El profesor Edgar Antonio López de la Universidad Javeriana, teólogo y filósofo, presenta este homenaje a la figura de Gustavo Gutiérrez resaltando la columna vertebral de la teología de la liberación: la opción preferencial por los pobres.
El profesor Edgar Antonio López de la Universidad Javeriana, teólogo y filósofo, presenta este homenaje a la figura de Gustavo Gutiérrez resaltando la columna vertebral de la teología de la liberación: la opción preferencial por los pobres.
Por: Edgar Antonio López, Profesor Titular de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana.
Como testimonio de gratitud, comparto con quienes amablemente dedican tiempo a leer y comentar este blog uno de los aportes más importantes hechos por el maestro Gustavo Gutiérrez Merino a la teología contemporánea. Al presentar brevemente este planteamiento, que ha marcado profundamente mi vida como creyente y mi magisterio como teólogo, quisiera reflejar algo de la sabiduría, la sencillez y la alegría transmitidas por este pequeño-gran hombre cada vez que tenía la oportunidad de conversar con un auditorio en cualquier parte del mundo.
Aun en medio de las enormes adversidades que debió afrontar a lo largo de su vida por mantenerse fiel a la praxis de Jesús, ante la resistencia histórica de la iglesia institucional al mensaje del evangelio; un fino sentido del humor siempre acompañó la lucidez de su pensamiento y la fuerza de sus argumentos para mostrar con optimismo un horizonte de esperanza.
Su concepción de la teología como una reflexión acerca de la praxis, es decir como una «teología segunda» precedida por la práctica de la justicia y la misericordia como «teología primera», lo llevó a proponer la teología de la liberación en términos de un lenguaje para hablar sobre el Dios de Jesús que ama con urgente preferencia a los más necesitados. Varias veces lo escuché explicar con espontánea nitidez esa preferencia de Dios por los empobrecidos y más vulnerables a partir de la figura cotidiana de una madre que ama a todos sus hijos por igual, pero que orienta con afán sus cuidados hacia uno de ellos cuando se encuentra en grave riesgo debido a alguna enfermedad y mostrar cómo los demás hijos deben ponerse al servicio amoroso de ese hermano que necesita de su solidaridad.
Esta imagen familiar expresa bien el desafío de luchar contra la pobreza material y la marginación social –que actualmente azotan a dos terceras partes de la humanidad– mediante la solidaridad de la cual solo son capaces quienes gozan de suficiente libertad como para poner sus bienes y capacidades al servicio de la superación de una vida precaria e inhumana, que constriñe las oportunidades de millones de personas.
Esas son las tres acepciones de pobreza referidas por Gutiérrez :
“La pobreza real como un mal, es decir, no deseada por Dios; la pobreza espiritual en tanto disponibilidad a la voluntad del Señor; y la solidaridad con los pobres al mismo tiempo que la protesta contra la situación que sufren” (1993, 303).
La diversidad de formas emergentes de solidaridad entre quienes sobreviven en condiciones adversas interpela a los miembros de las clases privilegiadas que cuentan con medios suficientes para llevar una vida digna y abre para ellos la posibilidad de integrarse a la dinámica del reino de Dios anunciado por Jesús, cuyos primeros destinatarios son los pobres y marginados.
Lejos del asistencialismo oculto detrás de una pretendida «teología del desarrollo», propuesta en forma neocolonial desde el autodenominado primer mundo, al final de la década de los años sesenta, Gutiérrez advirtió el acontecimiento histórico que representaba “la irrupción de los pobres” (2009, 21) como sujetos de su propio destino. En medio de ello se percató también de “la nueva presencia de la mujer […] doblemente explotada, marginada y despreciada” (2009, 21). Ese es el espíritu de la época en medio de la cual fueron celebradas las conferencias generales del episcopado católico latinoamericano en Medellín y Puebla que, en 1968 y 1979 respectivamente, recogieron el legado de las comunidades eclesiales de base y de la teología popular.
En la introducción a la primera edición de Teología de la liberación, Gutiérrez expresaba su crítica a la candidez con la que se aceptaba en América latina el eufemismo de «países en vías de desarrollo» de espaldas a
“la lucha por construir una sociedad justa y fraterna, donde todos puedan vivir con dignidad y ser agentes de su propio destino […] el término «desarrollo» no expresa bien esas aspiraciones profundas; «liberación» parece, en cambio, significarlas mejor (2009, 14).
La dominación de unos pueblos por parte de otros, la explotación de unas clases sociales por parte de otras, el sometimiento de la mujer en una sociedad machista y patriarcal, son manifestaciones de esa violencia estructural y cultural que también se expresa como discriminación hacia ciertos sectores sociales históricamente marginados. Ante el racismo soterrado presente en la sociedades latinoamericanas, advertía el teólogo peruano cómo “la marginación y el desprecio por las poblaciones indias y negras son situaciones que no podemos aceptar ni como seres humanos ni mucho menos como cristianos” (2009, 23).
Lo mismo cabe decir hoy en nuestras sociedades homofóbicas acerca del rechazo social del que son objeto quienes, más allá de una visón binaria, viven su sexualidad en formas no hegemónicas y cuyos derechos son conculcados; o en nuestras sociedades aporofóbicas acerca de la indiferencia, la exclusión y la estigmatización hacia los migrantes y desplazados que abandonan sus territorios en busca de supervivencia. Estos grupos poblacionales puestos al margen por los sectores dominantes de la sociedad son los destinatarios privilegiados de la acción amorosa de Dios, aunque con frecuencia la mentalidad tradicional y clasista de un cristianismo anquilosado pretenda mostrar lo contrario.
Desde una reflexión juiciosa hecha a la luz del Evangelio, la irrupción histórica de los pobres “representa también una irrupción de Dios en nuestras vidas” (1993, 304). La «pobreza de espíritu», comprendida como esa confiada «infancia espiritual» de los primeros años de vida en que aceptábamos la amorosa guía de nuestros padres, madres y tutores, permite a quienes han puesto su corazón en el poder y la riqueza salir de sus propios intereses para ocuparse de las necesidades de los demás y salvarse así del peligro que representa perderse en medio de sí mismos. En la teología de Gutiérrez, la “opción preferencial por el pobre” (1993, 308) es una experiencia trascendente y liberadora del «amor eficaz» que fluye discretamente por todo el mundo, de la cual podemos participar si dejamos que el espíritu de misericordia oriente nuestras vidas a trabajar por la justicia.
Es así como la teología de la liberación propone una liberación integral de toda persona y de todas las personas. Desde los inicios de esta teología, cuya vigencia se mantendrá mientras haya pobreza y marginación en el mundo, el desafío ha estado en “mantener al mismo tiempo la universalidad del amor de Dios y su predilección por los últimos de la historia” (1993, 308). En un plano secular esta predilección puede justificarse sociológicamente, pero en un plano de fe se trata de una opción realmente teologal y cristocéntrica.
La experiencia eclesial de Gutiérrez con las comunidades de base lo llevó a proponer como método de trabajo la escucha atenta para captar “el potencial evangelizador de los pobres” (2001, 243). Al escuchar las voces que claman desde el reverso de la historia, se hace evidente que el verdadero sujeto de la reflexión teológica “no es el teólogo aislado, sino la comunidad cristiana [que] la teología no es una tarea individual, sino una función eclesial” (2001, 244). Esta es una lección de vida legada por este pensador a las nuevas generaciones de teólogos y teólogas dispuestas a dejarse evangelizar por los desheredados del mundo para hacer de la iglesia «la iglesia de los pobres» que está llamada a ser.
Por estos días –en los que celebramos su resurrección– no faltara quien, sin haber leído ninguna de sus obras y sin haber estado presente en ninguna de sus magistrales charlas, lo considere como un simple agitador y se alegre por la muerte de este hombre sabio cuya baja estatura contrastaba con su enorme talla intelectual. Tampoco faltara el admirador despistado que, con inadvertido platonismo, anuncie que Gustavo Gutiérrez «se ha marchado a la casa del Padre»; ante lo cual el maestro hubiese preguntado con irónica gracia: «Entonces ¿dónde carajos estuve durante estos noventa y seis años?».
Fuentes consultadas:
Gutiérrez, Gustavo. “Pobres y opción fundamental”. En I. Ellacuría y J.Sobrino. Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación. Vol. I. San Salvador: UCA, 1993. [303-321]
Gutiérrez, Gustavo. “Quehacer teológico y experiencia eclesial”. En J. Tamayo y J. Bosch. Panorama de la teología latinoamericana. Estella: Verbo Divino, 2001. [241-256]
Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Perspectivas. Salamanca: Sígueme, 2009.
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