LA CIUDAD DE LA FLAUTA PERDIDA
POR Eduardo Sánchez Rivera (Músico y Gestor Cultural)
Su cuerpo alargado era de carrizo, del mismo que aún convive con los pájaros en el páramo, donde ellos le enseñaron a cantar.
Atravesaban su piel siete orificios que al paso de un soplo mulato, iban liberando sonidos que entre nostalgias y alegrías, coloreaban el ambiente vespertino de aquella añeja ciudad en la que el horizonte se llenaba de matices colorados antes vestirse de oscuridad.
Era la noche cómplice de sus solitarias serenatas, unas veces lujuriosas, otras bastantes ingratas. Unas colmadas de multitudes, otras rebosantes de soledad.
Ella sentía en su interior el aroma fermentado de caña dulce que la incitaba a cantar y que a su dueño inspiraba para tocarla y hablar bajo la luz de los faroles de una manera genial.
Juntos recorrían los rincones coloniales de esa ciudad en los que dormitaban compartiendo con el suelo y el sereno su callejero soñar. Un rasgado poncho como lecho, sombrero y molicha reposantes, antes de brindarle a la jornada su tonada final.
Una noche alguien, quizás de ella enamorado, con sigilo la raptó. Aunque la música quedaba en su alma, el flautero solitario se sintió sin corazón. Era como si alguien, junto a ella, se llevara parte de la historia, de la identidad, de la tradición.
Su dueño, el mulato soñador, escurrió por su garganta un trasnochado trago de licor y de nuevo se inspiró: “Desgraciados, se llevaron mi flauta, ahora… vengan por la música” – Olmedo Vidal “Chancaca”.