No es cierto, como lo sugirió nuestro premio Nobel de Paz, Presidente Juan Manuel Santos, que “con este nuevo acuerdo termina el conflicto armado más antiguo, y el último, del Hemisferio Occidental.” Porque lo mínimo que pudiésemos esperar si tal afirmación fuese cierta, es que ningún ejercito estuviese desplegado en este hemisferio.
Y no es así. El ejercito mexicano y el colombiano están hoy activos. Ambos lo han estado sin interrupción en los últimos diez años ¡y en su propio territorio!
No es que la “guerra contra las drogas” sea únicamente un nombre creativo para una pésima política pública: la prohibición de las drogas. Es una descripción correcta de lo que ha desencadenado esa política: una guerra contra [los traficantes] de las drogas [proscritas]. Es tan así que hasta la policía gringa se ha militarizado bajo la excusa de los esfuerzos materiales excepcionales exigidos para enfrentar esta lucha.
Ha sido tan exigente que hemos tenido que ceder en principios fundamentales como la presunción de inocencia: se requisa todo vehículo al entrar a un centro comercial, declaramos que nuestros recursos fueron bien habidos al hacer cualquier transacción internacional, se naturalizó que el gobierno intercepte comunicaciones…
¿Y por qué la prohibición de las drogas es una pésima política pública, un rotundo fracaso? Porque parte de un diagnostico errado: la droga logra secuestrar la voluntad del consumidor. Esa es la hipótesis de la que parte el prohibirle a un adulto consumir drogas con usos recreativos: la droga puede más que la persona.
Tantas veces nos hemos repetido esa falsedad que ha desembocado en la mayor aberración de una sociedad: sugerir que por ella alguien pueda escapar su responsabilidad frente a los crímenes más repugnantes. Así lo intentó hacer la defensa de quien atacó con ácido a Natalia Ponce de Leon, y así lo intentan hacer quienes asesinaron a Yuliana Samboní. El argumento es así: quién es consumidor es adicto, luego es enfermo mental, luego es inconsciente, luego no es imputable; pues solo se puede responsabilizar por sus actos quien es consciente de ellos.
Toda esta mentira debe terminar. Quien consume drogas hoy proscritas con usos recreativos es tan consciente como el que consume las permitidas. Los poquísimas situaciones en las que pierde la conciencia son tan excepcionales que no se puede sugerir que son la norma, y cuando lo hace, no logra actuar con premeditación. Y así, como en la inmensa mayoría de los casos quien las consume mantiene su voluntad, no tiene ningún sentido su prohibición absoluta, pues él no pierde ni su conciencia, ni su libre albedrío.
Se equivoca también el Presidente Santos al sugerir que como las drogas es un problema global requiere entonces una solución global. Es al contrario, es el creer que requiere una solución global que las han vuelto un problema global ¿O acaso el tráfico de alcohol genera semejante amenaza a las instituciones, aún siendo su consumo un problema del cual ningún país está exento?
Si por allá en Estados Unidos, en Europa, en Rusia, o en China les parece bien seguirse mintiendo con el cuento ese que un consumidor de drogas diferentes al alcohol, tabaco, café, té, azúcar y chocolate es un inconsciente, allá ellos. Pero nosotros no podemos seguir jugando esa charada, porque nuestra sociedad está descompuesta por ella.
Nota: El Presidente Juan Manuel Santos ha sido un vehemente crítico, con reconocimiento internacional, de la prohibición de las drogas. El haber logrado un acuerdo de paz con las FARC ha sido un logro de la institucionalidad colombiana que él hoy preside. Mis críticas aquí a sus declaraciones, no van en ningún sentido a demeritar su logro, sino en construir sobre ellas para mejor entender la problemática de las drogas.