La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

¿Empeño o adicción?

¿Qué lleva a una persona a dedicarse a una actividad regularmente, aún sacrificando tiempo con su familia, con una insistencia que desconcierta a las personas cercanas a ella, aun y cuando le piden que deje de hacerlo?

¿Por qué produce la heroína adicción? Por sus propiedades adictivas. Parece frase de comedia clásica, pero en algo así se fundamenta la guerra de las drogas: en una falacia circular.

Alguien que se rompe el hueso del muslo o la cadera, estará recibiendo diamorfina (o algún otro opiáceo) por un largo periodo en el hospital. Francamente: se está inyectando heroína (o algo más poderoso) a voluntad. ¿Sale adicto? Lo más probable es que no. Regresa la persona a su vida productiva en sociedad. Y con la droga, es justamente esto último más determinante aún que la sustancia misma en definir el riesgo de alguien de generar una adicción.

Todos hemos oído hablar de adicción al juego, al trabajo, al poder. Pero no fue una sustancia externa la que produjo la condición. Los mecanismos internos responsables se desencadenan también sin las drogas.

La investigación apunta a que son más bien la falta de vínculos afectivos con otros, y de lazos sociales sentimentalmente gratificantes, las carencias que la actividad adictiva viene a suplir. La relación que se tiene con ella captura al mecanismo de recompensa asociada a una vida social plena, al afecto y a la empatía del otro. Los heroinómanos problemáticos suelen ser personas solitarias con traumas psicológicos.

La vida social y la distracción es un elemento esencial para el ser humano. Y lo es igualmente para muchísimos otros seres vivos: las ratas de laboratorio no se pegan a un dispensador de drogas si dentro de su hábitat tienen otros ratones y actividades con los cuales entretenerse. Pero si lo único que se les ofrece aparte de agua es la droga, su elección será esta y no aquella.

Es el mismo mecanismo que logra que una persona se dedique con empeño a una actividad hasta dominarla extraordinariamente. Lo cual no siempre resulta en éxito, sino a veces en un fracasado obstinado. Es el mecanismo activado ante cualquier actividad que nos colma: la reflexión religiosa, el gozo estético, el amor…

Así pues, no es ser sobrio, ni decirles no a las drogas, lo que protege a un ser humano de la adicción. Es una vida plena en sociedad. Tal vez no es el que vende drogas en los barrios el principal responsable de la adicción, sino más bien un sistema de vida donde el tejido social se ve descompuesto, como el que sugiere uno donde es necesario que padre y madre deban estar todos los días de la semana (salvo probablemente el domingo) ausentes de casa, trabajando y viajando todo el día, para aspirar a una vida digna.

Mientras intentamos parar a toda costa la distribución de la droga, de una sustancia, vemos cómo la dinámica desencadenada por esa intención corrompe de raíz nuestra vida pública y política: alimentando el crimen, que compra al poder, que impide el fortalecimiento institucional y estatal.

Si en vez pudiésemos enfocarnos en darnos calidad de vida, en lugar de estar permanentemente combatiendo cientos de bandas de criminales y purgando instituciones corruptas, alimentadas todas con dinero producto del tráfico de drogas, seguro estaríamos logrando que la gente no termine tan apegada a malos hábitos. Asumamos el consumo, con las responsabilidades individuales que eso implica, y más bien trabajemos por la convivencia.

@DrogaYColombia

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