Por: Ramon Garcia Piment y Claudia Patricia Romero.
“Un dulce tabú” se siente cuando se descubre un pasado, que puede ser tan suave como tan tormentoso. Llega un momento en la vida en el que los seres humanos procuran buscar una referencia al pasado lejano, hacia la indagación de sus orígenes, a descubrir quizás, que la vida es un círculo.
Casi todos tenemos referencia de nuestros padres y abuelos, algunos afortunados han alcanzado a conocer a sus bisabuelos y escasamente a los tatarabuelos. De ellos, se tiene claro que ha pasado una transferencia cultural, un legado cromosómico y memético, costumbres, tradiciones, religión, herencias gastronómicas y hasta dichos y malos hábitos. De acuerdo con la cercanía o rechazo, estos patrones pueden llevarse con orgullo o con perjuicio.
En algunos casos la religión puede apoyar a sus fieles en la búsqueda de sus ancestros para conseguir un pasado común y procedencia, de esa manera, colaboran en la unión eterna de las familias, que consiguen a través de ritos acompañados de investigaciones y de recopilación de información que permita la reconstrucción de historias familiares. Ese es el caso de la Iglesia de Jesucristo de los últimos días, más conocidos como los mormones, quienes desde hace más de 130 años se han dedicado a recoger por más de cien países del mundo, datos genealógicos a través de registros de nacimiento, certificados de matrimonio y defunción, testamentos, registros de tierras, censos, registros portuarios, registros parroquiales, archivos históricos y cementerios. La cantidad de datos genealógicos obtenidos se ha considerado como la mayor información mundial de genealogía, la cual es manejada a través de la organización Family Searh, que tiene en Utah, EE UU, que conserva al interior de una montaña de granito, las bóvedas con el data center de casi todos los seres que han habitado este mundo en los últimos 300 años.
Motivos diferentes han suscitado un reciente frenesí por descubrir los nexos genealógicos españoles sefardíes, principalmente en las regiones: latinoamericana, otomana e israelí, luego de la promulgación de la Ley 12 de 2015, dictada por el parlamento español, que busca compensar la expulsión de ciudadanos sefardíes de España en 1492, otorgándole la nacionalidad española a quienes lo deseen a través de dicha ley de vigencia temporal que finalizó el 1 octubre de 2019 y que incluía a más de 50.000 judíos residentes en España. Esta mirada anti-semitista, no solo protege a la comunidad judía dispersa por el mundo luego de las conocidas diásporas, sino que hizo un llamado a la búsqueda de los orígenes de muchos ciudadanos mundiales, que han perdido no solo el hilo de sus ascendentes, sino también sus creencias e identidad.
España, madre patria de América, trajo junto con la conquista, no solo la inclusión del idioma, y profesión de la religión católica inducida en las misiones, sino también aportó cientos de mudéjares (moros), y judíos (sefardíes) cargados de identidades difusas disfrazadas de catolicismos criptojudaizados, cuyos ritos eran considerados como herejías, pues esos ritos confabularon como respuesta, el concepto de inquisición.
Para los americanos, quienes llegaban de España eran considerados españoles sin distinción alguna, por lo que la fusión de razas y de culturas permitió una mixtura tal que logró borrar la huella de sus orígenes. Muchos estudios han identificado algunos hilos que permiten recomponer piezas de este rompecabezas inmenso. Allí es donde aparecen los conectores como respuestas a nuestras maneras de ser y que nos permiten conocernos un poco más.
Lejos de saber de buena tinta nuestro origen sefardí o no, dado inicialmente por los análisis patronímicos de los apellidos, que era costumbre judía para españolizar su identidad, buscaban una relación de los apellidos con los trabajos desarrollados (Guerrero, Tinajero, Barbero, Zapatero, Ferrer, Ballesteros), sus cualidades físicas (Calvo, Cano, Pardo, Moreno), sus lugares de residencia (Roca, Rios, Romero, Montes, Plazas, Rosas, Flores, Calle), las toponimias (Ávila, Córdova, Villavicencio, Quiroz, Zamora, Lugo, Santander, Salamanca), o simplemente su nombre (Sancho a Sánchez, Gonzalo a González, Ramiro a Ramírez), los procesos masivos de indagación ancestral convirtieron en una torre de babel los análisis de arboles genealógicos, tratando de llegar a una generación que enlazara nuestro presente con ese momento vivido antes del Edicto de Granada que expulsara a los judíos de España.
A partir de esa diáspora pentacentenaria se inició el largo viaje de todo un pueblo hacia el olvido de su identidad. El propósito de preservar sus vidas hizo que olvidaran la lengua hebrea y hasta la forma de leer las inscripciones de las tumbas y los rollos del Torá, como sucedió con la historia de la familia Santandereana Méndez- Pinto contada por Enrique Serrano en su novela “Donde no te conozcan”.
Muchos expulsados viajaron hacia Holanda, Inglaterra y Alemania, a fundirse con los Azquenazis o judíos llegados esa región milenios atrás. Algunos peregrinos viajaron hacia Portugal, donde inicialmente no había restricciones religiosas bajo el reinado de Juan II, pero luego de su fallecimiento y la coronación del Rey Manuel I, enamorado de la hija de los Reyes de España, decide expulsar a los infieles de su territorio portugués, a manera de presente con su futura esposa.
“Desde entonces y durante siglos, nadie se sentía plenamente libre y seguro en los campos y las ciudades de las Españas, pues temían que algún remoto antepasado comprometiese su nombre o el de los suyos o que al contraer matrimonio con su amada, estuviese heredando sin quererlo la desdicha y el encono que truncan los destinos de los hombres.” Dónde no Te Conozcan, Enrique Serrano
Las múltiples expulsiones y exterminio seguramente crearon en ellos un “sentido del dolor”. Los antiguos hebreos, acusados de haber matado a Jesucristo, de ser “marranos” de las tradiciones cristianas, tenían un dolor en su alma al no poder cumplir con las leyes mosaicas en donde se les indicaba que solo en el templo de Israel se podía adorar a Dios. Si perdían el templo, solo ganaban el abandono de su fe, lo que los llevó a lamentarse profundamente, lloraron sentándose en tierras extranjeras, colgaron las cítaras, se alejaron de los rabinos, quedándose sin Dios y sin sentido en la historia.
Fue en ese momento en el que sucedió lo que no explican los libros de historia, las investigaciones ni los estudios judaicos, lo que solo se conoce desde la fe judeo- cristiana fundida. De manera sistémica, holística e indescifrable reaccionaron los errantes, encontrando un sentido a lo ocurrido, transformaron el dolor en un proceso de purificación y de esperanza, transmutaron el abandono en incapacidad, convirtiendo sus quejas en acciones. Cuando concatenaron sus historias, sintieron que allí estaba Dios, en cada paso de su milenaria tradición. Encontraron que podían unirse (en Aljamas) para orar, crecer, amarse, apoyarse unos a otros, es así como empezaron a trabajar en su obra, olvidando su exilio permanente.
Con base en las habilidades que los caracterizaba como seres cultos, laboriosos, ahorrativos innovadores y asertivos para los negocios, y de sus acciones, surgió un intrincado esquema de comunicación oculta que creó unas invisibles pero efectivas redes comerciales en cada uno de los puertos europeos. Aprendieron a tener bajo perfil, a ser clandestinos dentro de los clandestinos, según lo explica Ricardo Escobar Quevedo. Adicionalmente se preocuparon por no dejar rastro que develara sus orígenes judíos en España o Portugal, por ocultarse de la amenaza de los tribunales de la Inquisición.
Ya en América establecieron sus redes de comunicación, intercambios, desplazamiento y comercio que resultaron efectivas ante las instituciones de control inquisidoras coloniales. La magia de la trasmisión cultural la tenían las mujeres, quienes se encargaron de enseñar las prácticas religiosas a las generaciones siguientes a manera de preservación identitaria por tradición oral y sigilosa. Sin embargo, se mimetizaron tanto entre las montañas y selvas, entre los puertos y pueblos lejanos, que sin pensarlo se disolvieron con la cultura aprendida, con el idioma español, y con la asimilación al catolicismo (de acuerdo con las investigaciones de Adelaida Sourdis Nájera).
Sin embargo, los hilos conductores de los primeros españoles sefardíes calaron en estas tierras. Los sefardíes invisibles pusieron nombres recordatorios de su estirpe a las regiones conquistadas como el caso del español de raíz sefardí Gonzalo Jiménez de Quesada quien fundó una población sobre el Rio Magdalena cercana a Barrancabermeja con el nombre de Torá, como homenaje a su sangre oculta. Historias similares suceden posteriormente con regiones como Antioquia, conquistada por el Mariscal sefardí Jorge Robledo u otros territorios y poblaciones posteriores, como es el caso de Armenia.
La independencia de Colombia marcó un nuevo aire a los colonos, convirtiendo el territorio en un lugar ideal para visibilizarse sin miedo a represiones. El correo de curazao, proclamado por Simón Bolívar, autorizaba a los miembros de la nación hebrea a establecerse en los puertos de Colombia gozando de libertad religiosa, lo que permitió la llegada de las Antillas de extranjeros comerciantes sin aparente credo religioso, quienes se asentaron principalmente en poblaciones de la costa norte sin que les afectaran las guerras civiles bipartidistas del siglo XIX, pues estaban acostumbrados a lidiar con su identidad. Es así como la Ciudad Fenicia (Barranquilla), empezó a brillar en prosperidad con el advenimiento de los Álvarez – Correa, Cortissoz, Curiel, De la Rosa, Dovale, Del Valle, De Sola, Gómez- Casserez, Heilbrón, Henríquez, Isaacs, Jerusum, Juliao, Jimeno, López Penha, Pardo, Pereira, Osorio, Rois, Méndez, Salas Salzedo, Senior y Sourdis. A finales del Siglo XIX se vivió en Bogotá una explosión de prosperidad empresarial similar a la costera, de la mano de otros judíos llegados a la Capital, algunos de origen asquenazí, quienes incursionaron con sociedades y empresas innovadoras, como Leo Kopp, Rubén Possín y José Eidelman, entre otros. Estos últimos lograron proyectar y llevar a cabo proyectos inmobiliarios conocidos como los tradicionales barrios Marly y Veinte de Julio o el increíble proyecto urbano conocido inicialmente como “urbanización la Paz”, propuesta en 1919 y cambiado su nombre en homenaje al centenario de la independencia como el actual Barrio Siete de Agosto. Allí, según nos cuenta Enrique Martínez Ruiz, Possín construye su hogar marcado con el símbolo de la estrella de David y llamado Quinta Sión.
Empresas de aviación como Scadta (hoy Avianca), Cervecería de Barranquilla, con los productos: Gallo Fino, Escudo, San Nicolás o Águila, Cervecería de Colombia (Águila), con productos como La Pola, cuyo nombre se convirtió en el mote genérico para denominar la cerveza en el país; clubes de comercio, acueductos, empresas navieras, y constructoras de ferrocarriles, son marcas que representan nuestra identidad, tenacidad, perseverancia, convicción y esperanza.
Algunos ritos quedaron marcados en regiones como en el Norte de Santander en donde se encuentra la tradición católico- cultural de consumir el jueves santo: los siete potajes, que tienen relación directa con el plato de Séder de Pésaj. O el encontrar el pan ácimo en nuestras panaderías.
Sin miedo a interpretaciones desemejantes, se fueron mimetizando las tradiciones olvidadas y fundidas con lo que hoy es la identidad que nos encarna, desde la idiosincrasia que es tan difícil de caracterizar entre tanta diversidad, sentimos nuestras las empanadas, las albóndigas, el mazapán y el cabrito asado. Ya no sentimos diferencias en la mixtura entre judíos, moros, españoles, o indígenas, pues nos heredaron su afición por el conocimiento, el territorio, la mística, las artes, el orgullo, el poder, el saludo y la malicia. todas ellas, conspirando en nuestro ser, contra el olvido.