Es raro que una vez elegido un alcalde tenga el mismo apoyo popular que en tiempos de elecciones y tamales gratuitos. Más raro todavía, que pasados los cien días de luna de miel tenga la mitad del respaldo que en las encuestas de campaña. Y será más raro aún, si pasado un año tiene respaldo, tenga aplausos en apariciones públicas, buena prensa y lealtad de la gente.
En Latinoamérica la ingratitud popular suele ser el pago de la muchedumbre a quienes deciden hacer carrera como políticos profesionales. La primera razón, es que la imagen de los políticos en sí misma está devaluada por las afrentas vulgares que padecimos por gobernantes ladrones que le metieron mano a los dineros públicos. Mandatarios que una vez instalados, su único afán son los negociados personales, y la gente que coma ñoña.
La segunda razón para la ingratitud, es que muchos mandatarios son ineficientes, inanes y tontos frente a la burocracia y la tramitomanía de la administración. Es decir, que sus buenas intenciones y promesas de campaña de nada sirven frente a los truquitos y maromas de funcionarios de segunda línea que han convertido las alcaldías en fortines de la desvergüenza. Y si bien hay muchas oficinas que son monumento a la desidia con empleados que no saben de su oficio y parecen gallinas criando patos, hay otras que funcionan como oficinas de cobro de sicarios que piden pagos de peaje bajo la mesa para recibir cualquier oficio o ejecutar un proyecto. Funcionarios que si no reciben coimas adicionales a su sueldo y al honor de servir a su municipio, no dan ni el saludo. Y alcalde pendejo se hace el de la oreja mocha o no se da cuenta.
La tercera razón suele ser la arrogancia del poder en la cabeza. Hay alcaldes que no dejan trabajar a subalternos y creen que se las saben todas. Aquellos que si bien tienen secretarios de salud, les faltan poco para ir a mangonear en la sala de cirugía, y así en todas las instancias.
Otra razón para el descredito de un alcalde ocurre cuando los pobres son figurines sin mando real sobre la administración, muñequitos con título. Pero en realidad los que mandan son sombras gordas y gruesas que se enriquecen bajo la mesa sin responsabilidad alguna. Y para completar, destinan un dineral a comprar indulgencias y bendiciones de la prensa local con periodistas lambones que se dedican a cepillarle el saco evitando que se diga la verdad de lo que sucede en las calles… y el pobre alcalde se cree las noticias prefabricadas por él mismo.
Hay otras razones, muchas otras, claro. Pero las expuestas nos sirven para intentar ilustrar lo que pasa con los alcaldes que una vez elegidos pierden sintonía con el pueblo, cuando se ven en el espejo no se encuentran, y no entienden por qué la gente les chifla cuando van a dar un discurso, y creen que quienes critican el mal estado de las calles son sus enemigos.
Un alcalde que no es capaz de medirle el pulso real a la ciudad, un alcalde con una ciudad abandonada, un alcalde dedicado a ofrecer circo olvidando que la gente requiere pan, un alcalde que deja que la delincuencia gobierne, un alcalde ciego frente a la realidad y soberbio frente a las pocas personas que logran decirle lo que sucede… es un alcalde que no sirve y hay que rechazar de la misma manera como subió, frente a las urnas.
Ya la gente no es tan boba, la gente ahora vive conectada al internet y manipularla con avisos de prensa ya no es tan fácil. Tanto circo y show de payasos sin procesos culturales serios repugna. Tanta melosería de cadenas radiales y periódicos dedicados al incienso repugna. A Peñalosa, el alcalde de Bogotá ya se le inició proceso de revocatoria de mandato. Y por esa misma vía hay muchas iniciativas en diferentes ciudades del país.
Señores alcaldes, favor mirarse al espejo. Escuchen y abran los ojos frente a lo que pasa en la realidad, dejen tanta soberbia, no dejen robar a sus subalternos tan descaradamente, no se dejen manipular como muñequitos de papel; pero sobre todo, dejen de escuchar el cariño baboso de los lambones de turno que solo buscan manipulaciones y triquiñuelas.