Por: Paula Veselovschi y Nohora Peña, Maestría Transdisciplinaria en Sistemas de Vida Sostenible.
“Yo, mientras que esté aquí, voy a considerar que esta huertica es en lo que pongo mis problemas, mis angustias, mis dificultades. Yo, vengo y les digo…” nos contó un día doña Blanca, una de las personas mayores que están en el Centro de Protección Social Bosque Popular de Bogotá (CPS), “el contacto con la tierra me fortalece el alma”. Era un soleado sábado del pasado septiembre y doña Blanca nos estaba mostrando las plantas medicinales que con mucho cariño y amor cultivaba en su huerta.
Nos habíamos acercado a ella, y a otras personas mayores del CPS, en el contexto de una investigación que realizábamos como estudiantes de la Maestría Transdiciplinaria en Sistemas de Vida Sostenible de la Universidad Externado de Colombia. Estábamos aprendiendo a mirar la vida con lentes holísticos y a reconsiderar los cuestionamientos habituales entorno a la sostenibilidad. Como trabajo de grado nos propusimos entonces resignificar la agricultura urbana, más allá de sus aportes a la seguridad alimentaria. ¿Puede la agricultura urbana, nos preguntamos, contribuir al bienestar de las personas en un sentido más amplio? ¿Cómo se configuran estas contribuciones en el Centro de Protección Social Bosque Popular?
El CPS es una institución del Distrito dedicada al cuidado de personas mayores en condiciones de vulnerabilidad. En el él, alrededor de 150 personas reciben atención de manera continuada, y varias de ellas están practicando la agricultura urbana, potenciando los beneficios a los demás. Fue a estas personas que durante varios meses acompañamos casi semanalmente en sus huertas, compartiendo y aprendiendo de ellas en una investigación-acción transdisciplinaria que enriqueció nuestras vidas con nuevos sentidos para palabras como investigar, vida sostenible o bienestar.
La agricultura urbana se nos reveló antes de todo como una práctica que favorece las relaciones sociales. En la huerta del CPS la gente converge, se apoya mutuamente, intercambia saberes y habilidades, y recibe visitas de familiares y amigos, forjándose estos vínculos afectivos que cada ser humano, a toda edad, tanto necesita.
Espacio de la cotidianidad y de la belleza, una huerta es parte inseparable de lo que es un hogar, y también cumple esta función en el Centro de Protección. En un contexto institucional muy diferente de los espacios de vida de las personas, la huerta ayuda a desarrollar un sentido de pertenencia, ofreciendo intimidad y un lugar de retiro agradable a los que, día tras día, trabajan en ella.
La agricultura urbana es también una manera que permite a las personas mayores expresar sus deseos, intereses y sueños, su pertenencia al campo y sus orígenes, sus detallados conocimientos de las plantas medicinales, o su creatividad. Había entre los agricultores del CPS gente conocedora de la floristería, gente que había trabajado toda su vida en la producción de alimentos, gente emprendedora y ansiosa por aprender, y todos encontraban en la huerta una manera de manifestarse.
Finalmente, la agricultura urbana, en tanto involucramiento personal y práctica constante de cuidado hacia las plantas, es el contexto perfecto para un contacto más profundo con la naturaleza. Como bien lo decía doña Blanca, trabajar en la huerta fortalece el alma, permite a las personas mayores reflexionar sobre sus vidas, reconciliarse con ellas mismas, y trae la consciencia de que cada persona es parte de un todo más amplio que la trayectoria individual de cada uno.
Las conclusiones que nos permitió desarrollar la investigación-acción en el CPS son muchas. En primer lugar fue la importancia de cuestionarnos sobre el significado del bienestar, en el caso de las personas mayores y en general. Más allá de la satisfacción de unas necesidades básicas y tangibles como vivienda o alimentación, el bienestar resultó ser un concepto integrador, que abarca el ser humano en su totalidad, su relación con su entorno y con el fenómeno de la vida. Es un concepto en continua evolución, cuyos aportes son imprescindibles para guiarnos en la búsqueda de caminos hacia otros futuros posibles.
En segundo lugar, podemos afirmar con certeza que detrás de la humildad y la sencillez de la agricultura urbana tal como se nos muestra en nuestros contextos diarios, yace un enorme potencial para mejorar la calidad de vida de las personas en una multitud de contextos. La agricultura urbana puede ser una herramienta eficaz para fines terapéuticos, para contribuir al bienestar de las personas que se encuentran en instituciones de cuidado y de protección, para combatir la exclusión social de las personas vulnerables, y en general para mejorar las condiciones de vida de todos los que vivimos en ciudades. Un posible punto de acupuntura en contextos urbanos degradados, o un punto de partida para imaginar alcanzables utopías que nos embellecen las ciudades.
Particularmente, la huerta del Centro de Protección Social Bosque Popular tiene un inmenso valor para la felicidad de las personas mayores del Centro, y es fundamental que la agricultura urbana se siga practicando y fortaleciendo en la institución.
En tercer lugar, la investigación-acción no habría sido posible sin un cuestionamiento interno de cada una de nosotras, propiciado por el abordaje novedoso de la Maestría. ¿Qué es investigar? ¿Con qué calidad de la presencia deberíamos presentarnos en un escenario de la vida e interactuar con los que estaban allí presentes? Realizamos la investigación-acción desde lo humano, asumiendo una postura reflexiva y abierta, tratando siempre llegar a un lugar interior más profundo que nuestra racionalidad. Colocamos a las personas mayores y su sentipensar en el centro, y ellas emergieron no como personas en estado de vulnerabilidad, sino como los sabedores que son, a quienes estaremos eternamente agradecidas.