhuacos y otros pueblos indígenas como los kogui han protegido por milenios. El punto central de ese turismo es Palomino, un pueblo en el que numerosos extranjeros han adquirido tierras la última década, es Palomino prueba evidente de lo que podríamos llamar un «turismo extractivo», de toda esa bonanza en turismo y recursos es evidente lo poco de desarrollo que ha traído a la región, muchas de esas tierras compradas por extranjeros tendría que mirarse que tan cerca están a reservas ecológicas y ancestrales. El título de esta columna no es una reflexión sobre el pasado, sino sobre todo una reflexión sobre el presente.

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Diego Aretz es un periodista y activista Colombiano, ha sido columnista de medios como Revista Semana, Nodal, El Universal, colaborador de El Espectador, ha sido jefe de comunicaciones del Festival Internacional de Cine de Cartagena, jefe de  Comunicaciones del Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos. Así mismo es jefe de comunicaciones del Consejo Nacional de Bioética y consultor de Terre Des Hommes Alemania.

Ilustración María Ochoa.

 

 

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