El ciclismo es la lucha por alcanzar nuestra mejor versión. Muchos navegamos en este deporte persiguiendo glorias o números ajenos, pero al final, algunos corregimos esos impulsos y empezamos a mirar hacia adentro para descubrir cuánto nos hemos superado. Tres historias de ciclistas aficionados que conquistaron recientemente el Alto de Letras con La Sinfonía del Pedal.
Bogotá, 26 de agosto de 2021. Hace seis años a Michael Arias no se le hubiese ocurrido escalar uno de los puertos de montaña más emblemáticos de Colombia: el Alto de Letras, un verdadero monumento de 81 kilómetros por donde han transitado los mejores pedalistas del país, desde 1959 cuando se realizó la primera Vuelta a Colombia.
Difícil habérselo imaginado. No hace mucho el coloso estaba reservado para especialistas del ciclismo profesional y algunos aficionados. No hace mucho ‘Mike’ pesaba 115 kilos y vivía el drama del sobrepeso.

“La bicicleta es algo realmente maravilloso, nos permite llegar muy lejos con la fuerza de nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestro espíritu, nos permite soñar y cumplir nuestros sueños”, dice este economista de 29 años, que hace seis empezó a pedalear para transitar entre su casa y el trabajo, en Bogotá.
Como casi todos los entusiastas del ciclismo, ‘Mike’ rompió lo límites geográficos de la ciudad y empezó a visitar algunos pueblos sobre su primera bicicleta de acero. Por su puesto, todo fue difícil al inicio, su primer ascenso a Patios le tomó 50 minutos, un contraste total con los 20’49” que logró recientemente.

La transformación no se hizo esperar: Vino un cambio de bicicleta e indumentaria ciclista, un mundo de nuevos amigos y una pérdida de considerable peso, tras pasar de 115 a 81 kilos. Con todo esas ‘ganancias’ ‘Mike’ hizo parte de la más reciente travesía de la Sinfonía del Pedal al Alto de Letras, desde Bogotá.
“Fue gratificante, porque logré mi objetivo que era romper mi tiempo personal (….) Fue muy duro, porque, aunque iba muy bien de fuerza en los últimos kilómetros sufrí calambres, entonces me tocó gestionar la dificultad”, compartió Michael Arias, el autor de la hazaña de ganarle a la obesidad y parar el reloj en cuatro horas y 59 minutos en el Alto de Letras.
De la UCI a la bici
La nueva ‘conquista’ del Alto de Letras con la Sinfonía del Pedal inició el sábado 14 de agosto con un trazado de 170 kilómetros, entre Bogotá y Mariquita, Tolima. El grupo eligió el paso por Albán, Bituima, Vianí, San Juan de Rio Seco, Cambao y Armero.
Camilo Monterrosa hacía parte del viaje y llevaba como objetivo ‘graduarse’ como ciclista aficionado en el Alto de Letras. En sus piernas llevaba una gran suma de kilómetros, cosechados durante muchas sesiones de entrenamiento en los últimos meses.

“Mi historia es la de un fumador que, con mucho estrés y poca actividad física, a los 25 años (por allá en el 2012) termina con un episodio de crisis cardiovascular en una UCI. Por esa época me presentaba a muchos concursos nacionales y fuera del país. Como si fuera poco, por esos días murió mi perro”, detalló el violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.
Frente a su ‘pinta’ actual de ciclista ‘fino’ nadie sospecharía que el ciclismo, prácticamente, le dio un giro a su vida. “Al salir de la UCI decidí comprar una bici plegable y comencé a movilizarme en ella para todo lugar, lo hice por 10 años combinando con MTB y el año pasado decidí entrar en la bici de ruta”, relata.

Durante la trepada a los 3650 metros sobre el nivel del mar, Camilo estuvo más afinado que nunca. Con cierta holgura, para ser su primera vez, ese domingo 15 de agosto de 2021 registró un tiempo de cinco horas y 15 minutos. Se graduó con honores y tomó champaña.
“Hice todo el trayecto concentrado en no gastar de más, pero por más que uno ahorre, siempre sufre. A parte de la logística de la Sinfonía que fue impecable, la gente que estaba acompañando a otros ciclistas, fue muy amable. Los números no me importan tanto, más que no haberme bajado”, fueron las palabras de Camilo Monterrosa al pasar el punto más alto de la carretera.
Un escarabajo inglés
Los primeros pedalazos, cuando la luz vencía la oscuridad, fueron dolorosos y aperezados. La espesa vegetación guardaba una gran humedad, tras la lluvia intensa de la madrugada. Las nubes apenas empezaban a levantar su viaje.
Desde el primer metro el ambiente ciclístico fue evidente: ciclistas de todas las estirpes y procedencias encaraban la montaña. La sensación era de una ciclovía en un lugar apto para ciclistas más o menos experimentados.

En esas curvas serpenteaba Martin Higgins, un británico radicado en Colombia, aficionado al ciclismo como ninguno. Silencioso, cauto y prudente se impuso un ritmo que le permitió lograr su mayor hazaña deportiva. “Fue una de las mejores experiencias de mi vida”.
Martin retomó su vida deportiva hace cuatro años, luego de casi 20 años de inactividad. Cuando tenía 17 años le diagnosticaron osteomielitis y estuvo entrando y saliendo de hospitales, durante muchos meses. Lo operaron cuatro veces, le medicaron antibióticos intravenosos muy fuertes y tuvo que volver a cursar el año en la escuela.

“Tuve apendicitis cuando tenía 15 años y la infección se extendió a mi fémur que causó una osteomielitis crónica. Casi pierdo una pierna. Antes de eso era un gran deportista. Nunca pensé que después de eso sería capaz de hacer algo así; estoy muy orgulloso”, compartió Martin Higgins unas horas después de la estupefacción que le dejó la conquista de Letras.
El otrora futbolista y atleta de 100 metros en su natal Cambridge, llegó a la cima en seis horas y tres minutos, un ‘tiempazo’ para ser su primera vez.
Un ‘concierto’ por lo alto

A pesar de una llovizna que arropaba las montañas más lejanas, el Nevado se dejaba entrever con cierta timidez. “Lo más seguro es que caiga tremendo aguacero”, pensábamos.
No obstante, a medida que ganábamos altura, las montañas se despejaron, hasta lograr una nitidez inusual. Sorpresa de la buena. Además, el Nevado del Ruíz empezó a sonreírnos en cada curva, como diciendo “en Letras nos vemos”.

Contemplando ese paisaje salvaje estaba yo, César Augusto Penagos Collazos. Por cuarta vez estaba acudiendo al llamado de la montaña. La primera vez en 2017, fui solo, en un viaje exploratorio. El páramo me trató con crudeza, pues me mandó toda la lluvia que tenía en sus entrañas. Luego de siete horas y 30 minutos llegué a lo más alto del monumento, casi arrepentido de haber escogido este deporte como pasatiempo.
En febrero de 2019 regresé a saldar cuentas. En esa ocasión, arranqué desde Mariquita y la experiencia fue totalmente diferente: con mucha más experiencia, hice el segmento en cuatro horas 50’, aproximadamente. Eso sí, fue inevitable la fundida en Delgaditas, el punto más agresivo de todo el camino.
En 2020 volví con la Sinfonía del Pedal, con un gran grupo que no reparó en ahorrar fuerza durante el primer día (Bogotá – Mariquita). A pesar de que me volví a fundir en Delgaditas, el tiempo fue benévolo: Cinco horas cerradas.
En esta ocasión, más que un afán por el tiempo llevaba como objetivo terminar el recorrido, pues traía un desgaste muy grande luego de una travesía de 1400 kilómetros, entre Bogotá y la Costa Atlántica. Además, llevaba conmigo un dolor incrustado en el alma que todo lo entristecía a su paso.
En mi adolescencia pertenecí a la Liga de Gimnasia del Tolima, pero la falta de apoyo y la necesidad de ganarme la vida me sacó del deporte. Luego en la universidad intenté con el taekwondo y la natación.

Tal vez empecé a superar esa frustración de deportista cuando inicié a rodar en bicicleta. Paralelamente a mi profesión de comunicador social y periodista, llevo siete años continuos dándole al pedal, el mismo tiempo que toma un pregrado o dos maestrías. Simplemente descubrí que el ciclismo es el mejor ensayo de la felicidad.
En mi cuarto ascenso a Letras, me la gocé como nunca, porque tuve la oportunidad, no sólo de ganarle una batalla a Delgaditas con mi mejor registro, sino de apreciar el Nevado del Ruiz en toda su exuberancia. Lo recibí como un regalo de la naturaleza y de todos los dioses que nos gobiernan, desde tiempos pretéritos. Me tomó cinco horas y 13 minutos.
Cada vez soy más consciente de la genuinidad de cada instante y por eso desde ya tengo nostalgia de aquel maravilloso domingo de sol, mucho esfuerzo y gran compañía. Volveremos.
ÁLBUM: El día que coronamos el Alto de Letras
VIDEO: la Sinfonía del Pedal viaja al Alto de Letras
Agradecimientos:

Karen Suárez – Fotografía – logística (cathleen_sv)
Jaime Bautista – Conductor acompañante – logística (
jaimea.bautista)
Escrito por César Augusto Penagos Collazos
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