En ocasiones “el arte utiliza la historia para volverla una creación subjetiva, en la cual el artista maneja dos relatos paralelos: el que le aporta la historia y el que él construye con su obra”. En esta ocasión, el arte se funde en una historia con sabor a memoria, a tradición e identidad. Claudia Patricia Romero, Comunicadora Social y Periodista, especialista en divulgación del patrimonio cultural, quien en muchos artículos de este espacio nos ha acompañado, nos deleita con su pluma conduciéndonos en un relato muy propio para ella y generador de apropiación cultural para toda la comunidad, pues nos muestra la esencia de la puesta en valor de la tradición hecha arte. Nos lleva a un camino intergeneracional lleno de posibilidades y eventos familiares que permanecen vigentes, que crecen y se fortalecen como luz que permite conspirar contra el olvido.  

Ramón García Piment

 

 

Por: Claudia Patricia Romero Velásquez

Mi primer acercamiento de lo que significa el arte y la cultura lo vivencié en los relatos expresados por mi Abuela Rosa María Rojas, que con orgullo buscaba en nuestra niñez conectarnos con la cultura y el arte, y el mejor exponente de ello era su propio hermano el talentoso artista Dídimo Rojas y su imponente trabajo que podíamos ver a lo largo del camino de la Región del Guavio (Cundinamarca) en el trayecto que nos conducía a la finca de mis abuelos. Mi madre Fanny me mostraba las imágenes delicadas en representación de vírgenes y ángeles que estaban a lo largo de la travesía.

Para mí, estos relatos tenían su propia mística y orgullo, saber que esta presencia física del arte colombiano era inspiración de alguien de la familia que ni siquiera conocía y que anhelaba conocer, ya que Él venía de la cuna de mis bisabuelos que tampoco conocí, pero que amé en medio de los cuentos de familia. Lo más cercano que estuve de conocerlos fue cuando visité la tumba viendo el rostro tallado de mi bisabuela, hecha por el tío abuelo Dídimo Rojas, el conocer el rostro de alguien que nunca abracé, pero que sentía cerca de mí. Este rostro tallado y moldeado me impresionó, ya que empecé a descubrir infinidad de rasgos que persisten entre generaciones y la impresionante forma en la que el artista plasmó con tanta precisión en la piedra. Ese rostro moldeado me permitió no solo descubrir la genética en los rasgos, sino también mi gran inspiración por la letra y la escultura, pues esto venía de la cuna artística que era herencia del siglo XIX, por parte de la línea materna.

La memoria e identidad son la fuente que todos los seres humanos anhelamos, pues al conocer nuestros antepasados, encontramos la razón de identificar lo que somos, así, aunque en ocasiones no entendamos, nos permite explicar un poco la esencia sobrenatural que hay en nosotros, la razón de nuestras preferencias, de nuestros talentos innatos, en fin un numero de simbologías que hay en nuestro interior y que hacen parte de nuestra identidad familiar y cultural, pues todos deseamos tener el privilegio de conocer de dónde venimos, para estructurar para donde vamos.

Es por eso por lo que a través de estas líneas me permito poner en valor al maestro Dídimo Antonio Rojas Rodríguez, el artista empírico y anónimo en el arte religioso de nuestro país, oriundo de Gama (Cundinamarca), quien se formó con la técnica italiana del arte religioso a través de un artista de descendencia italiana, de apellido Calvo, aunque a la fecha no conozco su nombre. Tuvieron su primer encuentro en Bogotá en medio de la construcción de la escultura de la Virgen del Cerro de Guadalupe. Con su eterna acogida de brazos abiertos que acobija nuestra ciudad capitalina. Se dice que su misión fue la de perfeccionar los brazos del monumento, tarea que en ese tiempo no fue fácil, representó una de sus primeras victorias artísticas, que aún nos acompaña.

 

Este hombre cuya impronta quedó plasmada a través de sus obras, fue todo un interrogante, un andariego, nómada e incomprendido para su época. Luego de la muerte de sus padres, cada uno de sus tres hijos tomaron caminos diferentes. Rosa, mi abuela, de la forma tradicional para la época, tuvo un matrimonio con diez hijos, dedicando su vida a la formación en valores y el cuidado del hogar. Miguel, cruzó las fronteras junto con su pasión por la medicina llegando a tierras venezolanas. Dídimo salió con su arte por rumbos desconocidos, alejándose tanto que cincuenta años después, sólo su sobrina pudo descubrir su paradero a través del envió de una carta al aire a un posible destino en la Plata (Huila), buscando un reencuentro familiar con su hermana Rosa.

Mas allá del reencuentro, del que retomaré más adelante, la expectativa estaba puesta en el imaginario de ese reconocido artista alto, de ojos negros y profundos, con piel trigueña, destacándose por su presencia elegante, siempre con mancornas de oro que le daban un toque especial a su vestir, brillando con su buen hablar, con sus poemas y escritos y contando historias de sus aventuras por los círculos sociales de la ciudad capitalina en sus épocas doradas. Su impresión por el arte se enlazaba con la evocación constante a la belleza de la figura femenina y sus consecuentes conquistas, se llegó a decir que pretendió incluso a la que fuera la única miss universo colombiana para ese entonces, Luz Marina Zuluaga. También me enteré de su legado escultórico disperso por el territorio colombiano, entre sus más destacados logros encontré a, Los ángeles que se encuentran en Choachí (Cundinamarca), la Virgen del Carmen ubicada en la Catedral Primada de Bogotá, los ángeles y rostro de su madre Edelmira ubicados en  el cementerio de Gama (Cundinamarca), las vírgenes de algunas iglesias, cementerios y en las vías de la región del Guavio (Cundinamarca), los murales religiosos y esculturas encontradas en los departamentos del Tolima y del Huila.

Dídimo destruía el rostro de las obras al no encontrar la perfección de la figura femenina que buscaba, quizás su obsesión por lo inmaculado en la mujer lo llevó a expresar la belleza en el arte y a comulgar con diversas formas estigmatizadas en su realidad, encontrando en su otro mundo a Belarmina Martínez, llena de sencillez en sus estándares, con quien formó su familia.   El reencuentro con el tío nos llevó a hablar de identidad y de memoria transgeneracional, pero sobretodo de conectarnos con su mayor legado: su hija Yolanda Rojas Martínez, quien, desde su primera edad, tuvo la fantástica experiencia de convivir con el arte, y de ver como su padre tallaba la madera, esculpía el mármol y moldeaba el yeso para transformar la piedra en destreza forjando figuras religiosas. Yolanda vivió esta experiencia con decoro, pues él se convirtió en su gran maestro.

Yolanda Rojas Martínez empezó a moldear con sus manos figuras de arte espiritual y religioso, saboreando en medio de lo celestial, la pulcritud y el trabajo de un artista que crecía en la perfección en medio del arte empírico.

Esa niña de ojos grandes, de cabellos oscuros ondulados y sonrisa ingenua, de trato sincero y de una vocación magistral, creció en medio de un taller, lleno de polvillo, de mármol, madera, pinturas y yeso. Descubrió que en medio de sus manos pequeñas podría realizar sus primeros bosquejos artísticos, buscando la perfección que su padre le exigía. Las aulas de clase y estudio no eran prioridad para el crecer de esta pequeña, pues, aunque con estudios básicos y con grado de educación primaria a distancia logró un eslabón académico, los viajes de su padre para darse a conocer como artista, impidieron una constancia académica en Yolanda pues mantenían una maleta de viaje siempre lista con destinos a Tesalia, Paicol, La Yagura, Gigante, Garzón, Lagrado, el Pital, Timaná, Altamira, y otros tantos lugares de la Región del Huila. Yolanda se convirtió en la alumna por excelencia de su padre, en lugar de lápices y colores, exploró con pinceles y cinceles el talento que quizás sus congéneres nunca tuvieron, fue así como esta pequeña cambió las aulas por talleres y espacios que, aunque empíricos son esencia y decoro de su vida artística, en otras palabras, su mejor título, el de verdadera maestra.

Muchos de los artistas aprenden las técnicas, pero llevan consigo en su intelecto, la esencia de lo que quieren trasmitir, para lo cual lo que requieren es perfeccionar su técnica. Otros tantos, han recibido junto a la técnica, la misma esencia de las obras, uno de los casos çes el de Yolanda Rojas quien nunca estado en una escuela de arte, pero sus manos y su técnica aprendida por generaciones anteriores, llegó de una herencia clavada en su mente evocando lo divino desde la piedra y transformándola en una obra de arte.

Ella no solo descubrió su vocación, sino que sus obras hablasen por ella, con el verdadero significado de ser artista, pues lleva ese don en su sangre, es la herencia que no la abandona y al contrario la cultiva y enriquece y que, hoy por hoy, lleva su alma y espíritu en cada obra como parte de ella y de su verdadera identidad.

Yolanda Rojas vive en su propio taller ubicado en la entrada de La Plata Huila, ella plasma figuras de más de cinco metros y estas hacen parte de su día a día. Sus obras están mayormente instaladas en espacios de la región huilense, embelleciendo esos municipios. Entre otras, se destacan las esculturas de San Miguel Arcángel de cinco metros de altura, en Garzón (Huila) que le llevó seis meses su realización; El Cristo Rey de tres metros, ubicado en Pitalito (Huila); La Virgen Inmaculada realizada en fibra de vidrio con una medida de 3.80 metros, ubicada en Santa Leticia (Cauca); San Miguel Arcángel de tres metros en el Departamento del Cauca. Todas estas imágenes de representación gigante han sido obras de una mujer de 1.55 metros de altura que como reto expone su majestuosidad artística.

 

Sus escenarios de arte también están resguardados en los templos, que han sido valorados por muchos sacerdotes de la región Huilense; su trabajo le ha permitido dar a conocer su talento. hoy en día hace parte de Artesanías de Colombia.  Es hora de que su anonimato artístico sea reconocido a nivel nacional e internacional, a pesar de que haya tenido en los últimos años una difusión en medios periodísticos locales, se hace vital darles mérito y empoderamiento a sus obras. Pues Yolanda es una verdadera vocación y ejemplo para seguir.

Yolanda Rojas, una mujer de espíritu luchador, hecha arte, su taller y sus obras demuestran su tesón y trascendencia, su experiencia es su vida entera, su historia de vida resalta los valores y el alcance que puede tener una mujer que se hace con vocación y esfuerzo.

Con esta historia reconozco su talento, busco dar a conocer su esencia, su inspiración nos llena, ella es arte que nos une a la temporalidad celestial en este plano terrenal; Yolanda Rojas, la mujer que con sus manos construye país, la mujer que con sus herramientas da forma a lo bello, ella para mí, es una herencia viviente, es la memoria de mis bisuabuelos, de mis abuelos y en fin de un árbol genealógico que aun aprendo a conocer, para encontrar la memoria y la identidad de mi familia.

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