Mientras Bogotá se parece a la Ámsterdam que todo el mundo sueña, sin trancones y con millones de ciclistas pedaleando a toda hora, es necesario que nos convirtamos en la primera rueda del cambio cultural y de paradigma que ello requiere.
Más de cuarenta años les tomó a los holandeses construir aquel modelo de ciudad, donde el uso de la bicicleta es parte integral del paisaje. Nada les fue regalado, menos si tenemos en cuenta las multitudinarias protestas de aquella sociedad en contra de los accidentes de tránsito que dejaron un número importante de niños muertos, en los años de la postguerra. Ver video:
Aquí el camino está por ser andado y se requiere de nuestra lucha para ganarnos el derecho a movernos en bici, con las garantías que todo el mundo desea. Entonces, se requiere de nuestra parte un trabajo activo, decidido y disciplinado, pues no podemos cruzarnos de brazos a esperar a que todas las condiciones estén dadas y a que otros hagan el trabajo. Recordemos que los derechos humanos con los que muchos nacimos, han sido el resultado de numerosas conquistas sociales, algunas aún no terminadas, con sus víctimas y mártires. Fue la valentía y no el miedo el que permitió la abolición de la esclavitud.
Permítanme decir que los que ya andamos sobre dos ruedas, desde hace algún tiempo, arriesgamos más de lo que cualquiera se pueda imaginar. Hay un ‘sacrificio’ implícito en nuestra actividad cuando transitamos entre los carros en los sectores donde no hay ciclorutas ni carriles segregados o, donde estos son intransitables por su deterioro o están invadidos por escombros, vehículos mal parqueados y vendedores ambulantes. Los ciclistas de esta generación estamos destinados a sobrevivir a la falta de zonas de parqueo, incluso, dentro de los mismos parqueaderos autorizados por el gobierno.
La valentía que se requiere del ciclista actual, pasa por asumir su naturaleza, es decir, hay que aprender a convivir con los cambios del clima, en especial las lluvias, que siempre están acompañadas del frio y el barro. No siempre tenemos un plástico a la mano y por eso vamos con los zapatos empapados y el trasero mojado. El ciclista urbano consagrado, está obligado a solucionar por sí los molestos pinchazos, por lo que siempre lleva parches, pegante y una bomba para inflar las llantas.
La valentía del ciclista está provista de hígados de acero para mantener el aplome cuando nos cierran el paso o pretenden quitarnos de la vía con las estridencias del pito. Aun así insistiremos en ir en bici, a pesar de los posibles ladrones que están al acecho en las esquinas, como lo han detallado los noticieros de televisión, recientemente.
Ser ciclista exige de una sencillez suprema, pues el glamour riñe con el sudor, el pelo revuelto y, el humo denso y negro de los exostos. El ciclista por su naturaleza entiende su frágil condición dentro de la cadena ‘alimenticia’ del tráfico capitalino que tiene en la parte más alta de la pirámide a los vehículos de carga, seguidos de buses, camionetas, automóviles, motocicletas, ciclistas y peatones.
Reconozco que cuando iniciamos una vida de ciclistas queremos que nuestros compañeros nos admiren como héroes matutinos que sobreviven a tantos riesgos, sin embargo, cuando montar en bici se nos vuelve una rutina como cualquiera otra, asimilamos que son nuestros actos y no las palabras los que hablan de nuestro carácter batallador. Otros serán los tiempos en los ciclistas bogotanos gocemos de mejor estatus.
Mientras nuestras calles son al estilo Holandés, estamos llamados a entender que en la misma medida en que nos ignoramos un poco, en ese nivel que renunciamos al lujo, al placer y a la comodidad del vehículo particular, en ese mismo nivel le aportamos silenciosamente a la salud del mundo y a disminuir la neurosis de nuestra querida ‘Atenas’ suramericana.
Por: César Augusto Penagos Collazos
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