MEMORIA DEL MUSEO ARQUEOLOGICO DE PASCA. Por Jaime Garzón López
Frank Lloyd Wright decía que un “arquitecto debe ser un profeta… un profeta en el verdadero sentido del término… si no puede ver por lo menos diez años hacia adelante, no lo llamen arquitecto”. Esa mirada visionaría fue la que me llamó la atención del arquitecto Jaime Garzón López, quien hacía 1994 me dictó algunas…
Frank Lloyd Wright decía que un “arquitecto debe ser un profeta… un profeta en el verdadero sentido del término… si no puede ver por lo menos diez años hacia adelante, no lo llamen arquitecto”. Esa mirada visionaría fue la que me llamó la atención del arquitecto Jaime Garzón López, quien hacía 1994 me dictó algunas clases que marcarían la vida profesional y espiritual en mi. Allí conocí el concepto de un verdadero Maestro, que más que docencia o cátedra, nos guiaba hacia la propósito que tenemos todos en la vida, quien a la vez nos mostraba esa mirada que menciona Frank Lloyd Wright: un profeta. Hoy tengo la fortuna de poder llevarlos a las líneas del Arquitecto, profesor y amigo, Jaime Garzón López, quien ha construido, diseñado, soñado y vivido a cabalidad y ha llevado el oficio de la arquitectura unida con la vivencia de nuestro país, tan lleno de contrastes. Hoy nos cuenta la historia del génesis del Museo arqueológico de Pasca (Cundinamarca), un museo cuya historia oficial ubica su creación hace 50 años, cuando en realidad las ideas gestoras fueron anteriores. El arquitecto Garzón nos lleva por el camino del origen desconocido de un museo lleno de historias por contar, que merece conspirar contra el olvido.
Ramón García Piment
Por: Jaime Garzón López
Con motivo de la celebración de los 50 años del Museo Arqueológico de Pasca, Cundinamarca, con gusto me dedico a escribir esta nota. El día del lanzamiento del libro sobre el uso de la guadua como material de edificaciones, elaborado por la arquitecta Jenny Varinia Garzón Caicedo, hija de Angelino Garzón, quien fue una de mis numerosas discípulas y aquel Vicepresidente de Colombia en 2010, nos recordó a los asistentes al acto, que un “pueblo sin memoria es un pueblo sin historia”. Y Octavio Arismendi Posada quien fue ministro de educación en 1968 me recordó que “un pueblo sin político se lo lleva el diablo”.
El autor de este artículo, Jaime Ricardo Garzón López, cree que con su nacimiento en Bogotá contribuyó, para sus familiares, al cese de la Segunda Guerra Mundial. Llegué a este mundo cuando los fanáticos Stalin y Hitler gobernaban Rusia y Alemania, causando espantosos estragos en el mundo. El Papa de ese momento era Pio XII –Eugenio Pachelli- y aún no existía el Dogma de la Asunción de la Virgen. La Casa de Nariño, en nuestra querida Colombia, la ocupaba Alfonso López Pumarejo; y las petroleras Shell y Esso ya extraían este capital fósil de nuestro suelo. Todo lo anterior para ubicar al lector en la edad del autor de la presente reseña histórica.
En el año 1970, siendo ya arquitecto graduado de la Universidad Nacional de Colombia, e interventor en la Caja de Vivienda Popular, conocí al sacerdote Cipriano Rodríguez Santamaría, quien en el año 1982 fue capellán del Palacio de Nariño en el gobierno de Belisario Betancourt, y quien se presentaba en las reuniones del alto gobierno junto con los otros ministros como -Ministro de Dios-. Este sacerdote fue quien me puso en contacto con su pariente, el padre Jaime Hincapié Santamaría, párroco de la población de Pasca, Cundinamarca; y me motivó para que lo visitara y le ayudara a concretar la idea de un Museo. Me interesé por el tema, sin tener ni idea, en qué lugar y cómo llegar al poblado donde éste sacerdote vivía.
Luego de averiguar su localización, en la cordillera oriental en el Páramo de Sumapaz al sur de Bogotá, partiendo hacia el oriente desde el poblado muisca de Fusagasugá, en compañía de mi hermana Pilar y el joven aprendiz de arquitectura, Gonzalo Castro Vergára, nos dirigimos a la aventura de conocer -siempre y en todo momento- disfrutando de la vida y su entorno, con el propósito de aprender historia y geografía y con el temor de encontrarnos al importante líder de la izquierda política, Juan de la Cruz Varela, quien a sus anchas cabalgaba por esta región, y quien en algunas ocasiones, nos contó el mismo padre Jaime Hincapié S., se había entrevistado con él acordando respetarse mutuamente. Después de salir de Fusagasugá, por una carretera veredal muy angosta, pero firme por la composición del suelo, en un bus intermunicipal, que cubría esta ruta -en días y horas fijos- llegamos caminando por una trocha ya que la “vieja flota” se descompuso y se varó.
Nos encontramos con un viejo poblado pintoresco, construido sobre muchas piedras grandes en un plano inclinado compuesto por la plaza principal, la iglesia grande en piedra y casas a su alrededor con tiendas y muy pocos habitantes. Las calles eran empedradas y la casa cural ocupaba la manzana principal con una bella vista al horizonte, y cumpliendo con el trazado urbano español de la mayoría de nuestros pueblos coloniales.
Los caminos eran transitados por mulas y caballos enjalmados que dejaban el rastro de sus cascos por donde luego las personas se movían a pie, trazos que se perdían a pocas cuadras de la plaza principal y se internaban en el bosque denso de árboles grandes, muchos caídos que impedían el paso de los exploradores o colonos que habitaban el lugar, donde se sentía verdadera soledad.
Pasca tiene un clima frío pero muy agradable y su día de mercado en la plaza principal era concurrido; y bajo toldos sobre catres de lona los campesinos comerciantes ofrecían toda clase de frutas, comidas y baratijas de utilidad para la vida diaria. Ese día aparecían varios jeeps que acarreaban mercados y pobladores vecinos, como sigue siendo costumbre hoy en día.
Conocí al sacerdote Hincapié con un cigarrillo en sus labios. La primera noche nos invitó a salir al patio de su casa y luego al centro de la plaza principal para mirar al cielo; un cielo limpio y estrellado donde se observaban las “Tres Marías” indicando el norte. Nos habló del cometa Halley, de la estrella de oriente, la estrella de Belén; nos habló del trópico de Cáncer y del trópico de Capricornio, de la importancia del 21 de junio y el 21 de diciembre. Observé inmediatamente que era un estudioso de la Astronomía.
Con prudencia y mucha confianza me invitó a conocer su biblioteca y luego de enseñarme, muchas hachas en piedra talladas por los muiscas o chibchas y algunos libros de historia, se dirigió a uno en especial, un libro grueso -aún debe existir- y de su interior extrajo una pieza precolombina al parecer de tumbaga, una pequeña balsa apoyada sobre una gruesa empuñadura del mismo material; él había cortado las hojas interiores del libro formando un cajón del tamaño de la pieza, de la cual conservo una fotografía que le tomé, donde aparece mi discípulo Gonzalo Castro Vergara comparando el tamaño de este tunjo con su mano. Comprendí, inmediatamente la confianza que el Padre Hincapié depositó en mí y me era imposible borrar de mi mente, la gran cantidad de material que ameritaba ser expuesto. Los campesinos siempre fueron fieles al sacerdote y le llevaban, desde 1968 lo que encontraban en el suelo cuando estaban preparando la tierra para cultivarla.
Y por qué protegía estos tunjos, con tanto celo?
La historia era sencilla y a la vez mostraba una situación difícil –que aún hoy se vive en muchas regiones- “en el arca abierta el justo peca”. Alguna persona que él hospedaba en su casa, como buen cumplidor de las obras de misericordia, y también las andanzas de personas por los lados altos de la cordillera, le despertaron la alarma.
Cuba en 1959 fue asaltada, y aún sigue bajo el régimen tirano de los hermanos Castro Ruiz, asunto muy difícil de comprender a la luz de la verdad conocida e ignorada por el mundo occidental; y un caballito de batalla en la campaña presidencial en los EE UU, fue la situación política latinoamericana, y el presidente elegido en el año 1961, John F. Kennedy, quien disputó la presidencia con Lyndon B. Johnson, creó la Alianza para el Progreso y producto de esta alianza, alrededor de nuestro hipódromo de Techo en Bogotá, surgió el populoso barrio Kennedy; y, en las universidades norteamericanas creó los famosos Cuerpos de Paz que eran universitarios, desde luego aventureros en su mayoría, que viajaron a “enseñar” desde Ghana en el África hasta Pasca en Latinoamérica. Algunos de estos ejercieron, sin criterio claro, como coleccionistas de artesanías, incluidas las piezas de barro, tumbaga y oro. Y uno de estos cuerpos de paz, después de ser huésped en la casa cural del padre Hincapié, desapareció sin dejar huella, por la misma época, 1969, en que apareció la famosa balsa de oro cuando un campesino, labrando la tierra, la encontró y hoy se exhibe en el Museo del Oro de Bogotá, y su imagen se puede ver en el billete de dos mil pesos del año 1972.
Entonces, hablamos de la necesidad de proteger estos tesoros pero a la vez exhibirlos para mostrar su valor patrimonial y que Pasca apropiara lo suyo, su pasado. Y que más adelante fuera un centro de atracción cultural y turística con la debida seguridad. Hoy veo claramente que el padre Hincapié fue un visionario. Sin más preámbulos pasamos a buscar en qué parte de la casa y cómo exponer estas piezas clasificadas por Consuelo Cortés Castillo, no sé nada de ella hoy, y Luisa Fernanda Herrera, quien en 1976 descubrió, junto con otros profesionales, Buritaca 200, Ciudad Perdida en la Sierra Nevada de Santa Marta, quienes eran estudiantes del profesor Álvaro Chávez Mendoza de la Universidad de los Andes; ellas, recuerdo, trabajaban con intensidad sobre el pasado y el futuro -quizás sin mucha conciencia de lo que es hoy el museo-. Así nació la primera edificación para el museo, que fue la semilla o primera piedra en el año 1970.; con las limosnas y los recursos propios del padre Hincapié y el trabajo desinteresado del arquitecto que escribe estas líneas, y del entusiasmo y dedicación de su discípulo Gonzalo Castro Vergara, con quien asumí la parte arquitectónica del Museo.
La edificación se comenzó en el solar de la casa cural junto a un gran escenario cubierto. Allí había unas dependencias abandonadas construidas con bloques de adobe; eran muros bastante gruesos y sobre estos descansaban las vigas de la cubierta que era teja colonial soportada por varas de fibra vegetal. Esta primera edificación se demolió porque al quitar los tirantes de las vigas de cubierta, para darle mayor altura al espacio, los muros perdieron su estabilidad. En estos viejos muros hicimos unos nichos adintelados con madera y protegidos con vidrios de buen espesor y con buena iluminación -bombillos incandescentes de la época- donde se colocaron las primeras piezas, y también en unas mesas centradas en las salas.
Este primer espacio arquitectónico se componía de dos salas en un área no mayor a 60 metros cuadrados, con diferente altura interior en los pisos, pero conservando la altura de la cubierta de la casa cural; le dejamos solo dos puertas de madera gruesa con buenos herrajes de hierro, una banca exterior en mampostería adosada a la pared y terminada en ladrillo, le daba importancia a la entrada que tan solo tenía 2,20 metros de alto por 1 metro de ancho; y otra puerta al interior que comunicaba con el solar de la casa y el despacho parroquial: “la puerta de atrás”.
Era una verdadera pieza pequeña de arquitectura colonial. Recuerdo que sobre una tabla y con un lazo en letra cursiva escribimos “Museo de Pasca”. Ya por esos años Tránsito Soacha, trabajaba con el Padre JHS, -iniciales que siempre me llamaron la atención- ella a horas fijas en la tarde, abría el museo para los estudiantes y vecinos; y por “la puerta de atrás” a quienes le pedían visitarlo ocasionalmente; recuerdo haber cruzado “la puerta de atrás” muchísimas veces en compañía de amigos y curiosos. En esta primera edificación se expusieron muchas hachas y algunas piezas de barro y orfebrería y otros objetos antiguos que hoy se pueden apreciar en el nuevo museo.
Así transcurrieron los años 1970 y 1971. Luego la historia, origen o semilla de la existencia del Museo Arqueológico de Pasca; en honor a la verdad, es superior a los 50 años celebrados el pasado 14 de abril de 2023.
Más tarde mi colega, el arquitecto Luis Alfonso Pérez Gómez, retomó el tema, quien con la ayuda económica de la Gobernación de Cundinamarca, logró un nuevo edificio respetando el estilo del poblado. Muchas felicitaciones a los habitantes del Municipio de PASCA y recordaré siempre, con especial afecto, al Sacerdote JAIME HINCAPIÉ SANTAMARÍA.
Arquitecto de la Universidad Nacional de Colombia, magister en Conservación del Patrimonio Cultural Inmueble y masgister en Construcción. CEO de la Fundación “Forjadores de Identidad”, organización encargada de conservar, promover y difundir el patrimonio cultural colombiano. Recuperador del patrimonio documental en algunas de las instituciones más antiguas de Colombia. Docente universitario en la Pontifica Universidad Javeriana y en la Universidad Nacional de Colombia. Apoyó a la Universidad Libre en la conmemoración del primer centenario de su fundación a través del programa Centenario, logrando la consolidación del Archivo histórico y de espacios de estructuración de memoria como el Sistema de Patrimonio Cultural. Ha trabajado en el Archivo General de la Nación- Sub dirección de Gestión del Patrimonio Documental. Fue director de la Oficina Nacional de Gestión y Patrimonio Documental de la Universidad Nacional de Colombia. Se desempeñó como secretario del Comité Nacional de Gestión y Patrimonio Documental de la institución, y del Comité Nacional de Archivos de instituciones de educación superior del país. Fue director de los programas radiales “Pioneros del Saber” y “Gestores del Saber”. Es consultor en gestión y patrimonio documental diversas instituciones del país. Ha escrito múltiples artículos sobre la recuperación gestión y construcción de políticas para la preservación de la memoria documental del país.
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