Me encuentro en Laureles, un barrio tradicional de Medellín, el hotel donde me hospedo es una casa grande de 6 dormitorios, una casa que solía ser familiar y dejó de serlo hace unos años para convertirse en un hotel, suelo recordar este barrio por el Café que el escritor Fernando Vallejo tuvo hace unos años,…
Me encuentro en Laureles, un barrio tradicional de Medellín, el hotel donde me hospedo es una casa grande de 6 dormitorios, una casa que solía ser familiar y dejó de serlo hace unos años para convertirse en un hotel, suelo recordar este barrio por el Café que el escritor Fernando Vallejo tuvo hace unos años, donde lo visité, aquel Café ya no existe, Laureles es también uno de los dos centros de la gentrificación de Medellín, la ciudad de Colombia con mayor gentrificación en la actualidad.
Las transformaciones de Medellín son complejas y requeriría de muchas páginas para explicarlas, pero hay varias cosas claras, su clima “de la eterna primavera” su apertura y la de Colombia al turismo global en las últimas dos décadas, la cultura de servicio y emprendimiento que es inherente a la cultura Paisa la han convertido en una ciudad con gran proyección y de una ambición cosmopolita.
Vine para visitar el Museo de Arte Moderno de Medellín, un museo con una historia única y quizás uno de los museos de mayor proyección del país, proyección que ha venido de la mano de la transformación de Medellín.
Me reuní con Emiliano Valdés, curador general, las curadoras del museo, su directora María Mercedes González y en general con todo el equipo del museo.
Para hablar del museo habría que volver a sus orígenes:
“A partir del entusiasmo e interés que suscitaron las primeras Bienales de Arte de Coltejer en la ciudad (1968, 1970 y 1972), el Museo de Arte Moderno de Medellín es fundado en 1978 por un grupo de artistas, perteneciente a la llamada “generación urbana”, arquitectos, empresarios, con el fin de despertar el interés del público por el arte moderno y contemporáneo.
Desde su creación en 1978, el MAMM ha trabajado para ser un museo vivo.
Durante tres décadas el Museo tuvo sede en un edificio del barrio Carlos E. Restrepo, lugar de eventos emblemáticos como el Primer Coloquio y Muestra de Arte No Objetual en 1981, y los salones de arte Arturo y Rebeca Rabinovich entre 1981 y 2003.”
A diferencia de otros museos del país, el de Medellín nace como una historia colectiva, desde ese grupo de artistas y emprendedores de sus inicios, sus decisiones curatoriales, su amplitud y su visión siempre han tenido un elemento de construcción colectiva, de diálogo y de diversidad de opiniones, solamente hay que observar que su actual directora viene de Bucaramanga y su curador de Centro América, también varias de las personas de su equipo curatorial provienen de ciudades diferentes a Medellín.
Tras la Pandemia surgieron muchas preguntas para las instituciones culturales, no sólo en materia de sostenibilidad, sino sobre todo en el sentido, “nos preguntamos para qué iba a servir el museo, cuál iba a ser el sentido de nuestro trabajo…en un mundo con tantas rupturas cuál debía ser nuestro lugar” me dice Emiliano Valdés mientras caminamos por los antiguos talleres Robledo, una bodega inmensa adecuada como una sala, la generosidad y magnitud de ese espacio cobija estos días el trabajo de Tania Candiani una de las artistas más relevantes de América Latina en este momento, Tania fue a Medellín para mostrar su trabajo pero sobre todo para recorrer el río e invitar a reflexionar sobre el papel de la ciudad frente a sus fuentes hídricas.
En algún momento hace unos años, el museo llega a la conclusión que su lugar debía ser convertirse en un centro de reflexión para Medellín y el país, y salirse de sus propios bordes para buscar entrar a una sociedad, recorrer las miradas y las maneras de entender la diversidad de Colombia y permitir que las voces de un país dialogaran en sus salas, la audaz apuesta tenía claro que se debía romper el “cubo blanco” para permitir que otras visiones dialogaran con el museo, se debía también renunciar a la arrogancia que muchas veces surge de los espacios donde hay unos “conocedores o expertos de arte“ podríamos decir que se convirtió en un museo con sentido social sin renunciar a su sentido profundamente artístico.
Dos exposiciones actuales reflejan estas cosas de manera directa, una llamada “DESAFIAR. Atravesar el sol desde un gran Pacífico” donde artistas del Pacífico conversan con comunidades de todo el litoral para reflexionar sobre sus historia, sus luchas y el infinito patrimonio cultural que el país tiene en esa región, muchas veces vista con ojos pesimistas y fatalistas, como me lo decía un líder social en buenaventura “muchas veces en ese pesimismo sobre nosotros, el país nos ha negado un futuro, desde los propios relatos” el museo se planteó entonces hacer una reflexión seria sobre esto, una reflexión que nos pregunta por nuestro clasismo, nuestro racismo, pero que también nos da sentido y profundidad en el reconocimiento de riquezas ciertas de esa región.
Algo que explica muy bien la curadora Yolanda Chois “Todas las obras en esta exposición trazan caminos propios de soberanía, desde cuerpos de goce, espiritualidad y lucha, o declaradas en una disidencia del género y del comportamiento cisnormativo. Están en clave de las vivencias y apuestas de artistas principalmente afros y prietos; hablamos de prietos comprendiendo la declaración que implica la prietitud como lo hace la canción que lleva el mismo nombre. Las obras responden a una geografía que recorre Santa María de Timbiquí en el Cauca, atraviesa Buenaventura, Cali, Puerto Tejada, trazando rutas desde el litoral chocoano llegando hasta la bahía de Panamá; un conjunto de lugares que aquí llamaremos gran Pacífico, comprendiendo que las denominaciones territoriales generan complejidad, aquí se alude a un gran territorio diverso y disputado del cual emergen las obras presentes.
Es importante preguntarnos qué significa pensar desde Antioquia y particularmente desde Medellín las relaciones con lo que llamamos gran Pacífico. Quizá sea reconocer la complejidad social y política de lo que separa a esta ciudad y su gente del Pacífico, pero aún más es la invitación a reconocer cuál es su propia relación como ciudad y región que detenta un poder económico y político en el país, con el propio pueblo negro antioqueño, cuáles son las deudas históricas en curso que son importantes de asumir. Aludiendo a una de las obras titulada Traer el mar, esta exposición poéticamente trae mares y ríos a esta ciudad creando espejos de agua en los cuales poder reflejarse”
El museo ha sido un catalizador de fenómenos sociales de Medellín y un espejo hacia el mundo, hay también una pregunta de fondo y es entender a las instituciones culturales como seres vivos, no tanto como instrumentos centrales de poder sino sobre todo como instituciones que preguntan, que cuestionan.
Otra exposición actual que refleja el interés de comprender regiones y comunidades tan apartadas como Palenque en el norte del país es llamada Kalabongó de la cual dice su curadora Ana Ruiz Valencia:
“En algunas zonas recuerdan que los cimarrones (término colonial para referirse a esclavizados fugitivos) volaban sobre las tierras, combatían tropas y defendían los primeros palenques. El título de esta exposición deriva de un universo alegórico en el que las luciérnagas, o kalabongó en lengua palenquera, son los africanos huidos que luchan con murciélagos-colonos en una batalla en la que la oscuridad es cómplice de la libertad.
En 2017 el fotógrafo Jorge Panchoaga fue por primera vez a Palenque, y desde entonces ha regresado múltiples veces y colaborado de distintas formas con la comunidad. A partir de conversaciones en relación con sus historias, religiosidad e imaginación, Panchoaga elaboró una travesía visual por la memoria y cotidianidad del primer pueblo libre de América, liberado por Benkos Biohó en 1605. Interlocutores claves han sido colectivos de comunicaciones como Kuchá Suto, Influencers Étnicos o AfroRock, que por décadas han encontrado en los medios de comunicación vehículos para salvaguardar la cultura local, tanto desde el registro de la memoria oral de los mayores como desde la actualización de significados y valores culturales mediante la música, la radio comunitaria, la fotografía, la creación audiovisual y las redes sociales. Varios integrantes de estos grupos conforman Konda Ku Monikongo, cuyo nombre en lengua palenquera significa “contar con imágenes”.
Kalabongó pregunta por el sentido de las imágenes para una sociedad, y de las prácticas artísticas como herramientas para la acción política, la reivindicación histórica, y la recuperación y reconstrucción de saberes locales vinculados con cosmogonías ancestrales. Las obras de esta exposición se mueven en un terreno fangoso en que lo documental y lo místico tienen límites difusos; todas ellas son resultado de procesos colaborativos, comunitarios y de largo aliento, en las que la figura del artista como creador autónomo y la obra de arte como expresión de la subjetividad se diluyen -aunque sin desaparecer completamente- en la construcción de imaginarios colectivos.”
Lo que distingue al MAMM es su capacidad para reflejar las corrientes cambiantes del arte moderno y contemporáneo sin perder de vista su compromiso con la identidad y la historia de Medellín. A través de exposiciones dinámicas y programas educativos innovadores, el museo no solo presenta las obras de artistas consagrados, sino que también ofrece una plataforma para nuevas voces y expresiones emergentes que desafían y enriquecen el panorama artístico regional.
La búsqueda de territorios y comunidades, sin abandonar su vocación de catalizador de los artistas que podríamos llamar “establecidos” tanto en el canon del arte moderno y contemporáneo de Colombia y el mundo, es uno de los caminos cuidados que el museo recorre, un filo complejo pero a la vez extremadamente enriquecedor.
La obra de Hernando Tejada que se encuentra ahora mismo expuesta en la exhibición “Viaje de vuelta” es un ejemplo de ese diálogo, dicen sus curadores Dora Escobar y Andrés Roldán “Todo peregrinaje que implique una experiencia auténtica también presupone un viaje interior, uno que conlleva una vivencia integral. En el caso de Hernando Tejada (Pereira, 1924 – Cali, 1998), sus viajes por Colombia fueron los cimientos para reafirmar su vocación de artista y de su ser: en la riqueza vegetal de las zonas pantanosas y tropicales del Pacífico, al igual que en la diversidad natural y cultural de las comunidades de la costa caribeña, encontró paisajes y escenas cotidianas que alimentaron gran parte de su obra.”
“La flora, la fauna tropical, las casas, mercados, escuelas y embarcaciones, los vendedores de fruta, las rutinas de pueblos afrodescendientes del Pacífico y el Caribe, y cientos de retratos fechados y marcados con el nombre de sus protagonistas, quedaron plasmados con lápiz y tinta en más de 3.000 folios y 65 libretas donadas por su familia y conservadas por el MAMM desde el 2006. Hoy, este extenso archivo personal revela la mirada de un artista recordado por su humor, sencillez y afable cercanía, que encontró refugio en el contacto con diversas comunidades e inspiración en la huida.
El Museo celebra con esta muestra, que a su vez funciona como un viaje de vuelta a la Colombia de mediados del siglo XX y sus maneras de acercarse al territorio, 100 años del natalicio de Hernando Tejada, quien desde el ejercicio de su paciente contemplación y profunda sensibilidad capturó parte de la diversidad y la riqueza del país.”
Hernando Tejada es un tesoro del museo, su colección fue donada por la familia de Hernando, su mirada es dulce y bondadosa, el color y las formas atraviesan esos relatos de una Colombia completamente desconocida para los centros, llama la atención su mirada de antropólogo y no antropólogo, su interés en lo que retrata es genuino, los propósitos parecen más de disfrutar lo retratado que de estudiarlo, ahí se revela su juego, tener estas obras para el MAMM es sin lugar a dudas una apuesta por aportar al patrimonio y acervo cultural del país.
No solo son las miradas lo que “Desafía” el museo, en la exposición “Fósil acústico, escuchar (con) el río” los artistas Santiago Reyes Villaveces (Bogotá, 1986) y Daniel Villegas Vélez (Manizales, 1984) transforman el Lab3 (laboratorio sonoro del museo) en una cámara de resonancia por medio de una escultura táctil que tiene la forma del oído interno, desde la cual es posible manipular el ambiente sonoro de la instalación. Dice su curador Jorge Barco “Las grabaciones incluyen paisajes sonoros de la cuenca del río obtenidos a través de talleres comunitarios, así como sonidos de especies nativas recopilados en los últimos veinte años y que pertenecen a la Colección de Sonidos Ambientales del Instituto Humboldt. Estos sonidos funcionan como memorias en búsqueda de significado. Así, cada registro fonográfico actúa como un “fósil acústico”, una huella dejada por la interacción entre fuerzas humanas y naturales, proyectándose hacia el futuro como una voz que, ante todo, reconoce su propia existencia efímera.
Hoy cuando la alteración de ecosistemas, la deforestación y los procesos de cambio climático causados por la actividad humana (aumentos de temperatura, inundaciones, sequías y transformación de patrones atmosféricos) han alcanzado niveles irreversibles, cada sonido y cada voz nos habla también de su inminente desaparición.”
“Las primeras miradas que debemos Desafiar son las propias”, me dice el curador Emiliano Valdés frente a la majestuosa obra de Tania Candiani sobre los ríos de Medellín.
Cada exposición en el MAMM es cuidadosamente curada para provocar reflexiones profundas sobre temas universales como la identidad, la memoria, la justicia social y el medio ambiente, conectando el arte con los dilemas contemporáneos que resuenan tanto en Medellín como en el mundo.
Además de su compromiso con el presente, el MAMM también honra la rica historia cultural de Medellín a través de exposiciones que exploran las raíces locales del arte moderno y contemporáneo. Desde los murales de la Comuna 13 hasta las influencias de la naturaleza aún exuberante de Antioquia, el museo sirve como un archivo vivo de la diversidad cultural y geográfica que define esta región montañosa de Colombia.
Toda luz tiene su sombra, la sostenibilidad económica de cualquier museo en la actualidad es un reto enorme, me cuenta su directora María Mercedes González, ella ha estado al frente del museo por casi una década, su labor ha sido el lograr el posicionamiento del museo en la escena nacional.
La pertinencia y la actualidad son un reto narrativo permanente. En un momento en que los museos de arte moderno se enfrentan al desafío de ser relevantes en un mundo globalizado y digital, el MAMM destaca por su capacidad para adaptarse y evolucionar sin perder su esencia, en lo personal podría destacar una estrategia que leo en su equipo de trabajo, la capacidad de servir a sus audiencias con humildad pero al mismo tiempo con una gran dosis de inteligencia.
El Museo de Arte Moderno de Medellín no solo es un reflejo de la vitalidad cultural de la ciudad, sino también un faro de esperanza y creatividad en un mundo cada vez más polarizado, complejo y diverso. Al caminar por sus salas llenas de arte vibrante y provocador, no puedo dejar de sentir que estoy presenciando no solo la historia de Medellín, sino también el futuro del arte en un contexto global.
Diego Aretz
Diego Aretz es un periodista, investigador y documentalista colombiano, máster en reconciliación y estudios de paz de la Universidad de Winchester, ha sido columnista de medios como Revista Semana, Nodal, El Universal y colaborador de El Espectador. Ha trabajado con la Unidad de Búsqueda y con numerosas organizaciones defensoras de DDHH.
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