La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

En bici al mar… desde Bogotá

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Un viaje de 1600 kilómetros desde Bogotá hasta la Guajira me reveló un país desconocido e insospechado. Con el poder de las piernas y la mente, la travesía en bicicleta fue una maravillosa oportunidad de trasegar por seis ciudades capitales, conectando los páramos del interior con los paradisíacos lugares de la costa caribe. ¡Una historia que va del ajiaco a la arepa e’ huevo!

Cuando llegamos al mar en bicicleta habíamos andado 930 kilómetros y atrás habían quedado Montería, Caucasia, Yarumal, Medellín, San Luis, La Dorada y Bogotá, por mencionar algunos de los sitios donde habíamos parado, durante los primeros siete días de una travesía que tenía como meta la alta Guajira.

Mi compañero de viaje Julián Pedraza y yo, recibimos la ‘aparición’ del mar a nuestro costado como una recompensa a un decidido empeño por sacar adelante aquel plan que no era otra cosa que un ‘acto de amor’ por la bicicleta. Allí en Coveñas, un lugar nunca antes visitado por estos ciclistas aficionados, el agua salá haría de fisioterapeuta, aliviando los espasmos musculares y las heridas menores de una caída en tierras antioqueñas.

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Julián Pedraza, 27 años, aficionado al ciclismo, pletórico en el mar

Habíamos llegado al mar sin usar una gota de gasolina, sin equipaje y sin plan turístico. Eso sí, cientos de gotas de sudor tuvieron que rodar por nuestro cuerpo para llegar a aquellos parajes inolvidables del departamento de Córdoba. Con nuestra propia experiencia comprobábamos que la playa no es ese lugar inalcanzable al que sólo se puede ir con comodidades aseguradas y una gran inversión.

Con una sonrisa recordábamos los momentos difíciles como lo habían sido el frío a cero grados de la madrugada el sábado que salimos de Bogotá, el intenso calor de La Dorada (42 grados), mi caída saliendo de San Luis, y el intenso esfuerzo por escalar de Medellín a las empinadas calles de Yarumal, en una jornada de seis horas de pedaleo.

Con la complicidad de la brisa, también repasábamos el magnífico acogimiento que nuestros amigos Juancho, Maité y Sofía nos habían prodigado en Medellín. Amantes de la bici y promotores del uso de la misma, se esmeraron por hacernos sentir ‘ciclistas de verdad’. Sin lugar a dudas, aquella parada en la capital antioqueña, había sido un momento para recargar el entusiasmo, ese combustible necesario para llegar al infinito mismo, en este caso, para llegar a la parte más norte de Colombia.

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En el municipio El Doradal nos encontramos la entrada a la hacienda de Pablo

Un carnaval en bicicleta

La travesía siguió por pueblos y ciudades de la costa con las mismas características: dos bicicletas de ruta rodando 130 kilómetros en promedio diario, salidas muy tempranas en la madrugada, 60 mil pesos de presupuesto por día y un ‘equipaje’ ligereo compuesto por un bicicletero extra, una bermuda, un buso, chanclas e implementos de aseo. La bermuda serviría de pijama, sería pantaloneta de baño y ‘esmoquin’ para los momentos ‘serios’ o de turismo.

Con esa bermuda y esas chanclas paseamos por la ciudad amurallada en Cartagena y nos integramos a la noche de Guacherna en Barranquilla, un Carnaval que no habíamos proyectado en nuestros planes. Con esos mismos atuendos y ese mismo presupuesto, pasamos por San Marta, donde nos dimos la oportunidad de dejarnos sorprender por el Parque Tayrona y sus alrededores.

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El gran temor de montar en bicicleta a la orilla del mar por el intenso sol y el viento, fue neutralizado iniciando cada jornada cuando el sol aún no había aparecido y los pájaros apenas se estiraban en sus nidos. Huyéndole al sol del mediodía, pronto nos vimos en Palomino, y como si fuera normal o cotidiano, llegamos a Riohacha (Süchiimma) la capital del mundo Wayú.

Al final de los 1600 kilómetros pedaleados desde Bogotá, podíamos enumerar un par de nuevos amigos; más de una docena de amaneceres y atardeceres de infarto; pueblos donde el mundo se mide en motocicletas, bebidas adictivas como el agua de coco y el jugo de patilla, miles de robles florecidos y otras tantas ceibas repolludas, manglares, islas y corales, entre otras experiencias como la noche de baile donde Fidel, aquel tradicional bar de salsa al lado de la torre del reloj, en Cartagena. El kilometraje parecía lo de menos.

Antushii Jia – Punta Gallinas

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Nuevos amigos que encontramos en Punta Gallinas

Como si fuera poco lo vivido, aún nos faltaba culminar el viaje con visitas en carro al  Cabo de la Vela y Punta Gallinas, tierras sagradas para los indígenas de la alta Guajira. Antes de nuestro regreso a Bogotá en avión desde Riohacha, los ciclistas aficionadas que protagonizan esta sencilla historia se internaron en las dunas de Taroa, el punto más norte de Suramérica, donde sus ojos se impregnaron del color rojizo de los atardeceres propios del mundo Wayú.

Addenda: El viaje tuvo lugar entre el sábado 16 de enero y el domingo 7 de febrero de 2016.

Por: César Augusto Penagos Collazos

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