La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

«No todo es tan lejos como parece”: La bicicleta

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Cuántas excusas escuchamos para justificar nuestras vidas rutinarias y simples de esta época moderna que de interesante tienen poco. Cuando no es la falta de dinero, es el tiempo el que juega a favor de la infelicidad. La bicicleta es sin duda uno de los mejores medios para viajar, aprender, gozar y vencer el tedio de cada día.

Sentirse diferente puede ser más sencillo de lo que parece, pues solo debemos tomar la bicicleta y empezar a pedalear para encontrarnos con un mundo siempre renovado. Embarcados en este proyecto y dadas las precarias condiciones físicas, primero damos vueltas a la manzana, el barrio o la localidad. En breve, nuestras piernas se atreven a impulsarnos sobre la ciclovía bogotana, la cual dibuja un amplio recorrido que puede sumar más de 30 kilómetros.

El domingo menos esperado, la osadía nos lleva a esa aventura de conectar el sur con el centro de la ciudad. Tal vez, cuando ya nos sentimos más ‘gallitos’, vamos por un café al norte y como descubrimos que no todo es tan lejos como parece, desde allí emprendemos el largo viaje hasta el sur. ¡Qué maravilla de recorrido! hemos conocido una ciudad oculta que se diversifica en arquitectura, mascotas, ropas, zonas verdes, esculturas, cuerpos, estilos de trote y marcas de gafas de sol.

¿Qué sucede cuando las vías de la ciudad ya no nos son suficientes? Pues restan por conocer las vías que conectan con los pueblos más cercanos, es decir, un nivel más avanzado de la afición por la bicicleta. Como si del destino se tratara, por lo general nuestro primer viaje es a Patios, esa exigente subida de 7 kilómetros de la vía hacia La Calera, amada por miles y miles de ciclistas domingueros que serpentean sus curvas hasta superar los 3 mil metros sobre el nivel del mar. La recompensa al gran esfuerzo del tradicional ascenso recibe una gratificación inmediata, otorgada tanto por un revitalizante jugo de naranja como por un golpe de vista de la gran urbe colombiana que se postra a nuestros pies.

Poco tiempo ha pasado y nos descubrimos pedaleando otras rutas, cuyos destinos nos muestran paisajes inolvidables: cultivos de hortalizas, frutas, bosques y el concierto de sus aves; praderas y animales; niebla, sol, lluvia; planicies, altos, altiplanos y cumbres. Al cabo de unos meses hemos trasegado por pueblos jamás antes visitados de la sabana y sus alrededores. En cada viaje, unas cinco horas y un billete de 10 mil pesos han sido más que suficientes. Bueno, bonito y barato es pasear en bicicleta.

¿Qué sucede cuando las vías de los pueblos más cercanos ya no nos son suficientes? Pues nos esperan las vías nacionales, un nivel más arriba en el que ya muy seguramente hemos cambiado de bicicleta, vestimos un uniforme de un equipo europeo, llevamos guantes, gafas y nuestros pies lucen zapatillas de ciclismo. Eso sin contar con la gente nueva que nos rodea y sus enseñanzas: a saber, algunos personajes inalcanzables y mayores de 70 años de edad, nos han mostrado que le vejez es un achaque de la mente y otros, sin una pierna o sin un brazo u otro tipo de limitación, también nos han mostrado con creces que la felicidad es una actitud de superación.

En este estadio del amor por  la bici, la vida nos ha cambiado. El sedentarismo y la tristeza de estar tan pesados frente a un televisor todo el día, es algo del pasado. Ahora, volamos lejos. Nuestras mentes han desmitificado el miedo a las distancias, porque no todo es tan lejos como parece. Una jornada de 120 kilómetros, entre Bogotá y Tunja, se suma a nuestro ‘repertorio’. La bici nos enseña que nada es imposible, los límites son diametralmente proporcionales a nuestros sueños. Con la lengua afuera, luego de cuatro días de pedaleo, coronamos San Agustín, Huila. Con suficiencia, luego de tres días de estar sobre el sillín, nos sorprenden las casas encumbradas del sur de Medellín, Antioquia.

Dichas macro aventuras nos han permitido conocer los más variados pueblos colombianos por donde hemos pasado desapercibidos o como loquitos sin remedio. Con esfuerzo y dedicación por lo que realmente nos gusta hacer, descubrimos que dos billetes de 50 mil pesos son más que suficientes, mucho menos de lo que costaría viajar en bus o en vehículo particular.

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¿Qué sucede cuando las vías nacionales ya no nos son suficientes? Tal vez, nos aventuramos a un primer viaje internacional, como fue mi caso, hago referencia a mi epopeya ciclística que abarcó carreteras de Uruguay, Argentina y Chile (historia por contar). El descubrimiento del mate, el mar del Plata, el chivito, la palta con pan y nuevos amigos se sumaron al repertorio de la Sinfonía del Pedal.

Cuando todo ha pasado tras haber desempolvado esa bicicleta que pernoctaba abandonada en algún rincón de nuestras casas, muy seguramente nos parecemos más a un deportista que se embarca en competencias locales, salidas grupales de largo aliento o que practica el triatlón. La bicicleta tiene la capacidad de transformar totalmente nuestras vidas.

Ahora, cuando todo lo anterior está hecho, nos aguarda el reto de vencernos a nosotros mismos.

Por César Augusto Penagos Collazos

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