La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

En defensa de la dosis personal y del pensamiento conservador

En términos generales, el conservatismo como posición política defiende lo establecido. Los que lo siguen se oponen al cambio con una convicción que fundamentan en la tradición. Si acceden a un cambio, este debe ser pausado. Con humildad, el conservador admite que, aunque muchas cosas le parezcan arbitrarias, no le compete a él juzgarlas pues su entendimiento es finito; el conservador se subordina al buen juicio de sus antepasados cuya sabiduría acumulada está plasmada en las costumbres e impregnada en la tradición. ¡¿Cómo puede un simple hombre cuestionar ese conocimiento compartido por generaciones tras generaciones?! Desde el punto de vista pragmático, seguir la tradición tiene mucho sentido: años y años de experiencia la legitiman.

Así las cosas, el conservatismo es una posición respetable y defendible. Ahora bien, no es la actitud respecto al pasado lo que en verdad caracteriza al conservador; al contrario, es el cómo aborda el futuro.¿Que debe hacer un conservador enfrentado a algo nuevo? La respuesta que este ofrezca es lo que sí lo define.

A su alcance, el conservador tiene dos elementos: los valores morales y la historia (ambos parte de su tradición). Los valores morales los toma como principios rectores y la historia como fuente de ejemplos. Valiéndose de estos, frente a un problema nuevo, el conservador no puede hacer más que ponerlo en un contexto que le sea familiar. Este contexto le puede servir o bien para negar el problema y así desentenderse de él; o bien para deslegitimar la fuente del problema y así proponer el uso de la fuerza; o bien, sabiendo que «nada hay nuevo bajo el sol», para poner el problema en un marco histórico que le sea familiar y así tomar una decisión basada en lo que funcionó en el pasado.

El conservador que tiende a negar el problema o a deslegitimarlo lo llamaré neoconservador. Como el que dice que en Colombia no hay desplazamiento forzoso sino migración voluntaria; o como él que identifica a los que critican la administración Uribe como terroristas. Al que prefiere poner las cosas en un marco histórico lo llamaré conservador (sin más).

Pongamos todo esto desde la perspectiva del consumo de drogas.

Tradicionalmente el consumo de drogas esta regulado por normas sociales. Tales como: uno no desayuna con alcohol, el vino es para acompañar comidas, los alcoholes destilados se toman despacio, no se toma café con el estomago vacío, hay una hora para el té. Esto respecto a esas drogas que llevamos consumiendo por siglos y que siguen siendo legales. El consumo de tabaco, que fue promovido sin mesura en los 50s, 60s y 70s, es ahora criticado y regulado con más precaución: «fume, pero no en espacios cerrados», «fume, pero lejos de mí». Y lo mismo sucedía con algunas drogas ahora ilegales: en China, el opio se le ofrecía a un amigo que llegaba de un viaje extenuante como ayuda para relajarse, o para cerrar un trato como muestra de estar en buenos términos; trabajadores en las minas en Sudáfrica tomaban pausas para fumar solo una o dos bocanadas de humo de marihuana; entre los grupos indígenas hay una variedad de normas regulando el consumo de coca; hasta el consumo del DMT del yahé tiene un ritual muy preciso.

Ese consumo regulado por tradiciones los conservadores lo aceptan. Se escucha decir: «las drogas tenían un contexto espiritual, un significado que ya no tienen». Pues bien, esas normas sociales solo pueden ser fabricadas si su consumo es permitido. La prohibición ha minado ese mecanismo de regulación.

Lo que pasa es que para estar de acuerdo con esos mecanismos sociales de regulación hay que ser valiente y aceptar que siempre habrá gente que abusará, que infringirá esas normas. Y ahí es donde un conservador y un neoconservador entran en conflicto. Mientras el conservador reconoce que todos tenemos debilidades y flaquezas (después de todo, siempre ha sido así) y esta dispuesto a tolerarlas (en su justa proporción, porque ¿quien soy yo para juzgar?), el neoconservador las niega y quiere deslegitimar de un solo tajo el consumo de cada droga que no está ya establecida. Por ejemplo, equiparando a los «marihuaneros» con criminales o con disolutos, y a su vez a los consumidores de cualquier otra droga con los marihuaneros. El conservador promueve la templanza y la compasión, el neoconservador fomenta la histeria.

Llegamos entonces al otro elemento característico del pensamiento conservador: la responsabilidad individual. Los liberales prefieren explicar las acciones de la gente por el contexto, los conservadores por la moral. Los liberales ven al hombre dominado por su entorno, los conservadores ven al hombre dirigido por su voluntad. Para un conservador ese fuero interno es lo más valioso que tiene un ser humano y le corresponde a cada quien cultivarlo.

Pero el principio sobre el cual se basa el discurso prohibicionista (que es: la droga irremediablemente domina la voluntad) pertenece más al punto de vista liberal que al conservador. Ese principio le cae como anillo al dedo a los neoconservadores, que saben muy bien como explotarlo: deslegitiman el uso de la droga, luego niegan que la prohibición sea un desastre culpando en su lugar a los consumidores por su «debilidad moral» y se desentienden finalmente del problema poniendo todas las drogas que le son ajenas en un mismo paquete.

Hago hincapié en la contradicción de la posición prohibicionista: por un lado exigen prohibir la droga pues su hechizo es incondicionalmente más fuerte que la voluntad humana, pero por el otro condenan al usuario por su debilidad moral (¿al fin qué? ¿Esta el usuario hechizado o no?). Probablemente resolverán esta incongruencia diciendo: «Algunos si pueden mantener su dignidad pero la gran mayoría no, así que por estos, todos tenemos que hacer un sacrificio y hacer del consumo de la drogas una actividad ilegal».

Al final lo único que se logra entonces es formular una de esas leyes que les encanta a los moralistas: se tipifican como crimenes las conductas que identifican como indeseables, es decir quieren legislar la moral (¡imagínese lo absurdo!), con consecuencias catastróficas. Tales leyes no son resultado de un acuerdo social, así pues no son legítimas. Tales leyes no son administrables, así pues congestionan y entorpecen el sistema penal. Pero por encima de todo, tales leyes fomentan la impunidad, pues se rompen con frecuencia sin consecuencia alguna, y corrompen la igualdad ante la ley, pues solo se les aplicarán a los de aparente debilidad moral.

El proyecto prohibicionista no es más que un proyecto neoconservador; que estos vienen siendo entonces unos liberales que quieren imponer la ley de la selva. La única premisa valida para ellos es la de esos niños altaneros que cuando se les pregunta por una razón dicen: «porque quiero, puedo y no me da miedo». ¿Que otra cosa explica que terminen haciendo ilegal la coca hasta en Bolivia y la marihuana hasta en la India?

Porque esa actitud de equiparar a todo el mundo viene del pensamiento liberal, pero la de tomarse a si mismo como medida de todas las cosas es la soberbia de los neoconservadores (o de la Iglesia Universal). Esa idea según la cual lo que le conviene a Estados Unidos, le conviene a Irak, o lo que le conviene a Europa Occidental, le conviene a la zona Andina, no viene del pensamiento conservador. Un conservador jamás aceptaría un proyecto equiparando su sociedad a otras en el mundo: las normas de conducta que tengan en Kansas o en la Cochinchina, allá ellos, acá somos otros. Así, un conservador no debería estar de acuerdo con un sistema global de control de drogas.

En fin, un conservador exige de cada quien sopesar las cosas en su fuero interno, exige de cada quien una responsabilidad consigo mismo. Sabe que el que por mal camino anda, tarde o temprano cuenta se dará, pues la vida se encargará de demostrárselo. El neoconservador hace mofa de todos esos preceptos: él mismo se encargará de imponer su propia interpretación de la ley natural, con la conveniencia de ya no tener que exigirle responsabilidad individual a la gente (Es entonces evidente porque el discurso neoconservador es tan popular en las urnas).

Un conservador entendería la despenalización de la dósis personal como mecanismo para promover la templanza en la gente, para poner en marcha los mecanismo de regulación social. Un conservador no resolvería la tal incongruencia entre permitir el consumo pero no la venta, en favor de un sistema de control que viene impuesto desde el exterior. Un conservador resolvería dicha incongruencia denunciando los tratados internacionales de control de estupefacientes y exigiendo un sistema regulador que se ajuste a nuestra situación.

Pero mientras los conservadores en Colombia no entiendan la diferencia entre su pensamiento religioso y el pensamiento político, es decir, mientras no entiendan que el conservatismo tiene mucho más que ofrecer que las arbitrariedades de una Iglesia que se llama a si misma Universal, mientras se presten a la linea neoconservadora, mientras no respeten los mecanismos sociales y mientras no respeten el fuero interno, tendrán que seguir contentándose con la carroña que otros políticos dejan.

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