El triatlón es un deporte en el que es imprescindible la conexión entre el cuerpo y la mente. El cambio de disciplinas y la acumulación del agotamiento, lleva a los atletas a otro nivel del dolor. El triatlón tiene la magia del número tres: movimiento, perfección; creatividad, alegría, autoconocimiento y espiritualidad.
El triatlón es un deporte en el que es imprescindible la conexión entre el cuerpo y la mente. El cambio de disciplinas y la acumulación del agotamiento, lleva a los atletas a otro nivel del dolor. El triatlón tiene la magia del número tres: movimiento, perfección; creatividad, alegría, autoconocimiento y espiritualidad.
César Augusto Penagos Collazos
Bogotá, 21 de marzo de 2025. Luego de tres años continuos de metamorfosis deportiva, tomé la partida en mi primer gran triatlón realizado en la inspiradora isla de San Andrés, donde puse a prueba mucho más que mis capacidades físicas.
A ese paraíso del mar de siete colores llegué blindado con una mentalidad de lucha edificada en un mini periodo de tres años en el que pasé de rutinas exclusivamente relacionadas al ciclismo, a otras, increíblemente variadas y asociadas a nadar y a correr.
Cuando digo ‘gran triatlón’ hablo de un evento deportivo con todas las de la ley: chip para el cronometraje, reglas de juego claras y jueces abordo, recorridos bien establecidos y una gran infraestructura logística que ha sido refinada por más de una década de trabajo continuo por la empresa Xportiva.
Natación histórica
La prueba ‘Rastaman‘ fechada para el domingo 9 de marzo de 2025, incluyó 1600 metros de natación, a surtirse en un recorrido envidiable: entre la isla de Johnny Cay y el territorio principal de San Andrés. Sin duda, esa primera sección del triatlón fue la recompensa mayor a la dedicación e inversión.
La primera vez que visité San Andrés me pareció imposible imaginarme que alguien pudiera nadar entre el Cayo y el territorio principal del archipiélago, no solo por la distancia, sino el viento y el oleaje. Pero nada permanece inmutable, pues cambiamos a cada instante y así es como ese ‘imposible’ dejó de serlo, desde el día que me inscribí al evento.
Con una clara determinación por llevar a cabo con suficiencia dicho reto, me enfoqué en fortalecer mis habilidades en la piscina y en entrenar en ‘aguas abiertas’ cuando tuviera la oportunidad.
En el Embalse de Tominé en Guatavita, Cundinamarca, encontré ese espacio ‘ideal’, a pesar de la baja temperatura, la oscuridad y el peso del agua. En los cuatro meses de preparación, hice alrededor de cinco prácticas en ese lugar, donde la lucha contra la hipotermia fue el factor principal.
Por eso, los días previos a la carrera, cuando volví a sumergirme en el Caribe, en San Andrés, experimenté una inmensa alegría al primer contacto con el agua clara y tibia. Percibí que la exigencia del entrenamiento había estado muy por encima de lo que estaba por enfrentar.
Dicho lo anterior, el día de la prueba estaba convencido de que el trayecto de los 1600 metros sería una especie de paseo histórico y que, en medio de la agitación de la competencia, debía dejar un espacio para la contemplación subacuática.
No puedo decir que haya visto tortugas marinas, mantarayas o algún ser exótico, pero sí los pies y las boyas de quienes me pasaron por los lados y por encima.
Resultado parcial: Luego de llevar a los atletas a Johnny Cay en lanchas pasadas las 6:00 a.m., los organizadores y jueces dieron la alargada a las 7:24 a.m. Me tomó 33 minutos y 23 segundos desembocar en la otra orilla. Ritmo: 2:00. En el tiempo y ritmo estimado.
Bici dolorosa
Una vez hice la primera transición en 4 minutos y 4 segundos, empecé el interminable circuito destinado a la prueba de ciclismo. En un tramo de 10 kilómetros, falsamente planos, había que hacer tres giros hasta sumar 60 kilómetros, en los que estaba rotundamente prohibido el drafting (chupar rueda).
Me tomó unos 20 kilómetros entrar en calor, pues parecía que mi cuerpo había quedado demasiado relajado por el vaivén de las olas. Solamente, después de la primera vuelta al circuito pude forzar los pedales y evitar seguir perdiendo posiciones.
¡Porque iba perdiendo el año en la disciplina que más he practicado en la vida! ¡Auxilio! El líder de la carrera, ese monstruo que había surcado las olas en 22 minutos y 23 segundos, a un ritmo de 1:24, ya me estaba sacando mediodía en tierra firme.
Afortunadamente tuve una motivación totalmente inesperada: una triatleta que me respiraba en la nuca, a pesar de que su salida había sido cinco minutos después de la mía. ¡Me atacaban por punta y punta!
En su actitud ciclística leí su oscura intención de fulminarme de un balazo. De ahí en adelante, ella fue mi motor, pues me alentó a no darle ese gustico y a perderla de vista momentáneamente y bloquear mis ideas de naufragio. ¡Condiciones de carrera!
En Bogotá había entrenado lo suficiente en el velódromo Primero de Mayo, un escenario deportivo de lujo que me permitió trabajar la mente con relación al tiempo y a la distancia que estaba en juego. Yo sabía que en San Andrés el viento sería un factor determinante, pero no ese adormecimiento luego de salir del agua.
Al margen de esas ‘luchas’, tuve que mediar con los chuparuedas, esos ciclistas de ánimo gregario que ponían a los demás en riesgo de ser descalificados, muy a pesar del no rotundo al drafting. En varias ocasiones desaceleré para que pasaran y se largaran, pero no lo hacían. ¡Condiciones de carrera!
Resultado parcial: 1hora 46 minutos y 36 segundos. Velocidad promedio: 33.78 kph. Por debajo de lo entrenado y esperado.
Carrera gloriosa
Iba muy prevenido con la segunda transición, la de pasar de la bici al trote, pues suele ser la más dolorosa. Es común sentir ‘piernas de gelatina’ al pasar de una modalidad en la que el impacto es menor, a la otra en la que todo es impacto. En esta transición en la que es necesario parquear la bicicleta, quitarse el casco y las zapatillas y calzarse los tenis, me tomó 3 minutos y 25 segundos.
Para mi sorpresa descubrí las mejores sensaciones en los primeros pasos de esos 15 kilómetros de carrera con los que terminaba el Rastaman. La adrenalina estaba haciendo su trabajo y mi mente estaba lo suficientemente fría para monitorear cada detalle y tomar decisiones. ¡La conexión mente-cuerpo estaba en su mejor punto!
En este contexto, no deja de ser increíble que el atletismo hoy día sea mi deporte más fuerte, a pesar del corto tiempo que llevo practicándolo. Dicho sea de paso, inicié a correr a la altura del mar, en Malta, una isla del Mediterráneo, a finales de 2022. ¿Era esto un reencuentro con mis inicios?
El asunto es que el reloj marcaba las 10 a.m. y por supuesto, el sol pasaba por su mejor momento. Su omnipresencia anunciaba una paliza épica a cada uno de esos necios que rebuscamos placer en el dolor. ¡Masoquistas!
En esta última sección, era necesario hacer tres veces un circuito, antes de encaminarse por el tape azul que conectaba con la meta. En ese ‘campo de batalla’ la organización dispuso de muchos puntos de hidratación y de un grupo de bomberos que empapaba a chorros a los atletas agonizantes.
Contrario a sufrir de piernas de gelatina, encontré un pasó constante a 4:30, suficiente para alcanzar y empezar a sobrepasar a una buena cantidad de rivales, entre otros, a los chuparruedas de la prueba anterior.
En la ‘pista’ había muchos atletas, pues ya nos habíamos combinado los del Rastaman, los del triatlón sprint y los que estaban en la modalidad por relevos. Era difícil hacerse una idea en que lugar iba uno, así que lo único que restaba era seguir dándolo todo, hasta vaciar por completo la energía.
¡Para mi sorpresa, en el segundo giro volvió a aparecer mi fantasma! La chica aquella de la bici, que me respiraba en la nuca, otra vez. Dirían los comentaristas de ciclismo: “llevaba un cuchillo entre los dientes”. “Tenía sangre en los ojos”. “Lo tenía a tiro de escopeta”.
Entonces, tuve un nuevo motivo para seguir en la lucha y evitar que me recortara esos pocos metros que nos distanciaba. Por ello, en el kilómetro 13 cuando tuve una ráfaga de escalofríos, que anunciaban lo peor, apenas bajé un poco el paso para evitar su sobrepaso.
Resultado parcial: 1 hora y 9 minutos y 43 segundos me tomaron esos 15 kilómetros. Paso promedio: 4.39. Mejor del tiempo estimado.Resultado final: Mi posición en la clasificación general: puesto 24 con 3 horas, 37 minutos y 9 segundos.
Reconocimiento
La chica que me respiró en la nuca todo el tiempo fue campeona en su sexo y categoría, tras clasificarse en el puesto 27 de la general, a 45 segundos de mi registro. Todo mi reconocimiento y admiración. Su nombre es Gabriela Grisales.
Reflexiones
Mi primer gran triatlón fue exitoso, no sólo por el tiempo y la posición lograda, sino por la solvencia con la que enfrenté cada prueba. Sin embargo, pude haberme exigido más en la natación, porque tenía mucho tanque. Preferí ser cauto.
Tengo mucho margen de mejora en cada una de las disciplinas y en las transiciones. Pequeños ajustes me pueden dar ganancias significativas en tiempo.
Entre los rasgos interesantes del triatlón, destaco esa necesidad de conocer al detalle las capacidades y debilidades de nuestro cuerpo y la imprescindible conexión de este con la mente. ¡De lo contrario, no hay triatlón!
En un deporte con diferentes disciplinas es fundamental amasar una mente fría para sortear las condiciones de carrera y contar con la inspiración para correr hasta el último segundo.
Un triatlón es un camino ‘largo’ en el que hay oportunidad de desquite, y eso lo hace un deporte extremadamente interesante.
El triatlón es para los que buscamos placer en el dolor, la agonía y el sufrimiento.
Como todo deporte, el triatlón nos enseña a asumir con humildad nuestra ubicación en la escala de la medición competitiva.
El triatlón encaja bien en atletas exploradores, con la capacidad de cambiar de rumbo cuando es necesario, que mantienen a raya cualquier dogmatismo deportivo y gustan de la variedad.
El triatlón tiene la magia del número tres: movimiento, perfección, creatividad, alegría, autoconocimiento y mucha espiritualidad.
Agradecimientos:
A mi hermano Fabio Enrique Penagos, quien me acompañó varias veces al embalse de Tominé y me escoltó en Kayak.
A mi amigo Julian Pedraza que me rescató en un episodio de hipotermina en el embalse Tominé.
A mis amigos Arek, René y Samuel que me acompañaron incontables veces a rodar en bicicleta en la Sabana de Bogotá.
A mi amiga Elizabeth Tovar, a su esposo Fernando Salas y a su hijo Alejandro Salas Tovar, no solo por los momentos compartidos en San Andrés, sino por haberme animado a darle una oportunidad al triatlón.
La lectura de mi blog propone un viaje por diversos pasajes de la vida urbana, la reflexión personal y el compromiso social desde el uso de la bicicleta. Los contenidos del mismo están alineados con la necesidad mundial de proteger el medio ambiente y mejorar la movilidad de las grandes ciudades del mundo. La alegría inherente al ciclismo, la salud, el bienestar y la superación del sedentarismo, son algunos de los conceptos a exhortar en este espacio cuyo título connota muchos movimientos de largo aliento.
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