La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

Los que están de acuerdo con las narcosalas los mueve la razón y la compasión; los que se oponen, el miedo.

Ni le hace falta sustento científico a la propuesta del alcalde de Bogotá de establecer sitios de consumo controlado, ni mala intención a los que se oponen.

Lo primero que habría que decir al respecto es que, es cierto, de acuerdo a los tratados internacionales en los que se basa el régimen de control de drogas, el estado no puede suministrar drogas prohibidas, al menos que sean para tratamientos médicos [1]. Pero esos tratados solo sirven para una cosa: al que le conviene la situación actual se puede escudar detrás de ellos [2].

En materia de consumo de drogas, difícil es imaginarse una situación peor a la que actualmente se vive en la mayoría de los lugares del mundo. La razón es muy simple: la prohibición hace del consumo tan precario que este se vuelve foco de problemas sociales. Por ejemplo, durante las guerras mundiales, mientras hubo razonamiento de tabaco en Europa, algunas mujeres se prostituían por tabaco y hombres robaban para conseguirlo. ¿Existe una situación similar hoy? Sí, pero ya no con los nicotinómanos.

Saltará un histérico a decir: ¡pero eso es el tabaco y no la cocaína ni la heroína! (y el más despistado hasta meterá el LSD y la marihuana en este último paquete). Cierto, pero mientras el consumo de tabaco trae una plétora de males crónicos, el consumo de morfina no. Ambas drogas son adictivas, pero la segunda es medicinal, la primera no. Y la heroína no es más que morfina. Luego, la degeneración en el individuo con el hábito de la heroína no se debe a la sustancia, sino a las condiciones en las cuales él se ve sumergido. Condiciones que se deben exclusivamente a los tratados internacionales arriba mencionados, y a nada más [3].

¿Cómo funcionan las narcosalas en Alemania, Canadá, Holanda, Suiza, …? El estado no provee heroína o cocaína al que quiera; el usuario se la consigue en la calle, y va, y la consume en ese sitio (En algunos casos, ya cuando se acepta tratamiento, se prescribe heroína). El usuario prefiere consumirla en un lugar higiénico, seguro, donde hay jeringas esterilizadas, donde si algo sale mal, hay alguien para ofrecerle asistencia. Es decir, salvan vidas. Allá, habrá gente que lo guiara sobre como hacer su condición crónica de adicto llevadera y, en algunos casos afortunados, como superarla. Dentro del régimen prohibicionista, las narcosalas son los tratamientos más exitosos.

¿Les gustan las narcosalas a los que administran la prohibición, por ejemplo a la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE)? Claro que no. Como tampoco le gustan las evidencias de recalentamiento global a mucho petrolero.

Muchísimos beneficios, que tal vez son anti-intuitivos, ofrecen las narcosalas. Lo que pasa es que la razón no vende «rating», porque exige pensar; lo que vende es el miedo, como el que promueve el representante de Colombia ante la JIFE, Camilo Uribe, toxicólogo, de reputación dudosa pero, al que sí le prestan el micrófono.

No nos mintamos, no seamos patéticos, las narcosalas no le bajarían la moral a nuestras tropas, pues estas, siempre, estarán del lado de la ley. Moral nos falta a los gobernantes y a los ciudadanos que mandamos a nuestros soldados y policías a combatir una guerra imposible de ganar: la guerra contra las drogas. Cuando se incendian laboratorios o se fumiga nuestro campo, no se protege nuestro estado; sólo se perpetua una política pública cuyas consecuencias, por el contrario, lo han minado. Y lo hacemos sin mostrar vergüenza alguna [4].

Notas

[1]: Lo segundo es que esos tratados han sido denunciados innumerables veces por contraproducentes e inhumanos. Y lo tercero es que los organismos que se encargan de que esos tratados sean respetados no tiene dientes para castigar al que los incumpla.

[2]: Siendo sinceros, no hay exagerar, los tratados también establecen un andamiaje que podrá ser utilizado para controlar las drogas cuando estas sean legalizadas.

[3]: Piénselo, es cuando escasea el tabaco, o cualquier otra droga adictiva, que la vida de los adictos se hace precaria y entonces generan problemas. La prohibición busca producir exactamente eso: que la droga sea escasa; es decir que la vida de los adictos sea precaria. Así, los prohibicionistas solo conocen una cifra, cantidad de usuarios (en su lenguaje: cantidad de adictos); y una sola medida, reducir la oferta (en realidad: que los adictos generen problemas).

[4]: Habría que hacer un ejercicio mockusiano para hacer palpable el miedo que alimenta la prohibición: primero, preguntarle a la gente ¿si la heroína o el bazuco fuese legal, usted consumiría?; y después ¿si la heroína o el bazuco fuese legal, que porcentaje de la población consumiría? Me atrevería a apostar que más del 99% de la gente respondería no a la primera, y 5%, o más, a la segunda.

Corrección: (implementada el 12 de Agosto de 2012) En una versión anterior de esta entrada se especificaba, erróneamente, que el Estado no podía proveer drogas ilegales. Lo cierto es que su uso es permitido para tratamientos médicos o  investigaciones científicas previamente autorizadas por las agencias locales encargadas de implementar los tratados internacionales de fiscalización de estupefacientes.

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