El Abogado e Ingeniero Carlos Julio Hoyos conspira contra el olvido cada vez que toca temas cargados de historia que nos conducen a la realidad actual, en donde la avaricia y los egos nublan lo testimonial. Nos invita a no olvidar que para poder comprender el presente y proyectarnos en el futuro, siempre es necesario contar con el pasado. (Ramón García Piment y Claudia Romero Velásquez).
No mintió Dios cuando prometió que no habría un segundo castigo con agua, ni siquiera advirtió si habría otro, como tampoco la forma como llegaría, cosa que, con pensamiento algo ligero, todos los exégetas han interpretado como que si no es agua, entonces tendrá que ser fuego. Pero, según veo, la siguiente destrucción de la humanidad no vendrá por causa del fuego abrasador sino por una segunda inundación, pero no de agua sino de dinero falso ¡quién lo creyera! Inundación que comenzó hace casi ochenta años, y que al día de hoy ya alcanzó nuestras barbillas, urgiendo la necesidad de un arca (sí, como la de Noé) que evite la extinción de la humanidad.
Reconozco el dramatismo de la obertura de este relato pero es que la cosa es más dramática de lo que parece.
Es vox pópuli que al mundo ya no le cabe un dólar más y que por esta causa la economía global está ad portas de sufrir el peor hundimiento del que se tenga conocimiento, incluso por encima del ocurrido durante el crack de 1929 en Norteamérica, y durante ese mismo decenio en la República de Weimar, Alemania, en donde nunca antes se había presentado una emisión de moneda más gigantesca que la actual. Allí, con el objeto de cumplir con sus cuotas de sanción impuestas por los aliados, especialmente por Francia, el gobierno alemán se dedicó a imprimir dinero de manera tan indiscriminada que una hogaza de pan costaba 4,6 trillones de marcos, los cuales eran transportados en carretillas por el comprador y depositados en el patio trasero de la panadería, a fin de ser quemados al anochecer; el salario era pagado dos veces por día, a las 12 m y a las 5 pm, debido a que en el interregno transcurrido entre el medio día y el atardecer ya el salario perdía su valor por causa de la inflación. Una auténtica locura que no tuvo un desenlace distinto que el de llevar a Hitler al poder para que frenara la inflación, desconociera la deuda de guerra y se deshiciera de los judíos, «presuntos culpables del desastre económico, según ellos». Pero esa es otra historia.
Por tanto, me referiré específicamente al momento en que EEUU, en su calidad de vencedor de la segunda guerra mundial, vio como una oportunidad que su moneda fuera tenida como patrón único de cambio en todas las transacciones que el resto del mundo debía efectuar, en una movida, por demás, genial y temeraria, pues eso suponía que, convirtiéndose en los únicos dueños de la divisa, tendrían que proveer al mundo entero de su moneda para que pudieran efectuar sus transacciones comerciales internacionales. Cosa que en principio no les pareció muy difícil dado que lo único que tuvieron que hacer fue ampliar y remodelar las bodegas de la FED y llenarlas de rotativas suficientes para producir billetes.
Para la época en que se le dio semejante regalo a EEUU, se acordó que pagaría al portador una onza de oro sólido por cada 35 dólares americanos, otorgándole al mundo una confianza tal que no había razón para rechazar la nueva política monetaria global, máxime si la experiencia había mostrado el colapso de Alemania durante el período de entreguerras. Aparte de que esa cotización se calculó con base en las enormes reservas de oro que poseía EEUU luego de haber recuperado las miles de toneladas de oro que Hitler había robado a todos los países de Europa durante «la ocupación». Salvo que, si bien la fuerza aliada devolvió a cada país parte de ese oro robado por los nazis, EEUU conservó parte de él, y para sí, la totalidad del oro no inventariado extraído de las dentaduras de los judíos, de sus joyas y en general de sus ahorros en metálico que conservaban como «seguro de supervivencia» frente a las persecuciones de que estaban siendo objeto.
Pero el cálculo no le salió tan bien a EEUU, dado que dentro de sus planes nunca se imaginaron que la guerra fría los embarcaría en dos grandes guerras más, la de Corea y la de Vietnam, que les haría imprimir más dinero del que inicialmente habían planeado, cosa que advirtieron algunos países como Francia que se «avispó» a cambiar sus dólares por oro sólido, antes de que su valor nominal cayera por causa de la superproducción de dinero.
Visto el colapso económico que se avecinaba, y el desabastecimiento de las reservas de oro si el resto de países del mundo hacía lo mismo que Francia, rápidamente Richard Nixon se movió, y en 1971 decretó que a partir de entonces el dólar americano no estaría respaldado por el oro sino por la confianza que EEUU representaba como gran potencia económica mundial que era.
El mundo calló y el «segundo gran diluvio universal» comenzó en forma de inundación de dólares, porque a partir de entonces las «máquinas rotativas» se multiplicaron por cientos gracias a la creciente política intervencionista de EEUU, que no le bastó solamente con vivir de su moneda sino de los recursos naturales de los demás países, hasta llegar al punto de querer controlarlo todo, incluida su política y forma de gobierno, obviamente no a un precio menor, además de su instinto mesiánico por convertirse en el conquistador del universo, embarcándose en los más costosos proyectos espaciales (a cambio de nada), y en una carrera armamentística que le garantizara su hegemonía mundial y lo ratificara como el único proveedor del dinero mundial, sin competencia aparente, debido a la creación de un sistema de control de operaciones bancarias llamado SWIFT, mediante el cual se le permitía a los países comprar y vender sus productos sin que fuera posible salirse del redil, usando como cerrojo «la democracia», esto es, que quien quisiera usar el sistema SWIFT sin ser castigado, debía practicar la democracia como sistema de gobierno en su respectivo país. Cosa que comenzaron a resentir algunos países, especialmente de Oriente Medio, cuyas tradiciones ancestrales empezaron a chocar con las que les quería imponer EEUU.
Entonces comenzaron los golpes de estado, que evolucionaron en primaveras árabes, y hoy, en revoluciones de colores, todas, tendientes a colocar gobiernos títeres afectos a las políticas económicas de EEUU, a la par con la aparición de guerrillas y disidencias en América Latina, y de terroristas y fundamentalistas en Oriente Medio. Todos, recordando y tratando de evitar la repetición de la historia de los espejitos canjeados por oro en la época de la conquista de América.
Y ahora, temerosos de que se dé un trasunto histórico, han venido entendiendo que los espejitos son los dólares, que el oro es oro y que la democracia se asemeja a la religión que trajeron los españoles para usarla como vehículo intimidatorio para apropiarse del oro. De ahí que hoy pocos crean en la democracia, más allá de una gran mayoría de inocentes que siguen convencidos de que las invasiones a países petroleros, y las guerras de hoy, se deben a la imperiosa necesidad de llevar al mundo entero a la democracia y a la defensa de los derechos humanos, y no a una política de saqueo, estilo conquista española.
Pero ha sido tan descontrolada la emisión de dinero fiat, y tanto el control sobre las naciones, que muchas de ellas, cansadas del excesivo intervencionismo, decidieron salirse del redil y comenzar a autodeterminarse, no sin recibir las retaliaciones correspondientes, consistentes en bloqueos económicos y comerciales que asfixiaron y tienen asfixiados a tantos países que prácticamente tienen bloqueado a medio mundo, llevando a la pobreza no sólo a esos países bloqueados sino a quienes negocien con ellos, provocando una especie de «despertar» en ciertos países considerados potencias y que, por tradición y antigüedad milenaria, consideraron que «cuando ellos usaban la pólvora y cocían sus alimentos con sal y especias, quienes los dominan, hasta ahora estaban descendiendo de las copas de los árboles»; empezando a construir, cada uno por separado, sus propias «arcas» para poder flotar sobre el diluvio que ven venir. Y para ello consideraron que la única forma de evitar el hundimiento en el mar de dinero fiat o dólares falsos, es deshacerse de él mediante la puesta en marcha de sus monedas locales respaldadas con oro (como en épocas pasadas), y así provocar la caída del dólar falso, desincentivando su uso, convenciendo al mundo de que una moneda sin respaldo no es más que un pedazo de papel tintado sin valor. Porque ¿quién no preferirá transar en monedas que tengan respaldo real, por encima de un dólar cuyo respaldo radica en la confianza que se tiene sobre quien lo emite? Nadie, porque si ese emisor no sólo es libre de inundar el mundo con su moneda, manipulando la inflación, sino que aparte de todo se arroga el derecho de sancionar a quienes considera, representan un peligro para ellos y sus políticas, ¿qué confianza podrían generar?, pues ninguna.
Y ese es el punto clave que tiene al dólar en su lecho de muerte, la caída de su único sostén: la confianza que se pone en picada cada vez que EEUU impone una sanción o bloquea a un país, impidiéndole su uso internacional, cuando la naturaleza jurídica de su internacionalización fue justamente lo contrario, permitir que lo usara el mundo entero como moneda de cambio para sus diferentes transacciones internacionales, y más ahora que ha quedado al descubierto que esa falsa democracia por la que han invadido naciones enteras se ha convertido en su némesis, porque nada de lo que hacen hoy se asemeja en un ápice al concepto de democracia.
Por eso hoy la mayoría de los países está huyendo del dólar, antes de que su devaluación arruine al mundo por completo, para lo cual, grandes potencias como China, Rusia e India han dedicado sus últimos años a incrementar sus reservas de oro, al tiempo que se están deshaciendo de los bonos del tesoro americano, a fin de posicionar nuevamente sus monedas locales para empezar a comerciar con ellas, a medida que, por causa de este fenómeno, el dólar es mirado con recelo por quienes saben que su cotización comenzará a descender a niveles tan dramáticos como lo sucedido en la Alemania de entreguerras, en donde el dinero terminó siendo usado para calentarse en las noches, quedándole como último recurso, para recuperar su hegemonía, el uso de su aparato militar con fines de destrucción total.
Y ese es el segundo diluvio que está viviendo la humanidad. Todos los países construyendo sus propias «arcas» económicas que les permita nadar sobre el inmenso mar de dólares falsos, mientras su dueño se ahoga en ellos luchando por apretar el botón rojo que le permita resarcir con misiles el daño que causó con su codicia.