Por: Alejandro Martínez A*
La familia entendida como sujeto democrático, sujeto vital y convivencial, enfrenta hoy una profunda agresión en la que convergen tanto algunos neoconservadurismos como ciertos progresismos.
Ambos enfoques, al desconocer la familia como proyecto democrático, apelan al individualismo y al liberalismo, atacando conjuntamente a las familias que consideran su enemigo: unos, porque no se ajustan al modelo sacralizado del pasado; otros, porque no encajan en el proyecto mercantil e individualista del futuro.
En contraste, la familia representa un espacio de cuidado y solidaridad humana que el capitalismo tiene en la mira, bombardeándola de manera constante y, a menudo, imperceptible. Este ataque se manifiesta, por un lado, desde los ultraconservadores, que ven a la familia como un recurso funcionalista, sometiéndola a las religiones del consumo y la prosperidad; y, por otro, desde los progresismos liberalizados, que espiritualizan el consumo sin religión.
En un contexto donde el capitalismo neoliberal y ciertos progresismos, plegados a lógicas individualizantes, han invadido el ámbito familiar con el culto al ego y al “yo quiero, yo necesito, yo merezco, me gusta”, es urgente reimaginar y reafirmar un propósito humano y humanizante de la familia. Esta defensa responde a una agresión que se expresa no solo en la mercantilización de las relaciones familiares, sino también en la promoción de un individualismo que debilita los lazos y destruye las solidaridades.
Actualmente, el modelo capitalista y su cultura no solo atacan a la familia desde su sistema económico y productivo, sino que han logrado infiltrarse en el ámbito emocional e íntimo, promoviendo una visión de relaciones afectivas basadas en el consumo y la satisfacción inmediata. Este capitalismo emocional, que convierte los sentimientos en mercancía y las experiencias en transacciones, intenta reducir la convivencia familiar a una serie de intercambios individuales centrados en preferencias egoístas y pasajeras. La dictadura del “yo quiero”, en la que los deseos personales se imponen sobre las necesidades del colectivo, erosiona las bases de la convivencia y convierte a la familia en una suma de individuos desconectados, unidos únicamente por la búsqueda de satisfacción personal que rinden culto a las pantallas y festejan sus vidas en los centros comerciales, las discotecas, los lugares de divertimento y los estadios.
Defender la familia desde una perspectiva democrática implica comprenderla en tres dimensiones fundamentanles como sujeto democrático, como sujeto vital y como sujeto convivencial. Cada uno de estos fundamentos subraya una dimensión claves de la familia como espacio de cuidado y solidaridad humana, que responde a los desafíos de una sociedad marcada por el consumismo, el individualismo y la mercantilización de las relaciones. Estas tres nociones reflejan cómo la familia puede resistir y redefinir su lugar en el contexto contemporáneo, actuando como una fuerza de cohesión, solidaridad y resistencia ante los embates de un sistema y una cultura que la agreden con banderas azules y rosadas.
Familia como sujeto democrático
En un entorno donde el neoconservadurismo y el neoliberalismo buscan imponer una estructura autoritaria o fragmentaria, la familia democrática es aquella que se democratiza y democratiza a sus integrantes. Es un espacio de participación y justicia donde todos sus miembros, sin importar su edad o género, tienen voz y protagonismo. Esta familia no es solo un espacio privado de aprendizaje democrático, sino también un agente activo de democracia en la sociedad, coaprendiendo con sus miembros el valor de la justicia, la equidad y la responsabilidad compartida. Así, los integrantes crecen colectivamente comprendiendo la importancia de la participación y del respeto a los derechos, fortaleciendo su papel como ciudadanos responsables y activos en sus comunidades y sociedades.
Familia como sujeto vital
El proceso de destrucción de los entornos de habitabilidad del planeta exige un cambio radical en nuestra relación con el entorno donde estamos siendo y con las generaciones futuras. En este contexto, la familia vital asume un rol protector de la vida en todas sus formas, promoviendo una ética de sostenibilidad y no-violencia hacia la naturaleza. No solo se preocupa por la supervivencia de sus miembros, sino que también actúa como un núcleo de protección de la habitabilidad del planeta, inculcando en sus integrantes formas relacionales de cuidado de la vida y del equilibrio ecológico. Este enfoque desafía la lógica de explotación y consumo que caracteriza al capitalismo actual, promoviendo desde las familias una relación armónica y amorosa con el entorno como casa común.
Familia como sujeto convivencial
En un mundo donde el individualismo y la mercantilización emocional han fragmentado los lazos humanos, la familia convivencial es un espacio de construcción de vínculos afectivos profundos y duraderos. Aquí, la solidaridad y el apoyo mutuo son los principios que guían la convivencia, creando un entorno donde cada miembro se siente valorado y protegido. Esta familia rechaza la lógica transaccional de las relaciones y fomenta una cultura de cuidado y reciprocidad, en la que el bienestar colectivo es una prioridad. En la casa de “nosotros”, se vivencia el valor del apoyo mutuo y la importancia de una convivencia basada en el respeto y la empatía, cualidades fundamentales para enfrentar los retos de la sociedad actual.
La fórmula que recoge al sujeto democrático, vital y convivencial en la familia es “Familia democracia”, que se opone precisamente a los tremendos cataclismos que se ciernen sobre la humanidad: la destrucción de la democracia, la habitabilidad del planeta y la disrupción tecnológica deshumanizadora. “Familia democracia” es una visión crítica y, al mismo tiempo, esperanzadora de la familia como espacio de cuidado y solidaridad, fundamental para la construcción de una sociedad justa, solidaria y sostenible. Frente a los modelos que intentan instrumentalizar a la familia o convertirla en un espacio de transacciones emocionales, este proyecto de defensa propone un avance paradigmático hacia una familia que sea pilar de respeto, justicia y solidaridad.
Así entendida, la familia se convierte en un sujeto activo y emergente de la democracia y en un fundamento indispensable para una sociedad que necesita espacios de equidad, apoyo y colaboración genuinos. La familia democrática, vital y convivencial no es solo el soporte de sus integrantes, sino también un modelo de convivencialidad que puede resistir la mercantilización y el individualismo que pretenden dominar todos los ámbitos de la vida. En ella reside una esperanza de construir un mundo en el que el bienestar colectivo, la democracia, sea el pilar fundamental de la convivencia humana, resguardando las auténticas relaciones de cuidado y solidaridad que nos unen como personas, sociedad y especie.
*Ashoka Fellow, docente Investigador Universidad Externado de Colombia. Maestría Transdisciplinaria en Sistemas de Vida Sostenible. Pedagogía de la Ternura – Pedagogía de la posibilidad.
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