Tal y como lo son la cafeína y la nicotina, la cocaína es otro alcaloide más de origen natural. Estas tres substancias actúan como estimulantes en nuestro sistema nervioso. En términos generales esto quiere decir que su consumo moderado reduce nuestro cansancio y restablece nuestra capacidad de estar alerta o de concentración. No es sino evidente que en épocas más remotas (en las cuales el bienestar, o la simple subsistencia, dependían de proezas físicas y de extensas jornadas laborales) las plantas, semillas o frutos que contenían estimulantes eran encarecidos. Cualquier cosa que concediese vigor era una bendición.
Así pues, la coca tenía un papel central en los rituales religiosos de nuestros antepasados indígenas. Naturalmente, a muchos misioneros que venían a hacer proselitismo religioso este simbolismo alrededor de la coca no se les antojaba aceptable. En un principio se les ocurrió erradicarla, y evidentemente fallaron. Fue después de los escritos de Pedro Cieza de León y de Juan de Matienzo que los conquistadores entendieron que podían controlar la planta para su propio provecho. Ya para finales del siglo XVI una gran cantidad de europeos estaban empleados en las colonias en la explotación de la coca; tanto así que en Cuzco el arzobispo diezmaba la producción.
No fueron los españoles (evidentemente, ni tampoco los gringos) los primeros en entender que podían ejercer dominio sobre los pueblos andinos si podían controlar el acceso a la coca. Dentro del pueblo inca se tenía bien establecido a quien se le concedía acceso a la planta y a quien no. El mejor premio que podía recibir del Emperador un trabajador era el permiso de masticarla. Aparte de eso, la hoja era más que todo para las élites o para los guerreros.
Para los que no vivían bajo el yugo inca, la relación con la planta era diferente. Los que estaban más al norte, por ejemplo en lo que hoy es Colombia, vivían en una sociedad un poco más liberal y el consumo de coca era más democrático. Muchos de nuestros antepasados se paseaban con un poporo en la mano que les servía como mortero para extraer cal. La cal hace de agente catalizador al combinarlo con la coca en la boca. Vemos pues que el símbolo de nuestro famoso Museo del Oro, el poporo Quimbaya, no era más que un accesorio bastante refinado para drogarse; tal y como hoy en día lo son una maquina para hacer espresso o un narguile.
Si bien todo esto suena muy positivo, las cosas se ponen bastante complicadas cuando nos alejamos del marco del uso moderado. El abuso de estimulantes puede acarrear la adicción. Y como tendremos oportunidad de verlo en una entrada posterior, la política anti-narcóticos se debe mucho más al cómo se relaciona nuestra sociedad con el concepto de adicción que con un producto químico. La adicción es un diagnostico bastante complejo (y arbitrario [1]) que no solamente responde a una serie de síntomas fisiológicos, sino que también esta cargado de connotaciones sociales. Es decir, la definición de adicción abarca una serie de comportamientos además de una colección de evidencias físicas palpables. Por ejemplo la adicción a la cafeína se identifica fundamentalmente por un síndrome de abstinencia que generalmente empieza acompañado de dolores de cabeza [2]. En cambio, la adicción a la cocaína acarrea un deseo de consumo compulsivo pero no viene con síndrome de abstinencia físicamente agudo [3]. La adicción a la nicotina tiene ambos: una necesidad compulsiva y un fuerte síndrome de abstinencia. Entre estas tres sustancias la cocaína es bastante menos adictiva que la nicotina, pero mucho más que la cafeína [4]. El que no este convencido de esto, le bastará saber que Freud nunca pudo parar su adicción a la nicotina pero sí a la cocaína; o si tiene la oportunidad de visitar París fácilmente encontrará alguien mendigando por un cigarrillo.
Volviendo a la coca, los aspectos negativos relacionados al consumo de cocaína surgieron únicamente después de haberse logrado el aislamiento del alcaloide. Y bajo esa presentación aislada, los europeos descubrieron que ellos también podían disfrutar de este exótico estimulante sin la necesidad de mostrarse con los dientes verdes. Durante el siglo XIX los europeos estaban fascinados con la cocaína; hasta glamurosos personajes de ficción, como Sherlock Holmes, eran entusiastas. La cocaína fue el primer anestésico local, lo cual contribuyo enormemente para hacer de la cirugía el arte que es hoy en día. Por otro lado a un corso se le ocurrió agregarle extracto de coca a un vino de Burdeos, creando así el Vino Miriani. Esta bebida habría que entenderla como la versión clásica del «vodka con Red Bull». En ese entonces la reputación de un producto no se medía patrocinando eventos en boga sino con la refrenda que le concedía figuras públicas, como las del Papa León XIII, Julio Verne o Tomas Edison, entre muchas otras. Tal fue el éxito de la bebida, que esta fue la inspiración para la Coca-Cola. La misma que en su formula original contenía cocaína. La Coca-Cola en ese entonces no era muy diferente de lo que hoy en día son las «bebidas energizantes».
Pero esa emoción se desvaneció muy pronto. Para finales del siglo XIX ya se conocía los problemas que el uso desmesurado de cocaína podía acarrear, entre ellos los episodios psicóticos y la adicción. Por otro lado, la aparición de un anestésico local mas efectivo, la procaína, la relego a unas pocas cirugías. La histeria colectiva que generó la mala practica medica en los Estados Unidos, el pavor que se formó alrededor de la amenaza de la adicción y las historias de negros que se volvían inmunes a las balas tras consumir cocaína, fueron suficiente para condenar a la coca. Finalmente el descubrimiento de las anfetaminas en los treintas, que lograban el mismo efecto estimulante pero por periodos más largos, le quito el poco de protagonismo que le quedaba. No es de sorprenderse que fuese únicamente cuando se quiso poner bajo control a las anfetaminas en los sesentas que el consumo de cocaína volvió a comenzar. Lo que sigue después ya nos es tristemente familiar.
Hoy por hoy sabemos que el consumo de hoja de coca o de infusiones de coca no es más peligroso que el consumo de té; que el consumo de cocaína es menos preocupante que el de tabaco y el de alcohol; y, que su consumo en cantidades moderadas es poco nocivo [5] [6]. Luego, si los problemas relacionados al consumo de alcohol y al de tabaco son peores que al de cocaína, los problemas de nuestro país relacionados con la coca no se deben a su alcaloide sino a su prohibición.
Referencias
[1]: P. Cohen, Is the addiction doctor the voodoo priest of Western man? versión extendida de un articulo en Addiction Research, Edición especial, Vol. 8 (6), pp. 589-598, 2000.
[2]: Information about Caffeine Dependence, página web caffeinedependece.org, John Hopkins Bayview Medical Center, 2003.
[3]: S. Peele, R.J. DeGrandpre, Cocaine and the Concept of Addiction: Environmental Factors in Drug Compulsions, Addiction Research, Vol. 6 pp. 235-263, 1998.
[4]: J.C. Anthony, L.A. Warner, R.C. Kessler, Comparative epidemiology of dependence on tobacco, alcohol, controlled substances, and inhalants: Basic findings from the National Comorbidity Survey, Experimental and Clinical Psychopharmacology 2, pp. 244-268, 1994.
[5]: Cocaine Project, Organización Mundial de la Salud/Instituto Interregional sobre Crimen y Justicia, 1995, p.1.
[6]: J. Colombo, La Iglesia de la Prohibición y su cruzada contra la coca, La droga, ¿y Colombia?, 3 de Mayo de 2010.