La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

Bogotá, Ámsterdam de América

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La proliferación de bicicarriles, un tercer día sin carro en el mismo año, un proyecto de ley que busca incentivar el uso de la bicicleta, la octava semana de la bicicleta, 40 años de ciclovía y una voluntad política para cambiar el chip de la movilidad, convierten a Bogotá en una de las ciudades de avanzada de toda América.

Por estos días los bogotanos hemos sido sorprendidos con la aparición de senderos exclusivos para bicicletas en varios sectores de la ciudad. Taches amarillos debidamente delineados separan al tránsito motorizado de los ciclistas que van a sus anchas por sectores en los que hasta hace pocos días sobrevivían al eufórico tráfico capitalino. Digo ‘sorprendidos’ porque tanto motorizados como peatones y amigos del pedal, además de empezar a acostumbrarse a los nuevos escenarios, entendemos que algo se transforma en una ciudad de 2 millones de automóviles y 500 mil motocicletas.

A pesar de que Bogotá ya era reconocida por su red de ciclorutas que suma más de 500 kilómetros, los usuarios hemos sabido que su diseño fue meramente eso, un diseño con el que quisieron embellecer una maqueta y una metrópoli, pues su funcionalidad no sobrevive a nuestras críticas: falta de rampas que nos obligan a hacer piruetas, tramos sin conexión, sectores llenos de obstáculos porque las raíces de los árboles levantan el asfalto, huecos, alcantarillas sin tapa, lugares donde el paso fue invadido permanentemente por vehículos y vendedores ambulantes, entre otras molestias. A propósito, mi primer accidente ocurrió cuando transitaba aplicadamente por una de ellas: https://blogs.elespectador.com/la-sinfonia-del-pedal/2015/06/30/sobrevivir-para-contarlo-mi-primer-accidente-de-transito-en-bicicleta/

El primer bicicarril fue el de la carrera 50, entre la calle 63 y la Avenida Américas, sobre el costado occidental de la concurrida vía, cuya implementación provocó la protesta de conductores airados que veían reducido el espacio para sus vehículos, en vez de tener una calzada adicional o un segundo piso para ellos. Luego, por mencionar hechos sonados, vino la polémica por la línea blanca que los vecinos del Park Way pintaron sobre el asfalto, con la que simulaban un espacio exclusivo para ciclistas. Lo que al principio fue una ‘locura’ ilegal ciudadana, posteriormente fue formalizada por la Secretaría de Movilidad como un bicicarril que se extiende por el costado oriental del emblemático sector.

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Ahora, los carriles exclusivos para ciclistas sobre la vía (bicicarriles) y no sobre el andén (cicloruta), hacen parte del paisaje de una ciudad que lentamente le ha dado el espacio que corresponde a aquellos ciudadanos que le aportan con su actividad física a un ciudad más tranquila y ambientalmente sostenible. A pesar de sus recurrentes emergencias ambientales por los elevados niveles de contaminación atmosférica, Santiago de Chile se nos vende a cada instante como el ejemplo a seguir. Acaso ¿no es más moderna una ciudad libre de hollín que una en la que no se puede ver el horizonte y hay que usar máscaras?

Los libros de historia nos cuentan que a mediados del siglo XX, Bogotá fue considerada como la ‘Atenas’ de Suramérica, debido al movimiento intelectual y cultural de la capital colombiana de la época. Al parecer, dicho mote fue más una autopropaganda para ensalzar un sentimiento patrio que una realidad sostenible. Ahora, más de medio siglo después, podemos decir sin titubeos  que Bogotá se convierte en la ‘Ámsterdam’ de toda América por esa transición que en ella se gesta: el paso del automóvil a la bicicleta.

Son bastantes conocidos los esfuerzos en pro del uso de la bicicleta en ciudades como Santiago de Chile, Buenos Aires y algunas ciudades de Brasil, no obstante, nada se compara a lo que pasa en nuestra ciudad: La Ciclovía, ese espacio recreativo de los fines de semana, cumplió 40 años arrancándole sonrisas a los bogotanos y visitantes (otros países lo quieren copiar). Las versiones nocturnas de la ciclovía, convocan a millones de ciudadanos que se apropian de la ciudad.

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fotografía Alcaldía de Bogotá

Además de la ciclovía, los bicicarriles y las ciclorutas, la Alcaldía de esta urbe de 8 millones de habitantes, fijó un tercer día sin carro dentro de este mismo año que tendrá lugar el próximo 22 de septiembre, a pesar de la protesta de comerciantes, motorizados y políticos de izquierda y de derecha. Ya están listas las demandas penales y los debates de control político.

En medio de esta confrontación se prepara la 8ª Semana de la Bicicleta a realizarse en septiembre, evento que contiene foros, debates, exposiciones y salidas grupales. Lo anterior sin contar los diversos grupos de ciudadanos y activistas que trabajan día y noche para motivar a la gente a transitar sobre dos ruedas.

Es necesario agregar que recientemente el Partido Verde radicó en el Congreso de la República un proyecto de Ley ProBici que contempla estímulos para los biciusuarios y la construcción de una infraestructura adecuada para el pedaleo, en todo el país. Su posible aprobación marcaría un hito en la historia de la vida urbana en Colombia y de América Latina.

Muy a pesar del gusto por el vehículo y su vida cómoda (ya no tanto por tanto trancón o taco), la ciudadanía bogotana con sus 500 mil viajes en bicicleta diarios, avanza a grandes zancadas hacia un modelo de vida en el que las personas no son ni menos ni más por ir en bici. Para sentirse ‘europeo’, solo hay que montarse en la bici y pedalear por una ciudad mejor, aquí y en cualquier lugar del mundo.

Por: César Augusto Penagos Collazos

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