Por: Ramón García Piment y Claudia Patricia Romero
Se dice que Dios vive en un eterno presente, y ese recuerdo lo tenemos a través de la inspiración de Leonor Muñoz o “Cebollita”. Ella fue quien nos presentó a Camilo Torres Restrepo, sacerdote que falleciera hace más de 50 años, pero, ella también fue quien lo traería a nuestro presente. Su figura perpetró en nuestras vivencias, cual si fuéramos eternos amigos. Su memoria trascendió el tiempo y sentimos así la espontaneidad y franqueza de ese hombre, quien se hizo libre y, porque no, nos hizo libres.
El día que nos conocimos con Leonor Muñoz de Correal, recorrimos juntos la finca en Cota (Cundinamarca), en donde mostraba con orgullo sus plantaciones. Su aspecto de fragilidad, con una mirada dulce, pero con templanza de espíritu denotaba en ella que su sosiego actual había sido pulido con mucha sensibilidad y enormes presiones, como cuando se pule una gema para que pueda brillar. El recorrido de su vida no fue fácil. Cebollita guardaba en su pensamiento aquella mañana en la que había ido a esa misa de las siete de la mañana, hace ya 52 años. Era una alborada fría y llena de soledad a pesar de la asistencia de algunas almas en el templo. La voz retumbante del sacerdote de voz ronca y queda, llena de tristeza, miedo y angustia, sobresalía por encima de las lecturas bíblicas. Solo ella sabía que aquella misa descifraba la despedida de la forma en la que Camilo había creído que se transformaban las realidades.
Leonor guardaba la esperanza en que hubiera una salida a esa estratagema de oposiciones y ataques que se dan cuando alguien quiere hacer lo que nadie se atreve. No entendía porque la bandera del amor eficaz y de la teología de la liberación generaba tanto escozor en la sociedad, en la iglesia y en la vida misma. Ellos creían en ideales y soñaban utopías, estaban llenos de inocencia. Sin embargo, sabían que cuando no hay soluciones se deben buscar estrategias. Por eso Leonor Muñoz pudo advertir, cómo su confesor, líder espiritual, amigo de infancia y su ejemplo a seguir, tomaba una desafortunada decisión al quitarse su hábito luego de aquella inolvidable y penosa misa, y con lágrimas en los ojos, aquel sacerdote entregaba sus dos tesoros a su entrañable amiga: su hábito y el cuidado de su madre: Isabel Restrepo, mientras él emprendía un viaje sin retorno.
Los sucesos que llevaron a esa determinación iniciaron desde el mismo momento en el que Camilo no quiso seguir el rumbo de su padre, Calixto Torres, quien era el más afamado pediatra de Bogotá. Si hubiera seguido esa vida, hubiera tenido una existencia llena de comodidades. Sin embargo, Camilo experimentó su primera rebeldía. Lleno de vitalidad y determinación, logró superar sus propios gustos por la música llanera, la gastronomía exquisita: su pasión por los riñones al jerez. Pudo más el llamado por el prójimo, por las necesidades de los pobres, por el llamado interno que lo llevó desde su infancia a conmoverse con la cruz del otro. Fue así, como Camilo Torres Restrepo se inclinó hacia la vocación sacerdotal guiado por el ejemplo de Jesús.
Esos pasos los había seguido Cebollita, quien vio la transformación de un joven galante, bohemio, amante de la vida, hacia el camino espiritual. A pesar de ello, percibió cómo Camilo nunca dejó su esencia, por eso, lo acompañó en sus salidas hacia la junta de acción comunal de Tunjuelito y la entrega de mercados, y apoyo en trabajos comunitarios. También sintió el afán de su atención por lo social y su dolor por las injusticias. Advirtió cómo inició el impulso de opción preferencial por los pobres, aprendida en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), sintió los seguimientos y amenazas, los ataques de grupos represores y la posición de Camilo con esos embates. Notaba cómo lo seguían en sus recorridos en su moto Vespa. Se angustiaba cuando lo amenazaban o incluso, la vez en la que le dispararon a la ventana del apartamento de su madre en una de sus visitas.
La cadena de presiones inició desde el momento mismo en el que creó, junto con Orlando Fals Borda, la carrera de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia, en donde imaginó que a través de la academia se podía cambiar la sociedad. “Aborrecía Camilo la sociología congelada, matemática, ajena al compromiso con la realidad que se trata de analizar. Quería una ciencia social comprometida con los hombres, encarnada en la realidad, aterrizada en un sitio concreto.” Como lo expresaba Teófilo Escribano, en un artículo del tiempo en 1971 titulado: Camilo Torres cinco años después.
Poco a poco se fueron diezmando sus acciones, cerrando sus círculos, evitando su contacto con sus amigos y sus allegados. Trataron de acallar sus reuniones, sus encuentros, en donde agrupaba multitudes de simpatizantes y de curiosos que querían escuchar a un sacerdote que hablaba diferente a lo que acostumbraban a predicar sus coterráneos. Surgieron múltiples enemigos, visibles e invisibles. “Camilo era un viento nuevo, un aire fresco sobre la herida infectada de la injusticia social que continuaba comiéndose todo el cuerpo, bello, pero ajeno, de Colombia.” como lo indicó Fernando Soto Aparicio en su libro “La Siembra de Camilo”.
Aquella mañana marcó en Leonor un cambio radical en la forma de ver la realidad de la vida, la crueldad, y el desespero humano en la búsqueda de cambios sociales que sobrepasan al individuo hacia aspiraciones idealistas de una sociedad política. Sus lágrimas de dolor y angustia le hicieron ganarse el mote de Cebollita. A partir de allí, inició un viacrucis al hacerse responsable de la imagen y vocería de Camilo, pues la posterior y precipitada muerte de su amigo la llevó a asumir la administración de lo que quedó de él y de su familia que tuvo que salir exiliada del país, dejándole a Leonor el encargo de representar a la familia.
La lucha por conocer el lugar de sepultura de su cuerpo la llevó a entrevistarse con militares y agencias del Estado colombiano, quienes sistemáticamente ocultaron su posición y se llevaron el secreto de sus restos hasta la tumba, como fue el caso del primo de Camilo, quien irónicamente fue su propio verdugo: Álvaro Valencia Tovar. La tildaron de colaboradora de comunistas. A manera de María Magdalena, fue reconstruyendo los trozos de identidad perdida y de archivos personales que mezclaban lo espiritual con lo social, lo sagrado y lo profano. Los fue introduciendo en un crisol de la historia oculta, y allí, en silencio y soledad, esperó el momento propicio para limpiar la imagen curtida de su amigo estigmatizado.
En el camino de la vida, conoció las otras facetas de los que quedaron en el mundo. Algunos profanaron sus ideales y los llevaron a la radicalización de ideas, otros se vanagloriaron de haberlo conocido y se creyeron con el derecho de ondear sus banderas. Hubo quienes hicieron biografías de personajes irreales, mártires, héroes y demonios, todos con un solo nombre: Camilo. Hubo quienes lo quisieron mantener vivo en el espíritu de quienes no lo conocieron. Así crearon un mito de un ser lejano, salvador o villano, completamente ajeno al Camilo que Ella conoció.
Estos embates menoscabaron su corazón y alma, crearon en Leonor una serie de capas que la protegían de la desconfianza en la sociedad, el sistema y la amistad. Conoció de la hipocresía, la deslealtad, la arrogancia y el desprecio del ser humano por el caído. Se desencadenó una larga tormenta que duraría más de 40 años, cargados de la violencia que tanto ha atormentado a nuestro país. La radicalización de ideales polarizó la sociedad, llevándola a un nivel en el que no se tolera el pensamiento ajeno.
El año 2009 fue el inicio de un despertar lento sobre lo que quedaba de aquel personaje que se hundía en el olvido de las generaciones futuras. Luego de un proceso de reconocimiento y restablecimiento de la confianza en la institucionalidad, Leonor decidió donar la imagen terrenal de un recuerdo sacro, fue así, como la Universidad Nacional de Colombia, a través de su archivo histórico, decidió reconocer de manera institucional la multifacética trayectoria de Camilo, recibiendo las sotanas del sacerdote, como un símbolo de comunión entre la academia, la historia, la diversidad, el respeto y la memoria.
El crisol se abrió y consintió mostrar su contenido. la promesa de realizar una exposición documental que permitiera exhibir la integralidad de un ser que tocó el bien y el mal, la revolución y la evolución, nos permitió ver la magnitud de su obra y forjó en nosotros un compromiso personal, utópico e ineludible que pudo cristalizarse en el 2016, en el marco de la conmemoración de los 50 años del fallecimiento de Camilo Torres, a través del impulso del profesor Ramón Fayad y su Centro de Pensamiento sobre el enigmático personaje, se obtuvo una exposición en el nuevo edificio del Archivo Histórico.
Para la exhibición: “Camilo, Pensamiento y Acción”, se convocaron a docentes de varias áreas del conocimiento en torno a la contextualización de esa intrincada manera de ver la vida, dando como resultado un análisis de su pensamiento en tres ejes: El universitario, el investigador y el organizador social. La magnífica curaduría de William López logró revelar todas las caras de la moneda. De manera franca, Leonor pudo soltar su cincuentenaria carga. El peso de las ideas ahora lo lleva el patrimonio de un país convulsionado, querido y odiado.
Leonor sintió la levedad del deber cumplido. De manera generosa nos regaló una dulce sonrisa llena de gratitud y de un verdadero amor eficaz. Nos mostró que la brillantez del alma está en lo sencillo, en dejarnos conmover por la reconciliación, por el perdón. Como no olvidar la mirada de nuestra querida Leonor, esa mirada bañada de nostalgia, pero también de fe inmutable en darnos a conocer al verdadero Camilo Torres.
Lo logramos Leonor. Hoy la recordamos reviviendo ese eterno presente que anhelamos tener en la presencia de la divinidad. Paz en su tumba. Leonor murió el pasado 6 de octubre de 2018 en su casa, tranquila, de la mano de sus hijos: Camilo y Juan. Mirando al infinito con aquella inolvidable expresión.
“Recordar a Camilo no es hacer un homenaje frívolo o formal a una personalidad que clasificó para los libros de historia patria. Recordarlo es arriesgarse a ser nuevamente desgarrado y desestabilizado por sus interpelaciones. Recordarlo no es confrontarse con un personaje, ni con un amigo, ni siquiera con el caudillo de las propias simpatías. Recordarlo es confrontarse con la historia, con la idea de humanidad que tenemos, con el sentido y el valor de nuestras propias vidas.” (Javier Giraldo M., S.J. Evocación de Camilo Torres. Págs. 62-63)