Las Ciencias Sociales Hoy

Publicado el Las Ciencias Sociales Hoy

La cultura de la maleza

Por: Víctor Reyes Morris*

Maleza: abundancia de malas hierbas. Maldad (del latín malitia).DRAE.

Algunos productos de la naturaleza se utilizan como ejemplos perversos, que solo lo son para la cultura humana, así “maleza” significa malas hierbas, sin que las hierbas sean malas en sí, pero hay que recurrir a esas metáforas por el arraigo que tienen tales metáforas para efectos de comunicación. La Naturaleza me perdonará por utilizarla para usar una denominación que los humanos la pusimos como perversa para llamar a unos, valores, conductas y actitudes totalmente humanos así, esos sí, muy perversos. Me refiero a la cultura del narcotráfico, que más allá de la ilicitud de la actividad ha tenido una nefasta influencia en nuestra propia cultura nacional en algunos sectores de nuestra sociedad. Ha conformado una sub-cultura que ha tenido influencia más allá de la propia actividad ilegal. Eso es lo que pretendemos analizar en este breve texto. Los “slang” (o jergas) para referirse a lenguajes de carácter delincuencial o secreto de algunas subculturas en conflicto con el resto de la sociedad, han existido siempre y algunos alcanzaron cierto status como el lunfardo argentino, que se involucró en el tango. Pero no pretendo hacer análisis sociolingüísticos si no llamar la atención sobre algunos valores, que más allá del lenguaje, tienen nefasta influencia en nuestra sociedad. Por ello mi análisis es más socio-cultural que lingüístico.

Una cultura es un conjunto determinado de valores, creencias, pautas de comportamiento, actitudes y usos que caracterizan a un grupo social o sociedad. Pero también existen, además de una cultura dominante en una sociedad, subculturas, que pueden expresar a distintos grupos sociales que pueden estar, sí o no, en conflicto con la cultura mayoritaria.

El narcotráfico creo una cultura, no sólo por lo propio de su actividad ilícita para mantener secretos, sino que para algunos sectores fue referente social. Digamos, por ejemplo, cómo acendró valores machistas propios de nuestra sociedad. Concibió a la mujer como un objeto más dentro de los objetos de distinción propios de un enriquecimiento rápido y ostentoso. La narrativa de “sin tetas no hay paraíso” es el reflejo de una estética corporal que objectifica más a la mujer.

La ostentación excesiva fue también su propia perdición por lo evidente de la misma y paradójicamente también su protección, por el clima de impunidad que los rodeaba, a los narcos. Estos personajes no le ponían límites a lujos perversos o inútiles. ¿Es difícil saber si todos esos ingresos fabulosos provenientes de la actividad ilícita, que, en toda su cadena de producción, lo más valioso era la logística, o sea colocar “la mercancía” en los mercados de los sitios o países de mayor consumo, países ricos, qué parte era para esa vida de súper ricos y qué otra parte iba al torrente de la economía productiva? Lo que podría pensarse es que alcanzaba para todo. Además, una buena parte, también iba o va, para sobornos a autoridades en toda la cadena productiva y distributiva.

Esta narco-cultura creó un sentido de la vida, del instante, del momento, que podría expresarse en torno a que todo es ya, porque la expectativa de vida era corta por todos los riesgos y multiplicidad de ambiciones encontradas. El momento de gloria del narco era corto y por lo tanto el goce también. Esas expresiones que titulan libros, como “El pelaito que no vivió mucho” (Víctor Gaviria), “No nacimos pa’ semilla” (Alonso Salazar) son justamente la muestra de esa narrativa de instantaneidad vital.

La deificación del término “patrón”, se convirtió en el summum poderoso de toda la actividad. Además, porque al disponer de un ejército personal de matones y sicarios que recibían enormes sueldos, se convirtió en ideal no solo la figura del patrón, si no el poder engrosar ese ejército privilegiado sin importar el riesgo de la violencia que practicaba en formas de extrema crueldad, para cimentar un poder con base en el terror. Difícil situación, entonces, porque hay una total inversión de valores y una competencia entre capos a ver cuál es más cruel, ya que la maldad y el ejercicio de la misma que da poder, se convierte en el sueño a seguir.

Lo que envuelve a todo este panorama del narcotráfico es una cultura de la violencia exacerbada. Y esto ha permeado a buena parte de la cultura colombiana, ya sea como modelo o como rechazo o resistencia.

Y es que, entre sectores marginales de las grandes ciudades colombianas, hay toda una generación de jóvenes cuya única opción de vida es la que le brindan las bandas delincuenciales, muchas de ellas para entrenarse en el sicariato y “socializarse” en esa sub-cultura del narcotráfico. Aunque, no es de ninguna manera propio o exclusivo de nuestra realidad, el contexto más amplio es la cultura mafiosa, estudiada en muchas de sus dimensiones en Estados Unidos, Italia y otros países.

A propósito de Italia y específicamente en una región del sur italiano, en la Calabria, ha surgido un proceso muy llamativo de “robarle” los hijos a la mafia, para evitar la reproducción incesante de la cultura mafiosa en la versión calabresa de la Ndrangheta, un juez de menores, Roberto Di Bella, ha realizado una acción judicial de sustraer a los niños, hijos de los mafiosos, de la custodia de sus padres involucrados y colocarlos bajo la jurisdicción del Estado para su protección. Claramente pretende romper un círculo histórico de sub-cultura delincuencial, que lleva más de 100 años.

Tal experiencia al referirla, no es para copiarla así sea exitosa, si no para mirar el mensaje más de fondo y es el asunto en nuestro país Colombia, la carencia de oportunidades para jóvenes de sectores marginados que los conduce muchas veces al camino delincuencial y a ser las vanguardias sicariales del narcotráfico o los “dealer” del micro-tráfico. Entonces lo que tenemos que pensar como sociedad, es qué estrategia es la que hay que sacar adelante para sustraer a los jóvenes de estos sectores marginales de tales riesgos creándoles verdaderas y duraderas oportunidades de educación y trabajo, es decir una opción digna de vida y no condenarlos a ser los peones de las bandas criminales. Y que esa cultura malévola del narcotráfico no se reproduzca en nuevas generaciones, salvemos a nuestros jóvenes de sectores marginales de las opciones de la maleza. –

Doctor en Sociología*

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