La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

Una ‘tusa’ en bicicleta, del dolor a la victoria

El ciclismo es algo más que una actividad física o un deporte, es una ‘medicina’ para curar los dolores del alma. En circunstancias adversas, cuando parece que nada, ni nadie nos puede devolver la tranquilidad, tan invisible antes, pero tan anhelada ahora, descubrimos que el ‘movimiento’ es la base de la alegría y una de las mejores ayudas para el duelo. Así lo constatan algunos casos indagados por la Sinfonía del Pedal.   

Bogotá, 6 de septiembre de 2021. Luego de 25 años de matrimonio, Sandra Vigoya sintió que se le había pasado la vida y que a sus 47 años todo debía empezar de nuevo. Su separación fue como si el mundo se cayera a pedazos en un mar de confusión y culpas. Buscó refugio en el alcohol, el cigarrillo y la rumba, en las que no encontró la paz que buscaba.

Durante ocho meses padeció angustias terribles, enfrentó dificultades financieras, pero, sobre todo, tuvo que enfrentarse a uno de los demonios que más destruye al hombre: la soledad. Su barco había naufragado.

Así fue el inicio de Sandra en el ciclismo y su pronta transformación

Un día decidió vivir sola en una cabaña y fue allí donde se conectó con el ciclismo. “Cuando yo me levantaba todas las mañanas veía cómo pasaban los ciclistas con tanto esfuerzo y en medio de mis problemas yo decía ‘ve, qué chévere eso’ y empecé a montar, porque además tenía un problema de obesidad grado tres, mi peso era aproximadamente de 100 kilos”, recuerda Sandra, gerente de cuentas de clientes corporativos en una empresa de tecnología donde ha trabajado a lo largo de 19 años.

Compró su primera bicicleta hace año y medio. No sabía ni de técnica, mi de mecánica básica, simplemente quería salir a intentarlo. Su primer esfuerzo por conquistar el Alto de Patios fue un fracaso, pues no logró la anhelada cima. Antes de que eso sucediera la atracaron. Pero su resolución era firme y se compró otra cicla y buscó todos los tutoriales en youtube para aprender a despinchar, a usar los cambios y conocer nuevos destinos.

Sandra Vigoya en Patios

“En la bici yo encontré paz, tranquilidad, me quitó mi soledad, mis momentos de tristeza, me hace sonreír, me hace feliz, me ayuda a pensar y lo más importante, me pone retos que yo jamás pensé que podía hacer”, recapitula Sandra, una ciclista super aficionada que ha logrado bajar 27 kilos y crear una nueva red de conocidos.

Ahora el ciclismo es su estilo de vida. Su alegría inicia el día anterior cuando alista su uniforme, prepara la bebida y pregunta ¿para dónde vamos? “Todo el mundo sabe que tiene que esperar a que yo llegue de montar en bici para hacer cualquier plan, incluido mis hijos”, concluye Sandra, que ahora tiene en su ‘palmares’ algunos de los puertos de montaña más representativos de Cundinamarca como Patios, La Cuchilla, Canicas, entre otros.

Montar en bici o cortarse las venas, esa es la cuestión

Paola Carrero practica el ciclomontañismo

La pandemia también fue del desamor. Muchísimas relaciones siguen llegando a su fin en el contexto de la crisis mundial desencadenada por el virus del covid. Ese fue el caso de Paola Carrero, ciudadana venezolana, que ha tenido que enfrentar situaciones muy difíciles en un periodo muy corto, desde su llegada a Colombia, hace cuatro años. La ruptura con su pareja fue una de esas.

En uno de los tantos días en los que lloraba en la oficina, una compañera de trabajo le exigió tajantemente secarse las lágrimas y no volver a llorar. Esa misma persona le aconsejó comprarse una bicicleta para distraer el dolor de su corazón.

“Ella me ayudó a escoger la bicicleta, la empecé a usar para ir al trabajo, era mi medio de transporte, pero ya me gustaba tanto la bicicleta que yo quería empezar a practicarlo como deporte”, rememora Paola con la satisfacción de contar el cuento como un náufrago que sobrevive a la inmensidad del mar.

Su ‘tusa’ la empezó a moler en cada pedalazo, la pulverizó entre cadena y piñones. Desde que empezó con la bicicleta ha conocido a personas maravillosas, lugares inolvidables, rutas de ensoñación, al tiempo que sus heridas espirituales empezaron a curarse con la recuperación de su autoestima.

Paola Carrero de ‘civil’

“Pienso que tomé la mejor decisión de mi vida, haber superado una tusa con la bicicleta, hoy por hoy me apasiona este deporte, prefiero levantarme a las cuatro de la mañana para salir en bicicleta que llegar a las cuatro de la mañana de una rumba, así que el ciclismo ha sido mi mejor medicina, ha sido mi mejor terapia y gracias a él creo que hoy estoy de pie, sino todavía estaría (risas) cortándome las venas”, finaliza Paola, asistente comercial de 31 años.

Laura no está, Laura se fue…

Laura Ayaya escala la curva más difícil en ‘Gasuquita’

El efecto dominó de la pandemia también llegó a la vida de Laura Ayala. Luego de un poco más de dos años, ella se quedó con los recuerdos, los lugares y todo ese pequeño universo que solo dos saben construir.

«Ante la agitación de pensamientos, la bici puede aparecer como una pausa, un acto meditativo y, en consecuencia, una alternativa para sanar, aprender a mirar y pensar en lo que nos acontece, sin sucumbir a una espiral de pensamientos repetitivos y contraproducentes”, reflexionó Laura, profesora de español.

La ‘profe’ Laura asciende el Alto del Vino por el costado de la Vega

Tras vivir los días más oscuros, le dio una nueva oportunidad a ‘Alice’, su bicicleta. Decidió madrugar, exponerse al frío bogotano, arrojarse al cansancio al borde de sus 27 años.

Consciente de que andar en bici y sanar son intransferibles, pedaleó cada vez más lejos, en un ejercicio de profunda meditación. “De manera un poco paradójica, el desgaste emocional de la ‘tusa’ puede motivarnos a emprender un desgaste corporal o físico que, extrañamente, resulta aliviando la carga emocional que, en principio, no nos cabía en el cuerpo”, racionalizó.

En ese ‘trance’ nos encontramos con Laura e hicimos un trato: yo le guiaba sus pedalazos y ella me enseñaba a bailar salsa. Un día a la semana estábamos sobre pedales y otro, echando paso. Podría llamarlo como ‘las distintas formas de lucha’ o ‘inventos’ que nos van resultando en un camino incierto.

“De cualquier modo, entendimos que toda montaña, toda distancia y todo viento en contra se tornarán pruebas más amables que nuestro enredo sentimental, pero la cuestión es que nuestra cadencia y ritmo sobre los pedales, generan un movimiento de afuera hacia adentro en el que los recuerdos y las preguntas no se van, pero sí se acomodan en nuestro cuerpo, haciendo que este recupere la ligereza para pensar, sentir y, obvio, para ir cada vez más rápido en la bici”, teorizó la ‘profe’ que desde hace un mes pedalea y estudia una especialización en México.

El dolor como motor de la victoria

Diego Largo en lo más alto del podio

Los hombres también lloran. Diego Largo, puede dar fe del desamor durante la pandemia, periodo infausto en el que también le pasaron el ‘ácido’ y no tuvo más remedio que refugiarse en el ciclismo, una disciplina que ha cultivado durante años.

Al principio de la ‘tusa’, el dolor era tan fuerte que no encontraba acomodo en su bicicleta, sobre la cual lloró varias veces. Tal vez, sin quererlo, esas lágrimas derramadas sobre el metal reforzaron para siempre su relación con la ‘flaca’ y la ‘gorda’, las ciclas de ruta y de montaña.

El duelo lo motivó a reforzar la intensidad de las actividades que lo hacían sentir mejor y en ese afán de explorar emociones distintas empezó a ver resultados en las competencias a las que suele asistir.

“Con el tiempo uno empieza a ser el mismo de antes, a disfrutar de la misma manera el ciclismo, a pensar en otras cosas, en uno mismo. Obviamente la vida es diferente, porque uno está solo, pero todo empieza a ser bonito otra vez y eso va llenado el corazón. De repente la soledad se vuelve una compañera agradable, uno inicia a ser feliz consigo mismo”, relata el ganador de la primera válida de la Copa Bogotana de Ciclimontañismo, en la categoría Sport B.

La vuelta al mundo en bicicleta

Los expertos han explicado con lujos de detalles que practicar una actividad física o un deporte tiene efectos curativos, pues el cerebro segrega endorfinas que aportan una sensación de bienestar general: modera la ansiedad, la depresión, aumenta la autoestima y ayuda a dormir mejor, etc.

Sin saber que eso es lo que ocurre en mi cerebro cuando practico ciclismo, a esta actividad le he confiado casi todo durante una de las etapas de mayor incertidumbre de mi vida motivada por la frustración de un viaje internacional no materializado tras el cierre de las fronteras en el 2020, las subsiguientes cuarentenas y la finalización abrupta de mi relación. Todos los ‘males’ llegaron al mismo tiempo.

Desde el día ‘cero’ supe que no podía dejar de pedalear, pues para no caer en los abismos de mis pensamientos debía consagrarme a la terapia del ‘movimiento’. En mi caso, la quietud aviva las ideas más complejas sobre la existencia. Insoportable.

César Penagos en Cartagena luego de pedalear 1200 kilómetros desde Bogotá

En ese proceso de darme ‘leña’ en la mañana y de hundirme en las tardes y caer a los más bajo de la pena en las noches, empecé a aumentar el kilometraje. Un día salí sin rumbo y sumé 200 kilómetros, una jornada en la que decidí volver al mar en bicicleta.

Dicho viaje me tomó casi tres semanas, sumé 1400 kilómetros, tuve jornadas de hasta ocho horas de pedaleo. Básicamente, todo consistía en distraer a la mente y estrechar cada vez más el tiempo de la tristeza. En esa travesía le confié mis penas al mar, al azul tenue y a la vez profundo de las islas del Golfo de Morrosquillo. Hubo tiempo suficiente para escribir mis sentimientos más agudos al mejor estilo de Don Quijote.

En una de esas ‘etapas’ tuve una epifanía que he tratado de abrazar en las más duras recaídas: era mi deber pensar que la otra persona era feliz con la decisión tomada y que nada más me debería importar, ni mi dolor, ni mis pensamientos, ni mis miedos. Es decir, la bicicleta puede hacer las veces de psicólogo, psiquiatra o consejero espiritual.

Como Sandra, Paola, Laura y Diego he tenido que hacer un esfuerzo que sobrepasa mis posibilidades para soportar ese dolor que se aloja en algún rincón de nuestro ser, porque a la larga, cuando todo se ve con más claridad, sólo queda el hecho tangible de que hemos sido arrojados a los pabellones de la soledad y el olvido. Ahora, hace falta darle la vuelta al mundo en bicicleta para empezar de nuevo.

Agradecimientos:

A Sandra, Paola, Laura y Diego por abrir sus corazones y contarnos sus historias. No es fácil exponerse de esta manera, pero hace parte del proceso de sanación. A Sandy Montaña por compartirme su historia de duelo y hacerme comprender que hay dolores de dolores y que tal vez lo escrito aquí es apenas un juego. Y en general, gracias a los amigos y a los que sin querer y sin saberlo han estado ahí acompañándonos, mientras nos reconstruimos por dentro.

Escrito por César Augusto Penagos Collazos

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