Así aprendía uno a deletrear en inglés la palabra Mississippi, repitiendo rápido: em-ai-es-es-ai-es-es-ai-pi-pi-ai. Así lo deletreé hoy cuando lo recorría a bordo del Creole Queen, sobre sus aguas próximas a llegar al golfo de México. Emaiesesaiesesaipipiei con sus buques deslizándose sobre su vientre amarillo, transportando tanques de líquidos combustibles, contenedores, gente asomada en las barandas de los cruceros, hileras de viajeros que sin conocerse, se despiden para siempre desde sus respectivos barcos, con el gesto universal del adiós a brazo alzado. Aquí está Nueva Órleans con la estela de Katrina, con su huella como un latigazo sobre la tierra, con su historia vuelta soul que habla de la vida anegada bajo los inútiles diques. Suena el piano, el saxofón, la percusión y la voz del negro que canta su historia mientras brillan sus dientes de oro, en algún bar de Bourbon Street.
Degusto este French Quarter que juega todos los días a revivir su carnaval, su martes anterior a la vigilia, su Mardi Gras, alentando pasiones, desenfrenos, gulas, cacerías locas para condimentar con aves los calderos del jolgorio, collares reluciendo en los dientes de las mujeres que danzan hasta el amanecer, tatuajes en la espalda de las tailandesas que se deslizan en los escenarios del cabaret mientras los clientes arrojan billetes a la tarima o los ponen entre las delgadas tiras de su pantalón diminuto, única prenda que permanece después de su danza sobre los tubos donde giran como un aspa de abanico desprendida desde la altura.
Nueva Órleans retumba en las esquinas con sus bandas de músicos jóvenes adosados al pavimento como una señal de tráfico, percute en el golpeteo del hula hula de las muchachas que ponen en el suelo su recipiente para las propinas, al igual que los viejos que tocan la guitarra, las estatuas vivientes, los saltimbanquis, la fila de psíquicos que leen el tarot o la palma de la mano, los oficiantes del vudú, los fantasmas con licencia para visibilizarse y los grupos de rebuscadores que se exhiben con sus perros como opción para que alguien se deshaga de algunos billetes. Banjos y saxofones, tambores, acordeones, trompetas, todo tipo de instrumentos aparecen a lo largo de este pequeño enclave de 14 manzanas donde se concentra la historia de este pueblo con herencia española, francesa, africana y americana.
Con todo el sabor del puerto, la cocina funde culturas y estilos hasta lograr una identidad creole y cajún, presente en los sabores particulares del sur, con platos como las ostras en variadas versiones, la Remoulade, los Gumbos, la sopa de tortuga, el Étouffée de cangrejo de río o la Jambalaya, una especie de arroz atollado con camarones y chorizo.
Las bandas no cesan, ni la romería de invitados a esta fiesta permanente, que se funden con las comparsas, mientras los barcos zarpan con el estruendo de sus sirenas y el agua sigue pasando por el emaiesesaiesesaipipiai.