Soviet KGB

Por: Tomás Francisco Flórez Romero

Internacionalista y jurista en formación en la Escuela Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Tomás nos guía en un fascinante viaje a través del tiempo, explorando los hilos del poder, la seguridad y el autoritarismo. Con una prosa magistral, nos adentra en las entrañas del aparato de seguridad soviético y ruso: desde su pasado imponente, pasando por un presente incierto, hasta proyectar posibles escenarios futuros. Tomás Francisco es un ciudadano del mundo, formado para liderar. Y, sin duda, en un futuro cercano, estará llamado a gobernar.

El título de este artículo tiene una vasta profundidad política y social. ПЕРЕМЕН! o Хочу перемен! en ruso significa cambios o queremos cambios, así llevo por título una de las canciones insignias del grupo de post-punk y rock soviético -Кино-. Esta canción ha sido acreditada a numerosas causas en contra de los vastos sistemas autoritarios. Como ejemplo muy breve, tuvo protagonismo en el intento de golpe de estado a Mijaíl Gorbachov en 1991, la crisis constitucional rusa de 1993, cantada por opositores de Putin en Moscú en 2011 y no menos importante durante el Euromaidán de 2013 en Ucrania. Esta canción sigue siendo un himno de esperanza y lucha contra el totalitarismo.

Desde el Kremlin hasta los vastos llanos de Ucrania; del desierto abrasador que envuelve el aeródromo de Baikonur (pieza clave del programa espacial soviético) hasta Vladivostok y la remota provincia de Kamchatka. Quince repúblicas, 22,4 millones de kilómetros cuadrados y 285 millones de habitantes: eso era la Unión Soviética, y aún había más. En el corazón, Moscú, y en su centro, el imponente edificio de Lubianka, sede del temido NKVD, más tarde transformado en la omnipresente KGB. Es fácil imaginar el caos, la paranoia y el desorden burocrático que se habrán entretejido en sus pasillos. Largos muros, ventanas opacas, expedientes acumulados y agentes (hombres, mujeres, civiles encubiertos) encargados de vigilar, escuchar e intervenir en cada rincón del vasto territorio soviético.

Todo este entramado de control tenía ecos de una distopía orwelliana: una maquinaria totalitaria donde Stalin ocupaba el lugar del Hermano Mayor, y la Policía del Pensamiento encontraba su reflejo en las redes de inteligencia del régimen. No se trataba solo de gobernar, sino de dominar el alma del ciudadano: imponer el miedo, fabricar la verdad y borrar cualquier margen para la duda. Fueron las décadas de vigilancia y redes de inteligencia impenetrables que forjaron las bases del miedo y la obediencia. Este modelo se derrumbó un 25 de diciembre de 1991, cuando un reformista con ideales jóvenes y una visión de apertura anunció en televisión el fin de la URSS. Su nombre: Mikhail Gorbachev. Si este sistema controlaba cada rincón del imperio, ¿cómo fue posible que se desplomara tan abruptamente en una noche cálida de navidad?

En el siglo XX, el imperio ruso no sabía qué hacer; estaba en crisis. La autarquía zarista de Nicolás II no pudo articular la salida de los problemas económicos y sociales que enfrentaba Rusia. La Primera Guerra Mundial agravó muchísimo más la situación: miles de soldados muertos, la moral de los ciudadanos estaba por el piso y hambrunas generalizadas llevaron a la susodicha revolución rusa.

En un abrir y cerrar de ojos, Vladímir Lenin se alzó como líder al derrocar, con el apoyo de los bolcheviques, algunos socialistas y liberales, la monarquía zarista. Así se proclamó la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, más tarde conocida como la Unión Soviética. Entre 1917 y 1920, el país enfrentó una cruenta guerra civil, con los bolcheviques enfrentando a los contrarrevolucionarios, conocidos como los “blancos”. Fue en este contexto que surgió la necesidad de garantizar la consolidación y supervivencia del recién fundado Estado. No solo era momento de fortalecer la inteligencia, sino también de instaurar un sistema de seguridad riguroso. Para ello, el Partido Comunista creó la Cheka(ВЧК). Una organización encargada de perseguir a los autodenominados “enemigos del pueblo” y de ejercer vigilancia y control estatal sobre los individuos. Este fue el comienzo de la etapa de control autoritario que definiría a la Unión Soviética.

Fotografía de Cody Marsh, Nat Geo Image Collection

Solemos asociar la Noche de los Cuchillos Largos con la purga política liderada por el nazismo en 1934, pero esta tuvo un antecedente mucho menos conocido. El 18 de abril de 1918, más de mil agentes de una organización hasta entonces desconocida irrumpieron en más de 500 hogares de ciudadanos sospechosos de traición en Moscú. Esta organización desconocida era la Cheka.Durante esta redada masiva, todos los sospechosos fueron detenidos y varios terminaron en lo que será repetidamente mencionado en este artículo: el pabellón de fusilamiento. La Cheka comenzó con apenas 400 funcionarios, pero rápidamente se transformó en un aparato represivo de gran escala, superando los 2.000 agentes en poco tiempo. Con la consolidación de esta organización aparece un personaje clave: León Trotski, uno de los principales arquitectos de la Revolución Rusa y del Ejército Rojo. Él mismo advirtió que el terror adoptaría formas extremas para proteger la revolución. Irónicamente, fue ese mismo terror el que acabaría por devorarlo.

En esta maquinaria de represión, ningún ciudadano estaba a salvo, ni siquiera los mayores de ocho años, quienes podían ser fusilados por “delitos contra el pueblo”. La Cheka no se limitó a aplicar la violencia: llevó las atrocidades humanas al límite. Prisioneros eran sometidos a torturas tan inhumanas como verterles agua helada sobre el cuerpo a temperaturas bajo cero, transformándolos literalmente en estatuas de hielo en los ambientes del frio soviético. Para muchos, la opción “más piadosa” era recibir una bala de 7.62×54mm en la cabeza: o mejor llamado, ser fusilado. Lenin sostenía con frialdad que no debía temblar la mano al fusilar a miles si eso significaba salvar la revolución. Para él, la violencia era una herramienta legítima del Estado revolucionario. Décadas más tarde, esas mismas palabras fueron calcadas por Ernesto “Che” Guevara, en su discurso ante la ONU en 1964, donde afirmaba sin titubeos: “Sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario.”

Tomado de Archivo Centro de Estudios Che Guevara

Antes de abordar la evolución de la Cheka, es fundamental recordar que esta organización fue el punto de partida del llamado Terror Rojo. El historiador estadounidense William Henry Chamberlin ofreció una estimación moderada, —si se permite el sarcasmo— de 50.000 personas ejecutadas por esta temida institución solo durante el periodo de la Guerra Civil Rusa. Un número escalofriante que, para muchos estudiosos, se queda corto frente a la verdadera magnitud del terror desatado.

La Cheka pasó en 1922 a llamarse la OGPU (ОГПУ), o Dirección Política Unificada del Estado. Era más de lo mismo, pero con otro nombre y mucho peor. En esta organización se introdujeron los famosos campos de trabajo forzado: los Gulags. Tras la muerte de Lenin en 1924, Trotsky intentó posicionarse como uno de los líderes del Partido Comunista. Su adversario era Joseph Stalin. Trotsky fue expulsado del partido comunista por su oposición y crítica al modelo que promovía Stalin, y fue forzado al exilio: primero en Kazajistán, luego en Turquía y finalmente en México.

La OGPU pasó a llamarse el NKVD (НКВД), o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos. Durante 30 años, el NKVD inició una campaña para erradicar a todos los opositores políticos y enemigos del Estado. Stalin ya estaba consolidado como líder de la URSS. Se materializó una conspiración para asesinar a Trotsky en México. El 20 de agosto de 1940, Trotsky fue embestido por Ramón Mercader, un agente soviético y comunista español entrenado por el NKVD. Es curioso que Trotsky ayudó a construir el aparato autoritario y militarizado del Estado soviético, incluyendo la fuerte represión de opositores. Pero cuando perdió la lucha interna, ese mismo aparato se volvió contra él. Podemos encontrar un caso similar en Cuba con Camilo Cienfuegos, quien lideró la revolución junto a su copartidario Fidel Castro. Cienfuegos desapareció en un supuesto accidente aéreo, tras lo cual se ha especulado que Castro se habría sentido amenazado por la influencia de Cienfuegos en el contexto de la consolidación y conservación de su poder.

Los regímenes autoritarios, especialmente los de corte comunista, tienden a presentar patrones similares, aunque muchos defensores de la política moderna lo nieguen o lo atribuyan al argumento barato de que estos modelos eran sinónimo de “comunismo no verdadero”. Los regímenes totalitarios no se definen únicamente por cómo articulan sus organismos de control sobre el pueblo y la seguridad, sino también por cómo manipulan la información. Stalin se centró, entre otras cosas, en borrar a Trotsky no solo de la política, sino de la historia misma. Podríamos resumir esta lógica totalitaria con una célebre máxima de George Orwell: “Quien controla el pasado, controla el futuro; y quien controla el presente, controla el pasado.” Cosa que intentó Stalin, que, por beneficio de la historia, fracasó.

Entre las décadas de 1930 y 1940, Stalin logró perfeccionar su aparato represivo, lo que dio paso a las temidas purgas estalinistas. El historiador Yuval Noah Harari, en su libro Nexus, relata que hacia 1930 aproximadamente un 10% del total de 144.000 oficiales del Ejército Rojo fueron enviados al pabellón de fusilamiento. Las cifras exactas, según el autor, son alarmantes: 154 de 186 comandantes de división (83%), ocho de nueve almirantes (90%), trece de quince generales del ejército (87%) y tres de cinco mariscales (60%) fueron eliminados por orden del régimen, cayendo en las garras del NKVD.

Tomado de Amboy Guardian

Por parte de los líderes del partido, la suerte no fue mucho mejor que la de los oficiales del Ejército Rojo. Un tercio de los antiguos bolcheviques —militantes afiliados al partido antes de 1917 y artífices de la revolución— no sobrevivieron a la represión. De los treinta y tres hombres que conformaban el Comité Central en 1917, catorce fueron fusilados (42%). De los 139 miembros del Comité Central del Partido en 1934, se eliminaron noventa (alrededor del 70%). Solo un 2% logró evitar la ejecución y participó en el Congreso del Partido en 1939. Guénrij Yagoda fue el encargado de llevar a cabo las purgas y ejecutar los asesinatos al mando del NKVD. Como no podía ser de otra manera, fue ejecutado en 1938. Lo reemplazó Nikolai Yezhov, quien en tan solo dos años encarceló y mandó al paredón a millones de personas antes de, podrá usted adivinarlo, correr la misma suerte: ser ejecutado. De los treinta y nueve generales originales del NKVD tras la Segunda Guerra Mundial, solo dos vivieron para contarlo. El destino de los demás, es fácil de pronosticar: fusilamiento.  Podemos afirmar sin temor a exagerar que ser director del NKVD, ¡era uno de los empleos más letales del mundo!

Es increíble repasar los eventos de la Segunda Guerra Mundial y recordar que los soviéticos emergieron como vencedores. El estalinismo, en ese sentido, fue uno de los sistemas políticos más eficaces jamás diseñados: logró imponer el control total incluso si para ello hubo que aniquilar a los suyos, digno todo de un régimen comunista. El asesinato masivo de oficiales del Ejército Rojo probablemente explique el desastroso desempeño militar soviético en 1941. Pero claro, también fue la fórmula perfecta para que a nadie se le ocurriera rebelarse contra el régimen de Stalin. Qué curioso: el poderío soviético no solo aplastaba al enemigo, sino también —y con el mismo entusiasmo— a sus propios soldados.

Para comprender completamente la red estalinista y el absurdo protagonismo del NKVD, es imprescindible conocer la historia de Pavel Rychagov, piloto y comandante en jefe de la Fuerza Aérea Soviética, condecorado con la Orden de Lenin. Durante la era de Stalin, la URSS se industrializó a un ritmo vertiginoso, pero esa industria estaba dirigida, en gran medida, por la negligencia y la incompetencia. Innumerables accidentes marcaron la historia industrial soviética —uno particularmente grave ocurrió en 1986, al que se discutirá más adelante—. El apartado aeronáutico soviético distaba mucho de ser eficiente: las aeronaves de combate eran mal diseñadas y defectuosas. Rychagov, un hábil piloto con experiencia en el frente (combatió tanto en la Guerra Civil Española como en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial) se atrevió a confrontar a Stalin y, sin titubeos, declaró: “Volar aviones soviéticos es como volar ataúdes.” Dos días después de esta denuncia, Rychagov fue arrestado bajo cargos de conspiración antisoviética. Su esposa también fue detenida, acusada de tener supuestos vínculos trotskistas que la conectaban con una red de conspiradores militares. Para sorpresa de nadie en aquel contexto, el 28 de octubre de 1941 ambos fueron ejecutados.

El NKVD pasó por diferentes denominaciones hasta convertirse en el Comité para la Seguridad del Estado, más conocido como KGB (КГБ), desempeñando un papel crucial durante la Guerra Fría. Con este giro geopolítico, sus funciones se transformaron, ampliándose hacia un espectro mucho más internacional. La KGB se enfocó particularmente en el contraespionaje y el robo de tecnología occidental más allá de sus habituales procedimientos de control totalitario a los individuos soviéticos. Un ejemplo bastante particular fue el desarrollo del Tupolev TU-144, un avión supersónico de pasajeros extrañamente similar al Concorde de fabricación europea, uno de los espías encargados de traficar información fue arrestado por autoridades occidentales en 1977, su nombre Serguei Fabiev, condenado a 20 años de prisión. Esta aeronave tuvo la extraordinaria oportunidad de deshacerse en pleno show aéreo de París en 1973, mostrando la supremacia soviética de los malos diseños y la desatención de la industria. La carrera espacial también se vio influida por estas prácticas. Las cápsulas iniciales del programa Soyuz guardaban un enorme parecido con sus contrapartes estadounidenses. Un ejemplo aún más evidente fue el Burán, el transbordador espacial soviético que, tanto en su diseño como en su tecnología, era prácticamente idéntico a los transbordadores desarrollados por la NASA.

Tomado de Radio Europa Libre

Durante el transcurso de la Guerra Fría, la KGB se consolidó como la institución con mayor despliegue internacional de espías. Un claro reflejo de su participación exterior se dio en la revolución húngara de 1956, una revuelta popular que fue aplastada por completo por el Ejército Rojo. El 29 de octubre de ese mismo año el líder militar de Hungría respondió con una negociación diplomática con el estado soviético, el líder fue removido un día después por la KGB. Este episodio se repitió nuevamente en 1969 con la insurrección de Checoslovaquia. La participación de la KGB en el control totalitario fue conocida como la segunda ola del terror rojo, un periodo caracterizado por la expansión del miedo y la represión más allá de las fronteras soviéticas. Este clima de tensión incluso se reflejó en la política estadounidense, donde el senador Joseph McCarthy, impulsado por una profunda paranoia anticomunista, comenzó a denunciar indiscriminadamente a funcionarios en Washington, acusándolos de ser espías comunistas ante el Senado. Se estima que más de 10.000 personas perdieron sus empleos y dando un resultado de al menos cien personas bajo las rejas.

El poder consolidado de la KGB no tenía comparación. En 1964, el secretario general de la URSS, Nikita Khrushchev, atravesaba una fuerte pérdida de apoyo político tras proponer un alejamiento del modelo estalinista. A esto se sumó su manejo fallido durante la Crisis de los Misiles en Cuba, que debilitó aún más su imagen. En ese contexto, Vladímir Semichastny, entonces jefe de la KGB jugó un papel clave en promover su destitución. El 13 de octubre, Khrushchev fue sorprendido en el aeropuerto de Vnukovo por Semichastny y otros altos funcionarios de la cúpula; fue llevado al Kremlin y, en cuestión de 24 horas, presentó su renuncia voluntaria al cargo. El control de esta agencia no fue menor en Afganistán, influyendo significativamente en el dominio político de este territorio. Para sorpresa de la KGB, Hafizullah Amin tomó el control del país; era menos susceptible al control soviético y mantenía comunicación regular con el gobierno estadounidense. Eventualmente, la KGB lo calificó como un espía americano y, durante la Operación Tormenta-333, fue eliminado. Esta operación abrió las puertas a la conocida guerra soviético-afgana.

Tomado de Igor Kostin / Novosti Press Agency

El 26 de abril de 1986 ocurrió el desastre nuclear por la ya mencionada negligencia del entramado estatal soviético en Chernóbil. Este accidente fue encubierto no solo por el aparato de inteligencia soviético, sino por todo el complejo estatal. Se suprimieron todas las noticias sobre el accidente, subestimando su gravedad tanto, para los ciudadanos soviéticos, como para la comunidad internacional. La prioridad de las autoridades no fue la evacuación inmediata, sino evitar la difusión de la información. Se cortaron las líneas telefónicas y se comunicó a los empleados de la planta nuclear que no se trataba de un desastre nuclear, por lo que se prohibió la evacuación, no solo de los trabajadores, sino también de los habitantes de la cercana ciudad de Prípiat. Este actuar tuvo un costo enorme en la salud de millones de personas en Ucrania, Bielorrusia y Rusia, costo que hoy en día se sigue pagando. Ningún ciudadano soviético se atrevió a cuestionar o intervenir, pues cualquier gesto de ese tipo podía terminar con la visita poco agradable de algún funcionario estatal en su hogar. Nuevamente, el historiador Yuval Noah Harari relata una anécdota personal cuando visitó Chernóbil como turista: su guía le dijo que “los occidentales estamos acostumbrados a que las preguntas traen respuestas, pero los ciudadanos soviéticos crecieron con la idea de que las preguntas traen problemas”.

La década de los 80 estuvo marcada por el ascenso de una figura política clave en la Unión Soviética: Mijaíl Gorbachov. Sus reformas, conocidas como Glásnost (transparencia) y Perestroika (reestructuración), generaron una evidente incomodidad entre las cúpulas más conservadoras del Estado soviético. A finales de los 80, el tablero geopolítico cambió drásticamente. En Polonia, Wojciech Jaruzelski dejó el poder, abriendo paso a una transición democrática influenciada, en parte, por el movimiento obrero Solidaridad y el impulso simbólico del Papa Juan Pablo II. Mientras tanto, en 1987, el presidente estadounidense Ronald Reagan se dirigía enérgicamente a Gorbachov frente a la puerta de Brandeburgo, proclamando: “Mr. Gorbachev, tear down this wall!” (“¡Señor Gorbachov, derribe este muro!”). Ni la Statsi ni la KGB pudieron anticipar que, apenas dos años después, el 9 de noviembre de 1989, el muro de Berlín caería, marcando el principio del fin para la Guerra Fría.

Tomado de National Catholic Registrer

Era evidente: la URSS ya no estaba haciendo las cosas bien, y para muchos en el aparato soviético, Gorbachov parecía estar jugando a favor de Occidente. En agosto de 1991, Vladimir Kryuchkov, entonces director de la KGB encabezó un intento de golpe de Estado contra Gorbachov. El objetivo era claro: recentrar el poder en manos del Estado soviético y frenar las reformas que amenazaban la estructura tradicional del régimen. Sin embargo, el golpe fracasó apenas dos días después de haberse iniciado. Este intento fallido marcó la caída definitiva del aparato de control e inteligencia que la KGB había representado durante décadas. Fue, en definitiva, la estrepitosa caída del poder soviético.

La inteligencia soviética no logró prever cómo la combinación de factores económicos, políticos y sociales acabaría superando incluso al más robusto aparato represivo del Estado. Pero ¿realmente fue así? Un artículo del politólogo japonés Sanshiro Hosaka ofrece una perspectiva diferente: argumenta que la KGB, lejos de ser una víctima del colapso, supo adaptarse e incluso aprovecharse de la apertura económica. Durante la Perestroika, el aparato de inteligencia comenzó una transformación silenciosa, modernizando sus métodos y ajustándose a un entorno cada vez más liberal. Parte de este cambio repentino de sistema fue la infiltración de agentes en empresas y organizaciones civiles, lo que facilitó la creación de sociedades conjuntas con actores extranjeros y permitió una supervisión más cercana de los contratos comerciales. En este proceso, la KGB dejó de actuar únicamente a través de la represión directa para ejercer una influencia estratégica dentro del nuevo sistema capitalista.

Es cierto que la URSS colapsó, pero el imaginario del imperio ruso persistió a través de la Federación Rusa, con un territorio más reducido, sí, pero con una continuidad institucional más profunda de lo que muchos creen. La KGB no desapareció: se transformó en el FSB, su sucesor por derecho divino, que mantiene muchas de las funciones, métodos y estructuras de control político e inteligencia que definieron al aparato soviético. El nombre cambió, pero la lógica del poder persiste. La KGB sigue ahí, solo que ahora habita un cuerpo distinto.

Bibliografía

Carr, E. H. (1958). The Origin and Status of the Cheka.

Chamberlin, W. H. (1935). The Russian Revolution 1917–1921. Londres: he Macmillan Company.

Harari, Y. N. (2024). Nexus.

Hosaka, S. (2023). Chekists Penetrate the Transition Economy: The KGB’s Self-Reforms during. Johan Skytte Institute of Political Science.

ONU.ORG. (2012, Agosto 17). Discurso pronunciado por Ernesto Che Guevara. Retrieved from Naciones Unidas : https://www.un.org/content/es/_vidout/video740.shtml

Orwell, G. (1949). 1984.

Reagan, R. (2007). National Archives . Retrieved from https://www.archives.gov/publications/prologue/2007/summer/berlin.html

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