
La vuelta a la sabana es uno de los destinos más tradicionales entre los ciclistas aficionados de Bogotá. El VALS, como se le conoce a esta ruta de 80 kilómetros, es ‘bailado’ a todos los ritmos, pero muy pocos lo hacen como Diana Melo.
Bogotá, noviembre 10 de 2020. El vals es un baile elegante asociado a ceremonias y actos solemnes como bodas y celebraciones de quinceañeras. Imaginémonos ese mundo elegante, mientras escuchamos el Walts No. 2 Dmitri Shostakovich.
Fuera de los salones de eventos, también se danza un vals bien particular, el VALS (vuelta a la sabana) de los ciclistas aficionados de Bogotá, un giro de 80 kilómetros, que en los últimos años se ha convertido en el plan más tradicional de los pedalistas aficionados.
Hay quienes ‘bailan’ solos, en pareja o en grupos de todos los tamaños y a todos los ritmos: super lento, lento, rápido, rapidísimo y súper rapidísimo. Un despelote, especialmente los fines de semana.
Para los ciclistas novatos, el VALS es un reto mayor, no sólo por su extensión, sino porque deben surtir un gran trecho de terreno llano, antes de sortear algunos repechos en apariencia inofensivos y los altos de Arepas, El Cable y Patios. En este recorrido, no hacen falta las pálidas, especialmente de quienes están empezando a acumular kilómetros.
Pero ¿quién ‘baila’ el VALS como lo hace Diana Melo? Muy pocos. Poquísimos. ¿Cómo lo hace? A puro trote, el paso más difícil de seguir de todos, tanto, que ni los salseros de Cali serían capaces de marcar su paso incansable.
La explosividad de la percusión
Diana, percusionista de la Orquesta Filarmónica de Bogotá recuerda que, en el año 2012, cuando ni siquiera montaba en bicicleta, se llevó a cabo un evento organizado por Runnerslab, que reunió a ocho atletas, quienes corrieron 77 kilómetros, entre Santa Bárbara y El Virrey, un evento descomunal que tuvo su segunda edición en 2013.
“Por aquella época yo ni siquiera hacía la vuelta a la sabana en bicicleta, de hecho, ni tenía bici. Ya entrenaba atletismo, pero por más ganas que tuviera, no les llegaba ni a los tobillos a aquellos pioneros, que lograron correr 77 kilómetros como si fuera pan comido”, rememora.
Pasaron varios años de añoranza por haber estado en aquella línea de partida, tiempo en el que Diana fue sumando kilómetros: maratones y ultramaratones, un ultra trail du Mont blanc (100 millas), un Marathon des Sables (230 kms en seis días), un New York y un Boston y de ahí para abajo cualquier cantidad de pruebas de trail y de asfalto, de todas las distancias, olores, colores y sabores, además de muchísimos kilómetros de entrenamiento a pie y en bicicleta, muchas lesiones y retiradas.
¿Bailamos mademoiselle?

A las 4 de la mañana del viernes seis de noviembre de 2020, Diana saltó a la pista de ‘baile’ en pantaloneta y con una luz en la cabeza, dispuesta a hacer realidad ese deseo atascado: correr el VALS.
“En este año pandémico, en lugar de extrañar las actividades organizadas por terceros, he sentido cómo se abren infinitas posibilidades de saber quién soy, qué quiero y qué hay dentro de mí. Sabía perfectamente en qué me estaba metiendo. Y para ponerle mi estilo, decidí correr la misma ruta que hago en la bici, saliendo y regresando a casa, 90 Kilómetros”.
Cuando Diana saltó a la calle esa madrugada fría, era el resultado de un minucioso plan de entrenamiento, guiado por su entrenadora Mirtha Realpe, que había incluido simulacros sobre la ruta real, trabajos de intensidad, fortalecimiento durante la cuarentena, y mucha bicicleta. Incluso, hubo días que hizo doble VALS en bicicleta para ir preparando la mente.
Paso firme, mente poderosa

Miradas de sorpresa lanzaron varios ciclistas madrugadores, atraídos por la aparición de una atleta que devoraba pavimento, escalaba puentes y sorteaba tramos con una propiedad poco común.
Los primeros kilómetros fueron muy veloces, tanto que el motociclista acompañante tenía que acelerar a lo largo de varias cuadras para alcanzarla, tras haber parado para fotografiarla. Su paso promedio, a lo largo de los 90 kilómetros, fue de 6:36. Algo así, como hacer el mismo recorrido en bicicleta a 31 kms/h, en promedio.
Al igual que los ciclistas, Diana sobrevivió al tráfico agobiante en la Autopista Norte, entre la calle 185 y el peaje Andes. Luego, en un ambiente más amable, pasó por Sopó, a las 8:00 a.m.
A partir de ahí, la bogotana vio cómo el terreno empezó a inclinarse paulatinamente sin dar mayores treguas, una sensación casi imperceptible en bicicleta. Además, a su ritmo contempló con más detenimiento el paisaje de ese valle verde del Sopó adornado con árboles, potreros, vacas, casas campestres y conjuntos residenciales de lujo.
¡Una tienda por favor!

A las 10:30 a.m., la artista coronó el Alto de Arepas, una subida corta de casi 3 kilómetros, donde los ciclistas suelen soltar toda la artillería para zafar a sus compañeros de ‘baile’ o simplemente para aguantar y pasar con los mejores.
Pero ese día, Diana no iba pensando en la ‘candela’ de los pedalistas, sino en la hidratación y la comida que podría comprar en el único restaurante que tiene el sector, pues las distancias entre las tiendas, nunca le habían parecido tan largas como en ese día.
“Siempre he sido una persona solitaria y gran parte de mis entrenamientos las hago sola, entonces no me inquietaba ir sin compañía. No obstante, en la madrugada tuve el acompañamiento motorizado de la Sinfonía del Pedal, y Mirtha, mi entrenadora llegó después en bicicleta, sobre el medio día. Luego, mi amiga Nathalia pasó en el carro y todo eso fue como un shot de cafeína”.

La percusión vital del corazón
Tanto en el ciclismo, como en el atletismo es imprescindible la concentración y la paciencia, especialmente, cuando hay que lidiar con el dolor. En ambas disciplinas, es necesaria la inteligencia para administrar fortalezas y una voluntad indomable para sobrevivir a las miserias.
Con el ‘automático’ encendido, la profesional en tocar el timbal, la conga, la marimba, los platillos y todo lo que percuta pasó por la Calera y el Alto del Cable. Eso sí, a esta altura del recorrido, cada nuevo ascenso, era un martirio autoinflingido al que había que sobrevivir. El único ‘instrumento’ que le quedaba para echar mano, era el corazón.
En esa lucha constante entre la victoria y la derrota y luego de nueve horas de trote, la atleta de 41 años conquistó Patios a la 1:15 p.m., uno de los santuarios del ciclismo aficionado de Bogotá.

Aunque solamente estaba a 15 kilómetros de alcanzar su objetivo, Diana temía la bajada a la carrera séptima, pues sus músculos estaban maltratados lo suficiente para contener el peso de su cuerpo.
Por andenes, entre carros y saltando obstáculos, Diana Melo llegó a su casa a las 2:45 p.m., para un total de 9h53’35».
En estos tiempos en los que los actos heroicos escasean, Diana dice que no tiene que demostrarle nada a nadie y que solo quiere ser feliz, pasar del deseo a la acción, del dicho al hecho, “porque el mundo está al otro lado de la puerta y solamente hay que salir a tomarlo”.
Escrito por César Augusto Penagos Collazos
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