Montar en bicicleta es una de las actividades más completas que podamos imaginar. Los especialistas han sido prolijos en explicarnos los beneficios en salud, autoestima y medio ambiente. Pero, hay algo más, practicar ciclismo es una de las mejores ‘cátedras’ para aprender a querer el país y debería implementarse en todas las escuelas.
Bogotá, 28 de enero de 2022. Si hay algo que caracterice a los ciclistas aficionados es su ánimo explorador, un impulso que los lleva a lugares que de ninguna otra manera conocerían, pues no hay avión, bus, automóvil o motocicleta que hagan rutas destinadas al poder conquistador de las piernas.
En clase de geografía aprendimos algo sobre continentes, ciudades capitales, cordilleras y ríos. Pero es pedaleando que podemos adquirir una noción más clara de nuestra ubicación espacial, apreciar los cerros o a diferenciar los pisos térmicos.
Los páramos

Es sorprendente verificar por cuenta propia que en Colombia está el páramo más grande del mundo, ubicado a escasos 40 kilómetros de Bogotá. En bicicleta, el viaje es exigente, no es cosa fácil, ni más faltaba, pues hay que llegar a 3740 metros sobre el nivel del mar.
En ese permanente reto ciclístico de conquistar puertos de montaña, conocemos otro páramo de Cundinamarca: El Verjón, un ‘hermano’ del Sumapaz. Su extensión colinda con el páramo de Cruz Verde y con los pueblos de la Provincia de Oriente: Choachí y Fómeque.
Un poco más al nororiente, está el Páramo de Chingaza, otro santuario de fauna y flora que bordea a la ciudad más grande de Colombia. A su vez colinda con el Páramo de Guasca, ciclísticamente conocido como La Cuchilla.
Al mirar más allá del centro del país, también hemos tenido la posibilidad de pedalear el Páramo de Letras, ese encadenado montañoso y de cuchillas afiladas, entre los departamentos del Tolima y Caldas; el páramo de Toquilla, en los límites entre Boyacá y Casanare y, el Páramo La Rusia, en Santander, por mencionar un puñado de los 36 que se alojan, especialmente, en las cordilleras oriental y central.
Los Ríos

Cuando rompemos nuestros propios límites geográficos nos encontramos que el Río Magdalena, por ejemplo, pasa agitado, en San Agustín; ciertamente calmado, en Neiva; explayado en Girardot; indiferente, en Honda; bifurcado en el Mompox y, monumental en Barranquilla.
Pedalazo tras pedalazo nos encontramos otros afluentes de belleza imponente, como el amarilloso Río Cauca, en Popayán y Tarazá; el inigualable Río Samaná, unas veces cristalino y otras, verdoso, en Antioquia; el Río Sinú, en Montería; Combeima, en Ibagué; Las Ceibas, en Nieva; Chicamocha, en Santander; Orteguaza, en Florencia, etc.
Incluyamos en este inventario a la Laguna de Tota, en Boyacá, una joya de 50 kilómetros de circunferencia. En general, es muy común que los parajes visitados por los ciclistas tengan una relación con el agua y con la vida.
Los pueblos y sus bellezas

Hay una fragilidad bastante familiar entre nosotros: falta de retentiva respecto a los nombres de los pueblos y su ubicación. Y tal vez, el mejor ‘remedio’ es andarlos suavecito.
Los que montamos en bicicleta en la sabana de Bogotá tenemos mapas, ciertamente claros: por la calle 80 podemos ir a Subachoque, pasar a Tabio, seguir a Zipaquirá, continuar al Neusa, regresar hacia Sesquilé, el Sisga…
Al viajar desde el centro del país a la Costa Caribe, creamos otros mapas en los que están muy claras las conexiones de las principales ciudades y la aparición de los acentos que distinguen a cada región.
Es llamativo el acento paisa en Fresno, Tolima; la prominencia del hablado caucano en Pitalito, Huila; y las costumbres llaneras, en Sogamoso, Boyacá. Es decir, el pedaleo también nos permite construir mapas sociales.
En Mariquita encontramos los mangos más jugosos, en Armenia están los cultivos más extensos de café, en Montería hay sendas plantaciones de palma de cera, mientras que en el sur del Huila florecen los Cachingos en verano. ¿Cuándo íbamos aprender esto sentados frente a un tablero?
Lo horrible

Al mismo tiempo, el ciclismo nos permite elaborar mapas de lo horrible. Recuerdo el impacto de la primera vez que pasé por Tasajeras, en el Magdalena. Había visto pobreza, pero nunca, tanta misera en un pedacito del mundo.
La contaminación del Río Bogotá, en el tramo de Sibaté a Girardot; el olvido de las vías que permiten el ingreso a sitios turísticos como San Agustín y Mompox; Las canteras que amenazan con desaparecer montañas completas, en Mosquera; la desforestación a lo largo del país; pueblos fantasmales, entre otras escenas dolorosas, hacen parte de la lista.
¿Todo eso para qué?
Todos esos mapas nos permiten conocer por experiencia propia el país que nos tocó, y es ese entendimiento el que nos impulsa a abogar por nuestros recursos o a exigir cambios. ¿Cómo defender lo que desconocemos o exigir lo que pensamos que no nos pertenece?
Por lo visto, el ciclismo es más que una actividad deportiva, el ciclismo es un extenso circuito para llegar de frente a nosotros mismos.
Escrito por: César Augusto Penagos Collazos
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