La oposición, esa horda posesa, perturbada, dueña de una ignorancia exorbitante, esa turba roñosa, estreñida, cicatera, usurpadora de tierras, bienes, famas, usufructuaria de toda clase de secretos malolientes, escondidos debajo de los tapetes y las enaguas, esa oposición de reprimidos sátrapas, escaldada en la salmuera de la envidia, la codicia y la inmoralidad ubicua, hasta ahora invicta, hasta ahora impune, que no ha podido armarle un solo caso real a Petro para acusarlo de lo que sea, propone entonces, haciendo gala de su apoteósica ruindad, no manosear más el código penal y pasarse a las líneas hipocráticas para señalar de enfermo al presidente.
Esa cuadrilla de alcornoques, de corruptos calumniadores, de patanes, de envenenadores, reyes de la vulgaridad, la trivialidad y la bajeza, quieren crear la idea de que Gustavo Petro no está en capacidad mental de gobernar el asco de país que le dejaron. Estos, los mismos que encubrieron la orgía sanguinaria de los tiempos de Guillermo León Valencia, Laureano Gómez o Alberto Lleras, los que pactaron el cancerígeno frente nacional contra la libertad, el pluralismo, la igualdad y la democracia; los que alteraron las elecciones del 19 de abril de 1970 para poner a un incapaz como Misael Pastrana a llenar con sus posaderas el solio de Bolívar, para mantenerse al lado del erario y profundizar por cuatro años más el abismo social que es el que nos divide sin remedio.
Es la misma banda que escondió o convirtió en chiste de cafetín el acabose de impudicia, corrupción, desapariciones, masacres y borrachera de Julio César Turbay, el Alzheimer de Virgilio Barco, las sinuosidades de Cesar Gaviria con Escobar Gaviria. Esa misma clase que hoy simula preocuparse por la salud mental del presidente es la que amparó la incompetencia despampanante de Andrés Pastrana, un patancito de barrio rico venido a más por el apellido de quien pasó a la historia por robarse las elecciones, porque la estupidez se multiplica y los colombianos, a veces, somos exponencialmente estúpidos.
Esa misma montonera ya había masacrado moralmente a Ernesto Samper, con el fin de esconder detrás de su hipócrita algarabía moralista, todas sus culpas, todos sus negocios con la mafia, su propia y profunda inmundicia para, enseguida, cubrir con el halo de la santidad y los galones del autoritarismo fascistoide al gran capataz, el hombre más siniestro que ha gobernado este país, el innombrable, y luego, a su hijo putativo, Iván Duque, el summum de lo que es la derecha de este país: arribismo social, miseria intelectual e inmoralidad interminable.
Esas fichitas, esos genios, campeones de la estafa y la poquedad, son los que se atreven a apuntar contra la integridad mental de Gustavo Petro, un hombre sobre el que centenares de líderes mundiales hablan maravillas y destacan de todas las maneras, por su conocimiento, capacidad, liderazgo, coherencia y pertinencia. Eso es lo que tanto los aterra, un presidente que desafía la legendaria estulticia de esta oposición mediocre y facinerosa, que debe ser desenmascarada, señalada y repudiada, ahora sí, de verdad, por el bien de la patria.