La Sinfonía del Pedal realizó su III Tour a la Costa, tras surtir 1400 kilómetros entre Bogotá y Santa Marta, conectando a Medellín, Montería y Tolú. El viaje ciclo-turístico fue una pequeña inmersión por algunas expresiones culturales de algunas regiones del país. Este es el relato de una aventura que arranca con un caldo de costilla y termina con una arepa e’ huevo.
Bogotá, julio 21 de 2021. El Tour a la Costa en bicicleta es mucho más que pedalear como loco. Un viaje de esa magnitud es un ejercicio que trasciende lo deportivo para convertirse en un ensayo al desprendimiento, a la libertad, al aprendizaje y un goce único que tiene como base el dolor y el miedo a lo desconocido.
Lo resumo en esas palabras, luego de haberlo hecho por tercera vez, porque ciertos destinos son como algunos libros que deben ser leídos por lo menos tres veces, como lo sugirió Gabriel García Márquez: la primera vez es para hacernos a una idea genérica, la segunda para entenderlos y la tercera para disfrutarlos.
Álbum III Tour a la Costa de la Sinfonía del Pedal
No basta con estar una vez en tal ciudad para decir que la conocemos. En parte por eso y por el deseo de estar en la playa, la aventura inició en Bogotá el sábado 3 de julio. Los tripulantes: Guillermo Pinillos y César Penagos.
Como las aves, llevábamos poco peso para volar largo y alto. La maleta de Guillermo y mis alforjas portaban apenas lo necesario: dos uniformes completos de la Sinfonía, dos pintas rápidas para pasear en los puntos de llegada, elementos de aseo y el despinche.
Bogotá – La Dorada (217 kms)

Nuestros primeros pedalazos serían un augurio de lo que estaría por venir: sol de inicia a fin en toda la travesía. Los amigos de la Sinfonía del Pedal tuvieron la gentileza de acompañarnos, hasta Albán, donde nos despedimos. Por su puesto, con el espíritu lleno de tanto afecto demostrado, descendimos hasta lo más profundo de la vía que nos llevaría al valle del Magdalena.
Pasamos por Guayabal de Síquima, pedaleamos por un costado de Bituima, Vianí y San Juan de Río Seco, atravesando un altiplano adornado con montañas verdes y azules. Pasado el mediodía habíamos iniciado los 33 kilómetros de bajada que conectan con Cambao. No escatimamos en parar en la ‘curva de la felicidad’ un sitio mágico, de energía renovadora, desde donde se contempla la zona llana que comparten el Tolima, Caldas y Antioquia.

Ese descenso es un verdadero goce, pues la vía está en perfectas condiciones y las curvas son amplias. Eso sí, el fogonazo del sol apareció al final del segmento: una sensación de estar atrapados en un manto hostil. Tras una parada larga para almorzar en Cambao, retomamos el camino por la variante que conecta con Honda. Una vía muy amplia y en perfectas condiciones, pero sin una sola sombra, sin un árbol bajo el cual descansar a lo largo de los 47 kilómetros que restaban. Inclemente.
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Yo sabía que ésta era la ‘etapa’ más difícil del Tour, sin embargo, eso no nos evitaría las molestias o los posibles desvanecimientos. Era el día por excelencia para empezar una adaptación al calor, que necesitaríamos, especialmente, cuándo llegáramos a la costa. Pasadas las tres de la tarde, con el líquido de la caramañola caliente y los brazos y las piernas ardiendo, llegamos a La Dorada. Lugar de estadía: hotel de combate.
La Dorada – Cocorná (138 kms)

Un día de montaña y uno de los más duros, muy a pesar de los primeros 50 kilómetros planos sobre la Ruta del Sol. El ‘mono’, como era de esperarse alumbró desde muy temprano. Las piernas resentidas del día anterior tuvieron que asumir su exigente papel de propulsores y acostumbrarse de una vez por todas a los kilos extras del ‘equipaje’.
Nos sorprendió el pavimento nuevo en el tramo que va de la Ruta del Sol a Doradal, un verdadero tapete para rodar en las ciclas de ruta. Además, ese trayecto está adornado por un extenso túnel de plátanos de sombra, árboles que proyectan una sombra fresca y acogedora. El bosque termina en la entrada de la hacienda Nápoles, un epicentro de turistas de todo el país, tal cual lo presenciamos ese día.

En dicha población nos llamó la atención el primer cambio de acento: el mundo paisa se descubrió cuando nos atendieron en un restaurante donde empezaba el extenso imperio del calentado de fríjoles y arepa blanca.
Un poco más adelante pasamos el Río Claro, ascendimos el puertazo Alto de Pavas, hasta parar en el puente sobre el Río Samaná. Muy probablemente, es uno de los afluentes más esplendorosos de nuestra intrincada geografía. La primera vez que pasé por el lugar, no dudé en darme un chapuzón.
A pesar de la frondosa vegetación entre Doradal y el Samaná, el sol es amo y señor del sector, razón por la que es imprescindible aclimatarse el primer día. Tras la contemplación paisajística, volvimos a las bicicletas para empezar el ascenso más prolongado hasta el momento: 36 kilómetros, hasta la Mañosa, sector rural de Cocorná.
Lo anterior no estaba en el libro de ruta, fue una variación hecha sobre la marcha, con el propósito de evitar los dolorosos siete kilómetros para llegar a San Luís, desde la vía principal. Nos pareció que si pedaleábamos otro poquito, podríamos descansar en el alto de Cocorná. Pero las cuentas las hicimos mal y nos tocó hacerle caso a la fatiga del cuerpo y dejar el recorrido en aquel parador de camioneros, donde conseguimos un hotel barato, comida rica y abundante, al igual que una vista de primera categoría. Día sufrido.
Cocorná – Medellín (99 kms)

Día relativamente fácil. En vista del trabajo adelantado en la jornada previa, el kilometraje se redujo considerablemente. No obstante, nos esperaban 30 kilómetros de subida constante, entre La Mañosa y Alto Bonito. Un aguacero en la madrugada había apaciguado el calor de la tierra y sus olores a monte seco. Sorteamos con paciencia y alegría cada curva y contracurva, especialmente, cuando divisamos a lo lejos el Alto de Cocorná.
En muchas ocasiones, tener referentes sobre la vía ayuda muchísimo. Una vez estuvimos en el famoso alto, nos hicimos las fotografías de rigor, contemplamos el paisaje imponente, interactuamos con otros turistas y reanudamos la marcha.
De ahí en adelante, el puerto afloja bastante, pues la inclinación se mantiene constante entre 3% y 6%, hasta la entrada a Marinilla. La flora también cambia considerablemente con la presencia de árboles y pastos típicos de los altiplanos sobre los 2000 msnm.

Temprano coronamos Alto Bonito para luego surtir los últimos 40 kilómetros de travesía por las jurisdicciones de Marinilla, Santuario, Rionegro y el extenso descenso a Medellín. El sector cuenta con una vía en doble calzada en excelente estado. Es un corredor para fluir con holgura, apurar el paso, si se puede.
La entrada a ‘medallo’ fue medio agobiante por la cantidad de vehículos que transitaban por la Autopista Norte, arteria vial que nos llevó hasta el centro dónde rebuscamos un hotel por las calles solitarias, en un día festivo.

En la ‘capital paisa’ tuvimos nuestro primer día de descanso del Tour a la Costa. ¿Adivinen qué hicimos? Correcto, montar en bicicleta. Aprovechamos la oportunidad para escalar el tradicional Alto de Palmas, un verdadero monumento a la exigencia.
Leer: Segundo Tour a la Costa, 2018
Sus 16 kilómetros son suficientes para exprimirse, hasta la última gota. Hay rampas de doble dígito que hacen llorar las piernas, más aún, si llevan el desgaste de 460 kilómetros. Igualmente, aprovechamos el día para visitar el pueblito paisa, en el cerro Nutibara.
Ese día recibimos el refuerzo de nuestro compañero de grupo Martín Alejandro Restrepo, quién llegó en avión a Medellín dispuesto a unírsenos, hasta Barranquilla, su ciudad natal. El entusiasmo lo delataba a lo lejos, pues estaba a pocas horas de empezar su recorrido de mayor duración en bicicleta.
Tristemente, la tarde se nos fue buscando una bicicletería en el centro, una actividad complicada dado que los negocios especializados están en el sector con mayor mendicidad de toda la urbe. La sensación de degradación social es aberrante. ¿Es Medellín la más afectada por el impacto económico de la pandemia?
Medellín – Yarumal (125 kms)

Alta dificultad. Montaña pura y dura. El desnivel alcanzó 2600 metros. La mañana inició con la lucha habitual del ciclista urbano que sobrevive a las horas de mayor tráfico vial. La Autopista Norte estaba trancada a raíz del levantamiento de un peatón (al parecer habitante de calle) qué había sido arrollado. Llegar a Bello fue en cámara lenta, en un escenario poco acogedor. Pero para hacer justicia, así son casi todas las ciudades de Colombia.
Sin embargo, casi de inmediato empalmamos con la doble calzada que conecta con Barbosa. Sobre esa carretera amplia, trasegamos unos cuántos kilómetros, hasta el desvío que conecta con un puerto hermosísimo: Matasanos.
La subida tiene 11 kilómetros adornados por árboles gigantones, cuyas ‘barbas’ o ‘salvajinas’ le dan un aspecto mítico. Las curvas aparecen con cierta magia, pues su inclinación nunca es agresiva. Resplandecen potreros y montañas al costado derecho por donde aparece, a lo lejos, cada vez más abajo, Barbosa y el Río Medellín, en el extremo norte del Valle del Aburrá.

Parar en el Alto de Matasanos es obligado. Allí, a 2100 msnm hay un balcón natural, cuya vista es privilegiada por lo que abarca. En un día soleado, es posible apreciar las montañas verdes y azules de la cordillera central. También, hay un golpe de ojo de la carretera que serpentea hacia lo más alto.
Nuestras camisetas blancas combinaban con el sol intenso que nos alumbró en los subsiguientes tramos: repechos largos y un puerto de 8 kilómetros, a partir de Don Matías, hasta alcanzar el altiplano. Los últimos kilómetros para llegar a Santa Rosa de Osos cuentan con un par de repechos duros, lo justo para sentir el rigor del ciclismo aficionado.
“Previamente se trazó la ruta desde la comodidad de la casa y aprovechando las herramientas tecnológicas, pero una vez pones en marcha las piernas; sabrás lo que realmente implica ser perseverante y conocerás a fondo, literalmente, lo que la disciplina ha hecho en tu mente en los entrenamientos. Del nivel de compañerismo que se logre en un desafío como estos, dependerá significativamente el éxito proyectado”, compartió Martín Restrepo.
Rodar entre Santa Rosa de Osos y Yarumal es sentirse como en las vías cercanas a Bogotá. El frío apareció de repente y las nubes parecían más cercanas. En ese tramo, la vía alcanza una altitud mayor de 2700 metros. Ahí nos hizo falta una chaquetilla. La ‘etapa’ finalizó con un descenso de 12 kilómetros y una última subida brutal de 4 kilómetros con rampas del 20%, típicas de las empinadas calles de Yarumal.
Yarumal – Caucasia (164 kms)

Intenso. Nuevamente, contamos con el auspicio del clima seco. Las piernas dolieron durante los primeros y únicos tres kilómetros de ascenso, pero los cuerpos se regularon a lo largo de la infinita bajada, desde Ventanas, hasta el Río Cauca. En total, son 51 kilómetros de dejarse llevar por la gravedad, poco placenteros por el denso tráfico de camiones y tractomulas y por las continuas fallas geológicas. El asfalto está roto en varios sectores. La impaciencia me ganaba por llegar al final, al puente sobre el Río Cauca.

Una vez alcanzado ese punto de referencia, nos quedaban 100 kilómetros en falso plano, con tendencia a la bajada, hasta Caucasia. Fue ahí donde Guillermo dio señales de agotamiento por el peso su maleta. Le dolían lo hombros y los brazos. Una verdadera dificultad a mitad del Tour.
Y tal vez, ese inconveniente nos regaló lo más destacado del día, pues Martín no dudó en echarse el morral al hombro y continuar. Sin palabras. Como dijo nuestro amigo René Velásquez, entre amigos las alegrías se multiplican y las dificultades se dividen.

Yo tenía cierta prevención hacia esa zona del bajo Cauca antiqueño, porque allí impera la ley de bandas armadas ilegales. A pesar de que había mucha presencia militar entre Yarumal y Puerto Valdivia, la fuerza pública brilló por su ausencia, a partir de Tarazá.
No obstante, y a pesar de la presencia sospechosa de un motociclista con parrillero, avanzamos sin mayores contratiempos, que el calor intenso que gobierna de ahí en adelante.
Caucasia – Montería (126 kms)

Relativamente suave. Encontramos una de las mejores carreteras de toda la travesía. Empezó con una calzada de doble carril y terminó en doble calzada recién pavimentada. Eso sí, muy a pesar de que arrancamos a escasos 60 metros sobre el nivel del mar, el trayecto es un repecherío doloroso para alguien que lleve más de 700 kilómetros en las piernas.
Durante las más de cuatros horas de actividad, con Martín nos turnamos la maleta de Guillermo. Apreciamos el cambio de acento, pasamos del paisa al Cordobés, del calentao’ de fríjoles, al suero costeño. Dimos por terminada la pedaleada en el malecón del Río Sinú, donde encontramos sancocho de pescado con ñame y limonada de piña con hielo.
Montería – Tolú (117 kms)

Relativamente suave. Había llovido torrencialmente en la madrugada y las nubes permanecieron casi toda la mañana fungiendo de inmensas sombrillas. Una vez más nos sorprendió el excelentísimo estado de la vía, una lujuria para los ruteros de cualquier parte del mundo. Desde Caucasia, los paisajes se habían vuelto monótonos y el reto consistía en soportar el sol y las temperaturas que bordeaban los 40 grados centígrados.
No era cualquier día, era la llegada al mar desde Bogotá. La proeza de ciclistas aficionados estaba por concretarse. ¿cuándo se nos había pasado eso por la cabeza? ¿cuándo habíamos dicho ‘yo quiero ir al mar en bicicleta’?

Hicimos una parada en Lorica, donde nos comimos la patilla más jugosa del mundo. Los pequeños placeres de la vida. Pasado el mediodía nos vimos en la bahía de Coveñas celebrando los más de 1.000 kilómetros vividos en cicla. Sin duda, esta dicha no se compra ni se vende, pues es una conquista de nuestro físico y de nuestra mente, el resultado de mucha disciplina y constancia. Vaya alegría de llegar a la casa de Poseidón.
Nota: el tramo de 8 kilómetros, entre Coveñas y Tolú está lleno de huecos. Un contrasentido tratándose de sitios turísticos. En nuestro segundo día de descanso fuimos a la Isla Múcura, en el Golfo de Morrosquillo, un paraíso terrenal donde tuvimos nuestro primer día de playa.
Tolú – Cartagena (151 kms)

Ultra difícil. Un nuevo día para retar el clima. Nos sorprendió nuevamente el buen estado de la vía. Hace poco terminaron el tramo que hace parte de un proyecto entre los departamentos de Antioquia y Bolívar. Una calza amplia, con doble carril y berma en ambos costados.
Para destacar la arborización, pues hay una frondosa vegetación de grandes árboles como las ceibas y los almendros. A lado y lado, antes de llegar al Viso, hay extensos cultivos de palma.
El recorrido terminó en Cartagena, al mediodía, bajo unos 40 grados centígrados. Hicimos un último esfuerzo por tomarnos las fotos de rigor en la Torre del Reloj y la Ciudad Amurallada, antes de buscar una sombra. La vanidad.
Nota: la insolación desencadenó en fiebre. Momento crítico.
Cartagena – Barranquilla (125 kms)

Sufrido. El desgaste era evidente, cada pequeño repecho o la más ligera inclinación era un verdadero reto, pues las piernas lloraban a cada instante, habíamos acumulado 1200 kilómetros. Los 120 kilómetros que separan a Cartagena y Barranquilla, son un verdadero repecherío. El viento, también, es un factor presente en casi todo el tramo. El mar siempre está al costado izquierdo y se deja ver seguidamente.
La entrada a Barranquilla es muy inspiradora, porque es una doble calzada con jardines bien administrados y edificios modernos. A pesar de nuestra poca velocidad en esta ‘etapa’, terminamos a la 1 pm. Inmediatamente buscamos la Ventan al Mundo para consignar con un retrato este nuevo logro. Nuestro amigo Martín Restrepo, había logrado su objetivo.

“El Tour a la costa fue un gran desafío como aficionado a la bicicleta, puedo decir que ha sido lo más exigente que he hecho a nivel deportivo; no hay media, ni maratón completa que puedan describir la absoluta satisfacción de haber llegado a la meta. ¡Esto definitivamente me motiva a seguir entrenando para continuar la difícil ruta de la vida!”, concluyó Martín.
Nota: En Barranquilla tuvimos nuestro tercer día descanso, que aprovechamos para conocer sitios como Puerto Velero, Salgar, El Malecón y la desembocadura del Río Magdalena. También probamos el Mote e’ queso, el Guandul y el Cayeye. Todo eso fue posible a los más dedicados anfitriones: Martín, su esposa Rina y sus hijos, Haydee y Alejandro.
Barranquilla – Santa Marta (104 kms)

Suave. Pasamos esa la línea imaginaria de la meta del III Tour a la Costa de la Sinfonía del Pedal. El día de descanso en Barranquilla nos llenó de energía para finalizar este proyecto deportivo-turísrico. Tuvimos viento a favor y eso ya es mucho decir.
Los 100 kilómetros entre Barranquilla y Santa Marta, los surtimos en menos de cuatro horas a paso moderado, eso sí con los restos de energía. El paso por el puente Pumarejo fue el verdadero inicio de la jornada, mientras el cruce por Tasajera fue una oportunidad para evidenciar una ligera mejora en las condiciones de salubridad de esa comunidad.
La basura que era tan típica en ese lugar, fue removida. No obstante, el dolor de la tragedia ocurrida el año pasado, con la muerte de varios niños tras el accidente de un camión y su posterior explosión, quedó perpetuada en una valla.
Rápidamente pasamos por Ciénaga y, muy pero muy rápidamente, llegamos a Rodadero. Así completamos 1400 kilómetros, sin pinchazos ni accidentes. Nos gozamos la comida de cada región, como los acentos de cada pueblo. Conocimos un buen pedazo de país, al tiempo que practicábamos nuestro deporte preferido.
Nota: Al día siguiente fuimos a conocer Minca, el puerto de montaña por excelencia de la costa atlántica colombiana. Recomendadísimo, 11 kilómetros para gozar. Tuvimos dos días de descanso y playa, antes de regresar a Bogotá en avión.
Escrito por César Augusto Penagos Collazos
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